RESUMEN ANTERIOR
En el municipio gaditano y campogibraltareño de Jimena de la Frontera vivió una familia procedente de Málaga cuyo cabeza de la saga era José Marina Soria.
A muy temprana edad había emigrado a Vélez-Málaga procedente de la provincia de Soria, próximo a la Tierra de Cameros, con la pretensión de hacer negocios y fortuna.
En Málaga capital contrajo dos matrimonios. De su primera mujer, que murió en el parto, tuvo un hijo, Antonio Marina Gutiérrez, que a inicio de 1925 se casó con la vecina de Jimena de la Frontera, Julia Pérez-Navarro Medina.
De la siguiente esposa, nacieron otros cinco descendientes, uno de los cuales, Juan Marina Bocanegra, hizo Medicina y la especialidad de ginecología en Madrid, abriendo consulta y clínica en Jimena. En 1938 contrajo matrimonio con una vecina de la localidad, María Medina Corbacho.
En un primer capítulo, (https://ignaciotrillo.wordpress.com/2020/11/17/44289/), se abordó el origen geográfico y la actividad laboral que realizó, el que se convertiría en el patriarca de una amplia saga familiar, José Marina Soria. Tras su temprana llegada al sur, primero, se establecería en Vélez-Málaga, y a continuación lo hizo en la capital de la provincia donde acontece el nacimiento de su primer hijo, Antonio Marina Gutiérrez, coincidente con el fatal fallecimiento de su esposa, la malagueña, María Gutiérrez Maese.
Un segundo capítulo, (https://ignaciotrillo.wordpress.com/2020/12/09/), recorre la trayectoria de José Marina Soria en Málaga, donde había vuelto a contraer un segundo matrimonio, esta vez con Dolores Bocanegra Simó, originaria del malagueño municipio de Cañete la Real. A partir del año 1910, tomó rumbo al gaditano municipio de Jimena de la Frontera. Incluye esta secuencia, la actividad empresarial y política que desarrolló en la localidad campogibraltareña. Asimismo, la nueva familia que formó su hijo mayor, Antonio Marina Gutiérrez, al contraer matrimonio con la jimenata, Julia Pérez-Navarro Medina.
El tercer capítulo (https://ignaciotrillo.wordpress.com/2020/12/16/el-otro-marina-3a-parte/ ) estuvo dedicado al devenir de la IIª República en Jimena de la Frontera, así como al papel desarrollado por Antonio Marina Gutiérrez.
En el cuarto capítulo (https://ignaciotrillo.wordpress.com/2020/12/28/el-otro-marina-4a-parte-28-12-2020/) se relatan las peripecias sucedidas a Antonio Marina Gutiérrez a raíz del golpe de estado del 18 de julio de 1936, con sucesivas huidas por distintos puntos geográficos del Planeta ante el temor de que fuera detenido por los levantados en armas. Recorridos que abarcaron: de Jimena a Estepona, a continuación a Málaga capital, poco más tarde a Barcelona, de ahí a Marsella, hasta acabar, refugiándose en Tánger.
El quinto capítulo, (https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/01/04/el-otro-marina-5a-parte/la estancia) estuvo dedicado al transcurrir de Antonio Marina Gutiérrez en la ciudad de Tánger que disfrutaba de estatus internacional de neutralidad, hasta que fue roto por la ocupación militar por Franco y se procede a su detención.
Y en un sexto capítulo ( https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/01/12/el-otro-marina-6a-parte-11-01-2021/ ) se expone la españolización que sufre la referida ciudad norteafricana por las nuevas autoridades franquistas. La denuncia que lleva a Antonio Marina a ser detenido. El miembro de la familia relacionada con Jimena que interpuso la acusación. El asesinato de miembros de la derecha antirrepublicana de Jimena que sucede en el malagueño municipio de Arriate y que se pretende atribuir a Antonio Marina. Y el traslado del encarcelado, desde la prisión de Tetuán a la de Monte Hacho en Ceuta.
ANTONIO MARINA, DE LA CÁRCEL A SU PUESTA EN LIBERTAD
Ignacio Trillo
LA ESPOSA, JULIA PÉREZ-NAVARRO MEDINA, VIAJA A CEUTA.
En febrero de 1941, llevaba Antonio Marina Gutiérrez seis meses encarcelado en la prisión militar de la fortaleza ceutí de Monte Hacho. Le había sido denegada la libertad provisional en la que había estado confiando, también su familia. Ello dio lugar a que la esposa, Julia Pérez-Navarro Medina, programase su desplazamiento desde Málaga a la ciudad norteafricana para intentar verlo. A tal fin, solicitó al gobierno militar provincial un salvoconducto especial que le permitiera trasladarse. Se le concedió un mes después.
Una vez en Ceuta, solo le autorizaron ver a su cónyugue una vez a la semana, entre barrote, en visita vigilada y de corta duración. Julia permaneció un mes en la ciudad caballa.
Durante ese tiempo, se hospedó en una pensión titular de una jimenata, de nombre Juana Sánchez, situada en la calle principal de Ceuta.
Cuando llegó, se hallaba casualmente de forma temporal, por razones políticas-laborales, una conocida vecina de Jimena, la joven, Ángeles Vázquez León.
Cinco años antes
Ángeles Vázquez, contando 14 años, ante la previsible ocupación de Jimena por los militares africanistas sublevados. había acompañado, a principios de septiembre de 1936, a sus padres y tres hermanos, adelantándose en tres semanas a la juía masiva de su población.
Al igual había sucedido con los hijos del matrimonio constituido por, Antonio Marina Gutiérrez y Julia Pérez-Navarro Medina, Pepe y Antonio, de 11 y 8 años, acompañando a sus progenitores, en este caso, una semana antes, a finales de agosto.
Cinco meses después, Ángeles, junto a sus padres y hermanos, en una nueva huida por las mismas circunstancias, esta vez partiendo de la capital malagueña el día 8 de febrero de 1936, sufriría, en los extremos más terribles, lo que se denominó la «Desbandá», a través de la carretera de la muerte, Málaga-Almería, recorriendo a pie alrededor de dos centenares de kilómetros en tanto era bombardeada por barcos y aviones rebeldes.
Luego, tal como se vio en el cuarto capítulo de esta monografía, a su llegada a Alicante, simulando tener mayor edad, Ángeles, fue colocada de enfermera por el doctor Ortega Durán, médico de Jimena y exprimer teniente de alcalde de su ayuntamiento, que ejercía de director en el hospital provincial Joaquín Costa.
También el último mes de la guerra, siendo el día 12 de marzo de 1939, Ángeles Vázquez, ante el avance franquista y el desmoronamiento del régimen republicano, huyó con su familia en el mercante inglés, «S.S. Ronwyn», desde el puerto de Alicante al de Tenés (Argelia), junto a un total de 716 pasajeros, constituidos en su integridad por republicanos que igualmente abandonaban España camino del exilio.
Y cuando estalla la Segunda Guerra Mundial, 1 de septiembre de 1939, hallándose la familia Vázquez y León como refugiada en la argelina colonia infantil de Carnot, donde fueron alojados por las autoridades coloniales francesas, temerosos de una invasión del ejército nazi alemán, una vez asegurados que no tenían causa pendiente en España, los padres decidieron regresar a Jimena. Lo llevó a cabo la familia, incluida Ángeles, pero no su hermana mayor, Leonor, que, contando con veinticuatro años, decidió quedarse a vivir en Argelia con un novio alicantino.
Tuvieron que efectuar la repatriación de forma obligada desde el puerto de Argel, vía mar Mediterránea, con destino al puerto galo de Vendrès. No pudo ser por Melilla como lo deseaban sus padres por ser mucho más corto y económico.
El barco que los transportó, de grandes dimensiones y con escasos pasajeros, a las tres horas de su salida de Argelia, estuvo a punto de ser hundido por la flota y la aviación nazi, al creer que se trataba de una embarcación enemiga que transportaría armas.
Una vez desembarcados en Francia, un mes después llegarían a Jimena, en un viaje interminable realizado siempre en ferrocarril.
El primer trayecto los llevó a la estación de Cerbera, el último pueblo francés fronterizo. A continuación atravesaron los Pirineos por Port-Bou y Figueras.
Después, entre paradas y trasbordos, fueron conducidos a las estaciones de Barcelona, Valencia, Alcázar de San Juan y Córdoba, llegando seguidamente a Bobadilla.
Allí tomaron un convoy, mitad mercancía, mitad pasajeros, con destino a Ronda. La máquina apenas podía tirar de los vagones y daba unos frenazos y arrancadas que hacían remover los estómagos de los pasajeros hasta hacerles largar cuanta comida reciente habían consumido. Para más inri, pasada la estación de Parchite, antes de llegar a la ciudad del Tajo, tuvieron que bajarse con los equipajes, porque la locomotora no podía tirar ante la empinada cuesta a superar, y hacer una corta distancia a pie cargados, hasta tomar de nuevo el mismo tren.
Poco después, cogieron «El Corto», el último ferrocarril que les quedaba para llegar por fin a destino. Hacía el trayecto de Ronda a Algeciras y paraba en la anhelada estación de Jimena de la Frontera.
Atrás quedaba en el tiempo, tres años y un mes, yendo de susto en susto, en huidas casi permanentes, desde que partieron en origen de su pueblo natal.
Pasado unos meses en Jimena, debido al hambre y a las penurias que se pasaban y tras serle denegada a Ángeles la posibilidad de trabajar en el pueblo por cuenta ajena –había sido incluida la familia en la lista negra que se hizo en el pueblo, como sucedía en las demás localidades españolas, por proceder de familia “roja” y ser «desafecta al Régimen»- hallándose los padres ya sin recurso alguno, decidió marchar a Algeciras con un salvoconducto especial, porque le estaba prohibido también salir del municipio, pero tampoco allí encontró trabajo.
Le exigían el certificado de haber realizado el Servicio Social que requería seis meses para obtenerlo. Ese tiempo lo necesitaba para obtener alguna remuneración de cara a ayudar a los suyos. Por ello, decidió probar suerte en Ceuta adonde había llegado a la pensión que tenía Juana Sánchez, una prima de su padre, saltándose a la torera los controles oficiales.
Fue gracias a una triquiñuela que le proporcionó su primo ceutí, Paco Cantizano, hijo de la dueña de la fonda. Consistió en sacarle billete de ida y vuelta en el ferry que hacía el trayecto del Estrecho, aprovechando una corrida de toros que se celebró en Algeciras y donde se desplazaron muchos ceutíes. En ese retorno, Ángeles se mezcló con esos aficionados taurinos y entró en tierra norteafricana pasando desapercibida.
Por este motivo, Ángeles Vázquez en ese mes de marzo de 1941, se hallaba en Ceuta en la pensión de su tía cuando llegó, Julia Pérez-Navarro, esposa del encarcelado en la prisión de Monte Hecho, Antonio Marina Gutiérrez.
Como tan solo Julia podía visitar el interior de la cárcel para ver a su marido una vez a la semana, el resto de los días se quedaba en los aledaños de la muralla, entretenida, haciendo punto y cosiendo ropa, para estar al menos cerca de él y así sentirlo mentalmente en los latidos de su corazón, según manifestaba, pensando además, que, viceversa, le sucedería igualmente a él.
Algunos veces le acompañó Ángeles Vázquez y pudo comprobar de sus conversaciones con Julia, el amor tan profundo que le profesaba a su esposo, y lo felices que habían sido hasta que estalló el maldito golpe de estado del 18 de julio que todo lo destrozó.
Como las desgracias no vienen solas, la mañana del 14 de marzo de ese año de 1941, estando Julia recién levantada, estalló el polvorín militar de Santa Bárbara situado en el Cerro del Águila en Sevilla. La onda explosiva del subsuelo fue tan intensa, a la vez que en su expansión llegó tan lejos, que una viga del hostal ceutí donde se hospedaba, cedió y cayó sobre la cama en que había estado acostada momentos antes. De haber sucedido el siniestro una hora antes, la hubiera aplastado.
LA INSTRUCCIÓN DEL SUMARIO ABIERTO A ANTONIO MARINA GUTIÉRREZ
Hasta tanto, había seguido su curso el procesamiento militar sumarísimo abierto contra Antonio Marina Gutiérrez por el presunto delito de auxilio a la rebelión militar. Se hallaba a expensas del cierre de la ampliación de diligencias que confirmaran o no la grave acusación que le fue imputada por Francisco Llinás del Villar, sobre su responsabilidad y participación en los asesinatos de miembros de la derecha civil y religiosa antirrepublicana de Jimena, sucedido en la madrugada del 6 de septiembre de 1936, más de una semana después de que Antonio Marina con su familia abandonara la localidad con rumbo a la capital malagueña. Tuvo lugar en las proximidades de la estación de tren de Arriate, donde las víctimas fueron transportadas en ferrocarril desde la estación de Gaucín. Aquí llegaron andando desde una prisión improvisada que se instaló en la pedanía jimenata de San Pablo de Buceite. Habían sido detenidos y vigilados por descontrolados, presuntos faistas de la Serranía de Ronda, al margen del control de las autoridades republicanas locales, y entre sus componentes no se hallaban vecinos de Jimena.
El procedimiento procesal contra Antonio Marina, se había ido conformando desde el inicio de la instrucción, ocurrida inmediatamente a su detención, con la incorporación de las informaciones y declaraciones solicitadas por la instrucción que habían llegado al tribunal.
Desde el inicio del sumarísimo, conforme era recibida por el juez instructor militar las primeras declaraciones que se habían demandado, se fue notando, de forma indirecta y desde la distancia, la mano de la influencia de la familia Marina Bocanegra, que bien supo mover hilos importantes para la defensa jurídica de su hermano de padre, Antonio Marina Gutiérrez.
Era el caso de los hermanos de padre, Juan, Salvador, en cuanto a los informes que salieron desde Jimena. Y de Teresa y su marido, el pintor onubense, Rafael González Sáenz, en lo que se refieren al atestiguamiento que prestaron los amigos que Antonio Marina Gutiérrez se echó en Barcelona, en el periodo comprendido, entre diciembre de 1936, fecha de su llegada procedente de Málaga, y junio de 1938, mes de salida, en una nueva huida, de la Ciudad Condal con destino a Francia.
Es a todas luces claro la intencionalidad implícita del responsable de la Falange Española en Jimena, Bernardo Periñán Guerrero, a la vez que alcalde, para que el contenido de su declaración fuera exculpatoria a favor del procesado, más que por lo que expresa, por las conscientes omisiones que refleja, como son los cargos públicos locales que había desempeñado Antonio Marina Gutiérrez durante la IIª República.
A Bernardo Periñán le unía una gran amistad con Luis Medina Tovar, además de la cercanía vecinal, vivían enfrente uno del otro, que también había sido alcalde de Jimena pero durante el reinado de Alfonso XIII.
Luis Medina Tovar era el progenitor de María Medina Corbacho, para ese año de 1940 ya esposa del médico de la localidad, Juan Marina Bocanegra, hermano de padre de Antonio Marina Gutiérrez.
Además, no era la primera vez que el maestro nacional y alcalde, Periñán, en su condición de secretario general de Falange en la localidad, tenía que interceder con informes ante tribunales militares para salvar a algunos vecinos republicanos de sagas familiares de derechas.
Precisamente uno de ellos, con antelación a Antonio Marina Gutiérrez, había sido con el hijo del citado, Luis Medina Tovar, de nombre, también Luis, que estando estudiando Comercio en Barcelona, donde le pilló el golpe de estado de 1936, y sin que lo supieran sus padre, se afilió a la FAI anarquista y al no poder regresar a su lugar natal, por hallarse ya ocupada por los sediciosos, se enroló en Estepona en el Batallón de milicianos voluntarios «Fermín Salvochea», llegando a ser capitán en el ejército popular republicano.
Así, en este informe sobre Antonio Marina Gutiérrez, emitido por Bernardo Periñán Guerrero, se obvian, hechos tales, como que fue concejal en el primer ayuntamiento republicano tras la caída de la monarquía, así como, que también fue miembro de la Comisión Gestora de la Corporación local tras el triunfo de la coalición del Frente Popular en las elecciones generales del 16 de febrero de 1936, al igual que, tras el inicio del golpe de estado, quedó designado miembro del Comité local del Frente Popular para la defensa de Jimena frente a un ataque de los sediciosos alzados en armas.
Con menos antecedentes habían sido ya muchos los jimenatos que fueron fusilados en las paredes del cementerio del Castillo. Claro que habían pasado cuatro años de estos asesinatos y, a pesar de que la represión continuara, esas primeras ejecuciones llevados a cabo en la más absoluta impunidad y sin la formalización de causa judicial alguna, se habían cortados por los vencedores.
En la misma línea exculpatoria de fondo, se expresó, asimismo, el informe que se envía al juez instructor desde el cuartel de la Guardia Civil de Jimena, firmado por su comandante de puesto, el brigada, Antonio Casablanca Romero.
En el cuartel de la Guardia Civil de Jimena siempre gozó de gran aprecio como persona allegada, el médico, Juan Marina Bocanegra, no solo por su especialidad ginecológica, sino sobre todo por la gran amistad que le unía a los comandantes de puesto que iban pasando.
Juan Marina había pretendido realizar la carrera militar antes que la Medicina, pero tras su ingreso en la Academia Militar de Zaragoza, realizado a inicios de la década de los veinte, dos años más tarde lo abandonó. Sin embargo, su afición por las armas perduró. Nunca las empleó en guerra alguna porque no estuvo presente, no obstante las usaba de forma casi permanente en su afición favorita que era la caza.
De ahí las simpatías que, como acompañante de cacería del oficial o suboficial que estuviera al frente del cuartel, gozaba el médico, Juan Marina Bocanegra, por compartir con ellos los fines de semana disparando a las especies cinegéticas, y de camino, estar cerca del responsable del cuerpo armado, a sabiendas de que era público su desafecto a la iglesia y a los excesos de la Dictadura, en su condición de liberal conservador, para no tener problemas por tal condición.
De este modo, no es de extrañar que este «suave» informe del brigada Casablanca, tuviera que ver con esa cuestión. Ya lo practicaría años después el citado médico ante el jefe de dicho cuartel para que su hijo mayor, José Luis, pudiera hacer las milicias en Montejaque ante el informe negativo del cura del pueblo que era desfavorable por no asistir a misa.
En lo que respecta a las declaraciones realizadas que llegaron al juez procedentes de los amigos que se echó Antonio Marina Gutiérrezen su estancia en Barcelona, residiendo en la casa de su hermana de padre, Teresa, tanto las que procedieron de Gregorio Fructuoso Medina -curiosamente nacido en Jimena de la Frontera- como las de Francisco Jurado Morales, Francisco Pérez Santillana, oriundo de Cádiz, dueño del bar que frecuentaba situado en calle Balmes 85, y Bartolomé Román García, nacido en Garrucha (Almería), no solo negaban la realización de cualquier actividad política mientras se halló en la ciudad Condal, sino que llegan a aseverar, empleando en lenguaje escrito lo que tanto le gustaba oír al Régimen franquista, que era, «una persona de orden», «de inmejorables sentimientos»... «escuchaba radios nacionales», «siempre se mostró en el sentido nacional y ser persona de ideas de derecha»… «siempre contrario al marxismo y condenaba lo que se hacía en la zona roja…»
Antonio Marina Gutiérrezera una persona muy sociable. Le encantaban las tertulias y era un asiduo de los bares a pesar de que ni bebía alcohol ni fumaba. Y en esas charlas, la política no podía faltar.
El 9 de noviembre de 1940, en base a esos avales procedentes de Jimena y de Barcelona, Antonio Marina, desde la prisión ceutí, donde permaneció todo el tiempo que estuvo encarcelado, tras prestar declaración donde negó tajantemente los términos de la acusación por el simple hecho de «haberse marchado con su familia de Jimena antes de que sucedieron los hechos que se le imputaban«, solicitó que, mientras se cerraban las diligencias que faltaran, «le fuera concedida la libertad provisional para vivir en Málaga con su familia, esposa y sus dos hijos, Antoñito que estudiaba en el colegio de San Agustín y Pepe que lo hacía en el de San Estanislao de Kostka».
Sin embargo, el 21 de enero de 1941 recibió la respuesta de que le era denegada la petición.
Y es que las exculpatorias declaraciones, no esperadas, procedentes de la Falange, el ayuntamiento y el cuartel de la Guardia Civil de Jimena, favorables a Antonio Marina en el apartado más grave de la imputación, obligó al instructor del sumario a que se requiriera la ratificación de la denuncia a la acusación, y una relación de testigos para probar los graves hechos que se imputaban, como ser el jefe de la checa y autor de los asesinatos en Jimena, aunque sucedieron, como se ha dicho, en la estación de Arriate.
También aquí aparentara una posible mano oculta que velaba para la continuidad del procedimiento sin emitir resolución final condenatoria. En otros sumarísimos parecidos, hubieran bastados exclusivamente el contenido de la acusación, más tratándose de un funcionario quién lo había presentado, para llevar al denunciado: al paredón, a la cárcel o a un campo de concentración para trabajos forzados en redención de pena.
En estas nuevas comparecencias, el autor de la acusación, Francisco Llinás del Villar, siguió manteniendo los términos de la denuncia, procediendo a su ratificación, pero añadiendo que los hechos delatados, «lo oyó de José Fernández» -funcionario del ayuntamiento de Jimena que se exilió en Tánger- requiriendo a la vez que prestaran declaración, junto al anterior: Catalina Jiménez y Manuela Soriano Ruíz, ambas viudas de Gonzalo y de Juan de Dios Vallecillo Jiménez, asesinados en las cercanías de la estación de Arriate, así como la viuda de su hermano, Agustín, también fusilado en dicha ignominia, sus sobrinos huérfanos de padre, su hermano Pedro, exalcalde de Jimena, y «todos los hombres honrados que queden en Jimena».
En este sentido, se practicaron nuevas diligencias en los lugares de origen de los testigos refereniados.
Manuela Soriano Ruiz, viuda de Juan de Dios Vallecido Jiménez, de 43 años, fusilado en la estación de Arriate, aportó a la acusación, que «si conocía a Antonio Marina pero no puede aportar datos de él ya que desconocía su actuación aunque era un rumor público que», Antonio Marina Gutiérrez, “pertenecía al Comité revolucionario de Jimena y que era masón”.
Más incisiva fue Catalina Jiménez Huertas, de 65 años, viuda de Gonzalo Vallecilo Jiménez, dueño de la fábrica de harina de la estación, que había sido alcalde de Jimena en el periodo de la dictadura de Primo de Rivera, también asesinado, al igual que el hijo coincidentes en los dos apellidos anteriormente citado, en la estación de Arriate, que declaró que el inculpado, «era masón, pertenecía al comité revolucionario y era responsable de los robos, las vejaciones y los asesinatos» que hubo en Jimena.
En la comparecencia de la viuda de Agustín Llinás del Villar, también asesinado en la estación de Arriate, de nombre, Dolores Llinás Cesuti, de 40 años, ama de casa, vecina de Algeciras y nacida en Cádiz, manifiestó, que «conoce a Antonio Marina, que desconoce su conducta antes y después del Movimiento Nacional. Que antes del Movimiento fue amigo no íntimo de su marido (q.e.p.d.) que se reunían y lo consideraba amigo del pueblo. Que conocía el rumor de que era masón, desconociendo si participó directa e indirectamente en el asesinato de su marido».
Añadió, no obstante, «que encontrándose su marido preso en la cárcel establecida en San Pablo de Buceite, un sobrino suyo, Antonio de la Torre Bautista, que habló con un miembro del Comité del Frente Popular de jimena, Eladio León, para su puesta en libertad, le contestó que había hablado con Antonio Marina y éste le dijo que para ponerlo en libertad habría que hacerlo con todos para ser justos, por lo que sería uno de los responsables porque cree que pertenecía a ese Comité sin que sepa el cargo que ostentaba».
La alusión de la viuda Llinás, obligó a que compareciera desde Algeciras, el citado, Antonio de la Torre Bautista, de 29 años, carpintero, natural y vecino de Algeciras, que añadió: «que Eladio León no podía hacer nada porque los presos dependían del Comité de Guerra o Salud Pública y no podía acceder a su deseo».
En cuanto los hijos de la viuda Llinas que fueron obligados a declarar, Eduardo, de 6 años, Manuel de 12, Agustín de 16 y Francisco Llinás Llinás de 17 años, lógicamente en sus expresiones no se separaron de lo dicho por su madre.
Y en lo que respecta al que se hallaba residenciando en Ceuta desde finales de febrero de 1937, Pedro Llinás del Villar, exalcalde de Jimena (1931-1935) al que Antonio Marina apoyó en su elección, y que a partir de marcharse de la localidad, a principios de 1936, autoexiliándose en Tánger, pasó del republicanismo lerrouxista a apoyar al golpe de Estado y a cooperar, retornando al Campo de Gibraltar tras el 18 de julio, en la represión, manifestó que, “ya antes del Movimiento Nacional, el procesado se reunía con elementos de ideología masónica, aunque ignora su actuación posterior, pero sabe de su cuñada (Dolores Llinás Cesuti) a que le imploró varias veces la puesta en libertad a lo que respondió el por qué él y los demás no». Y concluyó expresando, «que ignora el cargo que tuvo el acusado en la etapa de dominación roja de Jimena pero tuvo que ser de lo más importante».
Sobre otros sujetos que fueron citados para que testificaran, por haber salido en sus declaraciones los nombres de, Eladio León Mayoral y José Fernández Ruiz; del primero, respondió la Guardia Civil de Jimena que, “se hallaba huido a Francia”, y del segundo, “que estaba en un manicomio en Sevilla desde hacía tiempo”.
La realidad no era exactamente así, aunque no fuera extraño que se trataba de la información que poseía el cuartel de la Guardia Civil de Jimena en ese preciso momento, donde continuaría reinando el caos administrativo sobre la localización de tanto jimenato que continuaba huido de la localidad.
Eladio León Mayoral, líder de la CNT jimenata, se hallaba en ese instante exiliado con su esposa y su amplia familia descendiente, no en Francia sino en Argelia. Había llegado la noche del día 29 de marzo de 1939 desde el puerto de Alicante, embarcado en el mercante carbonero, el «Stanbrook», que lo había tomado, junto a su mujer, Juana Cuenca Navarro -hermana del fundador del bar Cuenca en 1920- y sus siete hijos pequeños, veintidos horas antes. El barco transportó a más de seis mil republicanos hacinados en su cubierta y bodega, de los quince mil que se hallaban en el lugar portuario, también dispuestos a escapar. Fueron los últimos desesperados que huyeron in extremis en vísperas del fin de la guerra, ante la inminente ocupación de dicho espacio alicantino por el ejército italiano al mando del general Gastone Gambara, que, con los que no pudieron escapar, creo los campos de concentración de Los Almendros y Albatera donde procedió a encerrarlos, encargándose los falangistas locales del trabajo gatillero cada madrugada.
Por otro lado, José Fernández Ruiz, pariente precisamente de la familia de los Llinás del Villar, se encontraba detenido y estaba siendo tratado psíquicamente debido a las secuelas sufridas por su condena, la cárcel, su defenestración como funcionario local, más el sufrimiento por las miserias que estaba pasando su familia -su mujer, la jimenata, María Vargas Gil, con sus tres niños, y su padre, Francisco Fernández Llinás- todos ellos hallándose exiliados en Tánger antes de la ocupación por Franco, donde habían sido socorridos por el Gobierno republicano hasta el final de la guerra por la indigencia en la que se hallaban.
La detención de José Fernández se produjo tras su abandono voluntario de Tánger al finalizar la guerra cuando se dirigía de regreso a Jimena, ignorando lo que allí ocurría, para reincorporarse a su puesto de funcionario del ayuntamiento y poder empezar a rehacer su vida de nuevo. Fue detenido en el camino al llegar a Algeciras procedente de Ceuta. Y tras el calvario sufrido durante más de tres años, prisionero en distintos centros penitenciarios, el día 26 de enero de 1943, contando con treinta y cuatro años, siendo acusado de delito de rebelión militar por no haberse presentado durante la guerra a hacer el servicio militar en el ejército insurrecto, sería fusilado en la tapia del cementerio de esa localidad litoral campogibraltareña, frente a un piquete que estaba a las órdenes del teniente, Emilio M. Delgado.
JULIA PÉREZ-NAVARRO MEDINA MARCHA A SEVILLA
Tras el regreso a Málaga de Julia Pérez-Navarro, la esposa de Antonio Marina Gutiérrez, procedente de Ceuta, tan solo con la satisfacción incompleta de haberlo visto tras los barrotes, aunque sin poderlo abrazar, y de haber estado charlando con él, a la vista que el procedimiento judicial se alargaba, en su constancia en la defensa de la inocencia de su marido ante la falsa acusación de que estaba siendo objeto para que fuera puesto en libertad cuanto antes, le llevó esta vez a desplazarse a Sevilla con la pretensión de poder entrevistarse directamente con el propio capitán general de la región, responsable último de dictar la resolución judicial sobre el caso.
En la arbitrariedad y la discrecionalidad que existió en aquel periodo histórico, comprobado líneas atrás con lo sucedido a Luis Medina Corbacho, que había pasado de faista, a punto de poder ser fusilado, a falangista y de los primeros números de afiliación para ser salvado, el general golpista, Gonzalo Queipo de Llano, que era el que siguió mandando en Andalucía entre los vencedores hasta muy poco tiempo después de la finalización de la guerra, e impartía su justicia intercambiándola con las coces que fueran, y que intervendría en el affaire referenciado, sin embargo en esas fechas de 1941 ya no se hallaba en la ciudad hispalense ni en España.
Sus altaneros aires chulescos y desafíos habituales, los había empleados esta vez contra, ni más ni menos, el todopoderoso «Caudillo», el dictador, Francisco Franco, solo responsable de sus actos ante Dios y la historia.
En este sentido, el general Queipo, pasados dos meses de la finalización de la guerra, consideró, al no serle concedida la laureada de San Fernando, que no se le premiaba, en medallas y en bienes, como tampoco a la ciudad de Sevilla, por todo lo hecho por él, según se autovaloraba, para el triunfo del golpe de Estado. Y cometió su pecado mortal. En la incontinencia verbal que le caracterizaba, hizo público sus quejas, además en un discurso durante un acto oficial.
Como era de esperar, quizás todos menos él, elevado en Sevilla a la altura de la virgen de la Macarena, fue destituido inmediatamente como titular de la capitanía general de Andalucía y enviado a Roma, bajo el fascio de Benito Mussolini, a un puesto, con pompa formal de asesor militar, aunque de poca relevancia, además con la prohibición expresa de no poder retornar a España en tres años.
Simultáneamente, un hombre de plena confianza de Franco, el teniente general, Fidel Dávila Arrondo, el 19.08.1939, que había sido ministro de Defensa en el Gobierno de los rebeldes con sede en Burgos, fue nombrado nuevo responsable de la región militar de Andalucía en su sustitución.
Este hecho y en ese momento de 1941 en que se hallaba en situación posiblemente crítica la vida de Antonio Marina Gutiérrez, no le vino bien a la familia Marina Bocanegra que hubiera sucedido lo anterior, ya que habían tenido un precedente en los últimos días de la guerra, salvando a un jimenato de ser fusilado. Se trataba de Gonzalo Gil Herrera.
Esa gestión de súplica se efectuó oralmente ante el propio general Gonzalo Queipo de Llano por su sobrino médico, Alfonso, a petición del también facultativo, Salvador Marina Bocanegra, hermano de padre de Antonio Marina Gutiérrez. Y es que ambos eran colegas de profesión con el mismo destino facultativo, en el Sanatorio Marítimo de Torremolinos, volcados en aquel momento en los enfermos de tuberculosis, donde habían estrechado una profunda amistad.
Esa íntima relación, entre Salvador Marina Bocanegra, persona con cabeza bien amueblada y de ideología liberal, y su colega, el doctor Alfonso Queipo, de ilustre biografía enormemente distante a la de su cruel y grosero tío el general, llevó a salvar la vida del jimenato, Gonzalo Gil Herrera, tras ser detenido a la caída del frente republicano situado en Sierra Nevada para a continuación ser encerrado en la plaza de toros de Granada al objeto de ser fusilado.
Este feliz logro hizo sellar a partir de entonces y de por vida en Jimena una enorme amistad entre los Giles y los Marinas que trasciende hasta la generación presente.
Pues bien, en aquel avanzado verano de 1941, el tesón de la mujer de Antonio Marina, Julia Pérez-Navarro Medina, tras unos meses de su regreso de Ceuta, le hizo llevar en esta ocasión a Sevilla con la pretensión de entrevistarse con el capitán general de Andalucía en su propio despacho. Lo logró tras una semana llamando cada día a su puerta.
Al fin fue recibida. No hay prueba documentada de quién lo hizo posible, pero podría suponerse, a través del conducto ya referido, que fue Alfonso, el médico sobrino del general, Gonzalo Queipo de Llano que sin embargo se hallaba en Italia. Lo que está constatado es que tuvo lugar el encuentro donde el capitán general de la plaza de ese momento oyó una argumentada y fundamentada petición de clemencia por parte de Julia.
Influenciado o no por esa entrevista, o como consecuencia casual del cierre del expediente judicial que había seguido su curso y se hallaba ya en su ocaso, previo a dictarse sentencia, llegó el instante de resolver. En esta hoja de ruta, a finales de octubre, el auditor militar con todo el tocho de hechos y diligencias practicadas en su poder, emitió informe preceptivo para su remisión al capitán general de Andalucía, donde se declara la inocencia de Antonio Marina sobre los contenidos de las gruesas acusaciones que se le habían imputado, solicitando su libertad provisional, con la socorrida frase que era habitual, «V.E. no obstante resolverá».
En resumidas cuentas: Antonio Marina Gutiérrez, finalmente salvó su vida de verse fusilado o de una larga permanencia carcelaria, Primero, porque huyó tempranamente de Jimena antes de que se produjeran los luctuosos hechos contra miembros de la derecha antirrepublicana que le hubieran implicado solo por hallarse en la localidad aunque no participara en los mismos. Segundo, porque se fue de Málaga capital antes de su toma por los rebeldes cuando aún tampoco existían tribunales militares. Y tercero, porque marchó de Barcelona a buena hora. En esta última fuga, porque llevó adicionalmente a que no se viera detenido tras su paso por la frontera por la gendarmería francesa y haber acabado en un campo de concentración galo, como seis meses después ocurriría con el doctor Ortega Durán o con la familia estacionera de los López Morales, o la de los León Díaz, y la de tantos otros, para verse atrapado a continuación en la Europa de la Segunda Guerra Mundial.
Su único error, fue quedarse en Tánger, ya ocupado por los franquistas que procedieron a su pronta detención. También lo argumentaría Antonio Marina en el sumario, manifestando que acabada la guerra como no había hecho nada malo, consideró que no tenía motivo para huir, y como las representaciones comerciales que llevaba en Tánger, entre ellas de varias firmas estadounidenses de importancia, le estaban yendo bastante bien, tampoco era plan marcharse de esta ciudad.
No obstante, le sirvió, tras el coste de algo más de un año en la cárcel y con el agua hasta el cuello, por la incógnita sobre el desenlace del procedimiento sumarísimo que se vio incurso, para legalizar su situación y así regresar a su ansiada Málaga donde se hallaba su familia, y a la inversa no haber huido a otros lugares, como Casablanca, México o Venezuela, tal como les sucedió a sus buenos amigos: el doctor Guillermo Ortega Durán o el practicante Juan Arjona Gil, sin llegar a saber si en vida podía haber efectuado su regreso a España para volver a verse con su querida familia.
Digamos que Antonio Marina Gutiérrez fue una persona con bastante intuición ante el peligro, que tuvo mucha suerte y que además fue un privilegiado entre sus allegados republicanos que corrieron peor fortuna, al encontrarse con el apoyo, hecha una piña, aunque no comulgaran con su ideario, de toda su saga familiar entera, en Jimena, Málaga y en Barcelona, y con una perseverante esposa, que juntos hicieron todo lo posible por salvarlo y así quedara liberado de la grave como falsa acusación que le fue imputada.
Cuántos jimenatos menos relevantes en la localidad durante la etapa republicana que Antonio Marina Gutiérrez, e igualmente inocentes, no tuvieron la misma estrella y por el contrario se encontraron frente a los pelotones de fusilamientos siendo acribillados en las tapias del cementerio del Castillo de Jimena, en el de San Rafael de Málaga, o, como en el caso de la familia del boticario, los Pitalúas, en el camposanto de la Estación de San Roque.
Digamos que en ese régimen caciquil franquista que se estaba empezando a configurar, si eras un don nadie y no tenías padrinos no pintabas nada, y si no tenías influencias o enchufes, menos aún; pudiéndose afirmar en este caso, que el pulso de los Llinás -sin que les fuera obligados a presentar prueba documental alguna sobre lo que acusaban, aunque en ese Estado no de derecho, tampoco hiciera falta- fue ganado por los Marinas.
Por otro lado, Antonio Marina Gutiérrez para nada era ningún radical y el ideario que profesaba era un liberalismo social siendo su vocación profesional la de convertirse en un gran y honesto empresario; otro caso que desafía la ridícula simplificación que el franquismo realizó de sus opositores republicanos, calificándolos de «rojos peligrosos», al igual que lo hiciera contra quiénes discreparan de su genocidio o de su posterior Dictadura.
Digamos por tanto, que Antonio Marina Gutiérrez pudo afortunadamente sobrevivir, su sufrida familia disfrutarlo y por lo que corresponde a la autoría de este relato histórico, seguir con el capítulo siguiente concluyendo su biografía, para relatar su llegada a Málaga, el encuentro con su familia y la actividad que desplegó a continuación.
Roberto
enero 25, 2021
muy interesante, gracias.