COCHES, CARRETERAS Y CONDUCTORES DE AQUELLA JIMENA
Ignacio Trillo
Hasta la mitad de los años cincuenta del siglo pasado, el número de coches que había, sumando Jimena y La Estación, se podía contar con los dedos de las dos manos.
Para comprar un coche nuevo a estrenar se tenía que esperar varios años tras su pedido. Eso le aconteció a mi padre que tuvo que aguardar un quinquenio desde que en 1954 lo solicitó hasta que le llegara el suyo. Ante las variaciones que se empezaron a operar en el mercado automovilístico daba tiempo hasta para revisar la opción de compra tomada, permutando sobre la marcha una marca por otra.
Así ocurrió en mi casa. Se comenzó al principio eligiendo un coche de importación británica, marca Austin, para acabar solicitando un Seat seiscientos. La decisión se planteó al advertir mi padre durante 1957 en el NO-DO el primer cochecito de ese modelo salido de la fábrica de la zona franca de Barcelona, en una presentación que se hizo a bombo y platillo y que previamente fue retransmitida en directo por la radio. Don años antes, contando, como no podía ser de otra forma, con la presencia del omnipresente Caudillo de España, Francisco Franco, se había inaugurado la nueva fábrica de la Seat en Martorell (Barcelona)
El Seat 600 que se convirtió en el primer coche de consumo de masas en España salió al mercado al precio de 71.400 pesetas, impuestos incluidos (429 euros) Hay que señalar que entonces la renta per capita anual de los españoles estaba en 18.472 pesetas; o sea: 111 euros.
La tarde que en 1959 nos llamaron por teléfono para anunciarnos que nos tocaba adquirirlo, y por tanto tenía que ser inminente su recogida, nos pusimos de lo más nervioso. No dábamos crédito: fue una fiesta familiar. Su llegada al pueblo, que sucedió en primavera, un acontecimiento. Era el primer Seat 600 en Jimena.
Cuando lo vimos, nos pareció su diseño y tono muy atrevido. Se podía poner descapotable abriendo manualmente la lona de goma negra que cubría el techo. La chapistería era de color verde oliva. No tenía comparación con el mini parque de coches longevos existentes hasta entonces en Jimena, que en su mayoría tenían la tonalidad de color negro o gris oscuro.
Lo percibíamos cómodo y amplio para cubrir las necesidades de mi familia. Cabíamos los cinco que éramos en casa, y apretándonos un poco hasta entraría la niñera de mi hermano de meses, Francisco Javier, o un invitado. Fue lo primero que comentamos.
De hecho, en los viajes que empezamos a realizar los domingos de ese verano con destino a la playa del Rinconcillo, iba Clarita con mi hermano chico en sus brazos. Y cuando no, Cayetano Lobillo, en invierno, que nos acompañaba para asistir con mi padre a los partidos del Algeciras CF en su estadio de “El Mirador”, mientras el resto de la familia esperábamos en el piso de mi tío, Domingo Casas, el veterinario de La Estación, que tenía en la Avenida, hasta retornar de nuevo a Jimena, no sin antes saborear una fría horchata con pajita, servida en la Heladería “La Alicantina”, que estaba en su bajo.
Los coches entonces iban totalmente ocupados de pasajeros, de bote en bote. Ocho años mantuvo mi padre el seíta, siempre conducido por él hasta que se deshizo para comprarse un Simca 1000 de color blanco, modelo de la patente Chrysler que había salido al mercado español un año y pico antes. Lo adquirió en la delegación de Barreiros en Algeciras, donde ya no tuvo que guardar cola de espera temporal alguna.
En esta última fecha, me encontraba en vísperas de sacarme el carné de conducir al aproximarme a los dieciocho años, y una vez que lo obtuve, en el rígido asiento de este auto, de color rojo y dotado de un material ondulado como si fuera hecho de plexiglás importado de Gibraltar, que tan de moda estaba, experimenté en mis carnes, músculos y huesos, lo mismo que decía la canción que salió en el ocaso de la movida de los ochenta: lo difícil que era hacer el amor en un Simca 1000.
Retrotrayéndome; los chiquillos de las postrimerías de los años cincuenta rivalizábamos mucho por la bondad de las marcas y modelos de cuanta novedad saliera al limitado mercado de entonces.
Desde pequeño lo habíamos empleado ya con las bicicletas. Cuando Los Reyes Magos a algunos traían una, de la marca Orbea, los que tenían BH vacilaban con que eran las mejores y más perennes en su conservación, con el siguiente chascarrillo argumental: “Las Orbeas para que no se estropeen tienen que ir siempre por las “vereas”; al contrario, las BH, de lo dura que son, van por los baches”.
No podía ser menos cuando posteriormente apareció el antagonismo entre los distintos modelos de coches.
Así, mi amigo, José María Macías, me decía que la mejor calidad procedía de la casa Renault. Estaba claro; su padre tenía pendiente de recibir un automóvil del modelo Daulphine. Evidentemente, despreciaba la marca SEAT, cuya sigla, según le habían comentado, significaba: “Siempre Estarás Apretando Tornillos”.
Esa porfía de sacar chascarrillos chispeantes de cada sigla procedía de siempre. Así, cuando mi tío Domingo Casas años antes había adquirido un vehículo de segunda mano, de marca extranjera llamada FORD, a escasos días, se había corrido la traducción de ese término por la Estación donde vivía: “Fabricación Ordinaria, Reparaciones Diarias”.
Sin embargo, lo realmente cierto fue que “los seitas” salieron de lo más fuerte. Por contra, el citado modelo de origen francés que adquirió el padre de mi amigo, el tendero, Bartolo Macías, así como la otra gama que le continuó, el Gordini, acabaron llamándole: “el coche de las viudas”, debido a su escasa estabilidad, lo que sería noticia persistente en prensa y radio por los numerosos accidentes en los que se veían envueltos, con lamentables pérdidas de vidas humanas.
La inestabilidad de esos patrones de la Renault era tal, debido a su poco peso, alta velocidad y motor trasero, que los días de fuerte viento de levante, como medida de precaución, antes de llegar a las curvas cerradas de Tarifa, para que no se saliera por alguna de ellas, más de un conductor, a la salida de Algeciras con rumbo a Cádiz, a la altura del Mesón Sancho, llenaba el maletero, ubicado en la zona delantera, de piedras y hasta con sacos de arena para asegurar su seguridad. Así el coche obedecía mejor al volante que al viento.
También el pique entre aquellos chiquillos abarcaba el campo de los camiones de transportes. Tobi Castilla y José María Macías, cuyos padres se dedicaban al suministro de materiales de construcción, habían tomado opciones distintas de compra. Uno, de la marca Ebro, frente al otro que adquirió Pegaso. Ambos no paraban de discutir sobre el que era más duro y más carga podía soportar.
Dejo este otro apunte como punto y final de este apartado de sacarle punta a los vehículos refiriéndome a que continuó también en la siguiente década de los sesenta. En este sentido, el eslogan oficial publicitario utilizado para el lanzamiento del modelo que se compró mi padre tras el Seat 600, el Simca 1000: “Cinco plazas con nervio”, no fue muy afortunado ya que la picaresca popular jimenata le sacó enseguida, tal vez copiada de fuera, una interpretación que en la rivalidad de marcas que proseguía, resultaba igualmente peyorativo: “El filete del pobre, porque era para cinco y con nervio».
En la mayor parte de este tiempo relatado, los baches existentes en las carreteras eran descomunales y de recurrencia continua. Era complicado que un coche se dispusiera en posición recta apuntando en dirección al destino, ya que casi siempre, en un viario por donde pasaban tan pocos automóviles, se avanzaba haciendo eses, como si un borracho lo condujera, driblando los desiguales boquetes del firme para sortearlos, o por lo menos en evitación de pillar los más extensos y profundos con los que estábamos familiarizados, en evitación de que reventara una rueda. Eran tantos los hoyos que se hacía insufrible librarse de la mayor parte de ellos.
Esos movimientos zigzagueantes del coche, los saltos que pegaba por el mal firme rodado, unido a la mala combustión de aquellos motores y de la escasa calidad de la gasolina, las fatigas con vómitos incluidos estaban a las órdenes del día, sobre todo para los que iban sentado en la parte de atrás. Este hecho, hacía también que los viajes duraran más tiempo por las paradas a realizar para que se pasara el mal trago o para limpiar el interior del vehículo porque no había dado tiempo de avisar.
El claxon era considerablemente utilizado en los coches. Como pauta, los conductores tocaban la bocina cuando se cruzaban raramente con otro automóvil como signo caballeroso de saludo y contentos por saber que no se hacía el trayecto en solitario, aunque fuera en sentido contrario. De igual forma en las curvas para alertar por si aparecía otro.
Asimismo se empleaba el pito para adelantar, al objeto de que el coche que se tenía inmediatamente a la vista, que solía circular por el centro de la calzada, se apartara para dejar espacio y cediera lateralmente el paso. Y es que, bien por el ruido escandaloso de aquellos motores que no te dejaban oír al que se acercara, o por la costumbre de ausencia de vehículos transitando por aquellas infernales carreteras, no se tenía la costumbre de observar el retrovisor o no lo portaba el coche. Por eso se utilizaba mucho en el conductor, al oír una bocina, girar la cabeza o sacarla por la ventanilla para advertir quién venía por detrás.
El retrovisor que se llevaba en el centro del cristal delantero del coche por su interior, aquellos vehículos que así lo disponían, siempre andaba en otro lugar del debido a consecuencia de que se caía por no pegarse bien al vidrio, fundamentalmente por mor de los cambios térmicos que soportaba. También, raramente se llevaba el espejo externo a la izquierda del asiento del conductor, y nunca, por aquel entonces, el de la ventanilla derecha. Eso fueron modernuras posteriores.
Mi padre, nos comentaría en más de una ocasión, no se explicaba que cuando un coche comparecía por atrás y pitaba para avisar que quería adelantar, lo primero que hacía el conductor que iba delante era darle la vuelta a la cabeza para mirar a su espalda, cuando quedaba claro que no podía tratarse de otra cosa que no fuera un automóvil.
Tampoco se utilizaban muchos los intermitentes, o no eran de fiar porque dejaban de funcionar fácilmente debido a que sus cables también se estropeaban con la lluvia o por el calor. Por ello, se suplían por la mano y el brazo izquierdo del conductor sacándola por la ventanilla.
De la misma manera este movimiento tenía su liturgia. Cuando se giraba a la izquierda para avisar de antemano a los de detrás, ambos miembros inferiores del cuerpo se extendían en horizontal. Y cuando se hacía en dirección a la derecha se formaba con ellos un ángulo recto. Del mismo modo, para dar conformidad en los adelantamientos al de detrás, se movía el brazo y la mano hacia delante y hacia atrás haciendo flexión con el codo y con la muñeca, señal de que se le daba paso.
La presencia de animales en unas carreteras que tan escaso tráfico de vehículos de motor soportaban, era de lo más normal. Entraba en lo cotidiano contemplar piaras de cabras, chivos u ovejas, con su pastor, bien transcurriendo por el escaso asfalto existente o cruzando la carretera de un lado a otro. A este tipo de ganado no estabulado comenzó a denominársele cunetero, por frecuentar rumiando los bordes del sendero que servían para evacuar las aguas pluviales.
Los burros o caballos transcurriendo por los arcenes de la carretera como medio de transporte o de acarreo eran los más frecuentes. Nos resultó gracioso cuando observamos por primera vez en la recta de Barría, como señal triangular de peligro, una vaca para indicar zona de regulación del paso de ese tipo de ganado
Lo que no ocurría tan frecuentemente, pero que podía presentarse por el entorno tan naturalizado en el que nos encontrábamos, sin apenas alambradas y en ausencia de otras barreras u obstáculos, era la aparición de otra fauna, la de carácter silvestre.
Irrumpían más usualmente los ciervos o los venados. En este caso, de noche, lejos de asustarse el animal, deslumbrado por la potente luz que despedía el coche, no se marchaba del firme rodado tan fácilmente, en contra de lo que pudiera pensarse. Había que ser paciente, parar el vehículo, apagar el alumbrado y esperar a que él mismo abandonara la medio pavimentada calzada.
Las exigencias para sacarse el carné tampoco eran muy estrictas. Un pariente mío, que ya contaba con avanzada edad cuando lo obtuvo, lo más que se retiraba del pueblo era a unos treinta kilómetros a la redonda; además, no pasaba en las marchas de la primera velocidad.
Pasado un tiempo, cuando ya se atrevió a meterse por la carretera de la Costa, de mayor tráfico, utilizaba en sus trayectos los arcenes para no entorpecer con su extrema lentitud la normal circulación del tránsito rodado.
De dominguero, una tarde le dio un gran susto a su prima hermana, mi tía Rosario Huertas, cuando, encontrándose enfrente del Hostal de las Camelias en Torreguadiaro esperando tomar el autobús de la empresa Portillo con destino a Algeciras, apareció el primo condiciendo a piñón fijo, con su primera marcha metida, invadiendo el lugar donde acostumbraba retranquearse el autocar para estacionarse y así recoger a los habituales pasajeros. Estuvo a punto de llevarse a ella por delante, y, por ende, a su bolso con ropa que yacía en el suelo.
Con esa única marcha introducida como fija en la caja de cambio que utilizaba en sus peregrinajes, se pillaba el coche cada calentón que le apremiaba a tener que hacer insistentes paradas; hecho que hacía coincidir con algún bar o venta de los situados a pie de carretera. Así de paso, se valía para tomarse una copita.
Sólo cogía el coche los días festivos, únicas jornadas que además bebía. Sería utópico pensar, por aquel entonces, que pasadas décadas existieran controles de alcoholemia en las carreteras. La bebida fue siempre una componente intrínseca a la cultura rural, y como tal acompañaba también a más de un ahumado al volante.
El primer accidente, con víctima mortal, lo conocí unos años más tarde. Fue en la recta de San Diego en Torreguadiaro. Sería un yanito quién falleció, porque la placa de la matrícula del coche siniestrado era de las amarillas de Gibraltar. Quedé impresionado pensando que alguien pudiera alcanzar la muerte en la carretera. Hasta entonces, ni se me había ocurrido, lo más una herida.
Los gibraltareños se significaban en la conducción por llevar por las noches siempre puestas la luz larga; los improperios verbales que recibían en tono patriótico procedente del interior del automóvil nativo con el que se cruzaban eran de aúpa, pero que no les llegaban a sus orejas ante el ruido del motor y por el cristal de la ventanilla subida que suprimía la eventualidad de que se colaran los insectos voladores. Además de los tacos, oralmente transmitidos, salidos en ese pronto, se complementaba con el consiguiente bocinazo sonoro procedente del deslumbrado conductor desorientado y sobresaltado.
Ni que decir, que aquellos coches no llevaban radio alguna; ni imaginárselo que un día fuera posible tal milagro.
Se tardaba una hora de Jimena a Algeciras, en los apenas treinta y tres kilómetros que nos separan. A ello habría que añadir los minutos de parada, invitado por los numerosos controles que efectuaba la Guardia Civil husmeando productos a incautar procedentes del contrabandeo con Gibraltar, o para detener al que no llevara papeles y pudiera ser un desafecto al Régimen, también llamado posteriormente un subversivo. No existía aún la sección de La Benemérita, como oficialmente se le apelaba, dedicada al tráfico rodado, o por lo menos nunca nos lo encontrábamos en esas rutas.
Sin embargo, la Guardia Civil de los pueblos llegó a instalar controles fijos, con sus garitos de obra correspondientes para redactar cómodamente sus actas o partes de incidencias o para ser utilizado como refugio de las inclemencias meteorológicas.
Los emplazaron: en la estación de San Roque; junto el cruce con la carretera del Tesorillo con la de Algeciras-Ronda; con la de Guadiaro a San Enrique saliendo de la del Tesorillo, a escasos metros del Puente de hierro; y en la Estación de los Ángeles de Jimena; puntos dónde eran requeridas las detenciones de los vehículos de forma obligada para la inspección y el consiguiente registro por esos agentes de la autoridad.
Aparte, había otras parejas de guardias civiles haciendo controles aleatorios en otros puntos de la carretera, si bien sólo para incautar mercancía ilegal. Nada de multas por infracciones al código de circulación.
Más tarde, cuando se desplegó en la comarca campogibraltareña la Guardia Civil de Tráfico, el panorama en las carreteras cambió. Eran temidos.
Ese aire bacilón que le daban las botas hasta la rodilla, enfundando en su interior una parte del pantalón, la chupa larga de cuero negro con cinturón y correa a modo de tirante especial, con las gafas sujetas al casco igualmente negro que portaba en la cabeza a modo de buceadores o pilotos de aviación de la primera guerra mundial, -en relevo del tricornio con el que tan familiarizados estábamos- imponían y acojonaban. Más bien parecía copiada esa estética de los nazis alemanes. A veces se estacionaban en los cruces, vigilando el respeto a los Stop, o en las zonas no visibles cercanas a una curva para pillar in fraganti adelantando indebidamente.
En esos lugares, iban cayendo los conductores unos tras otros como moscas, por no estar habituados, en ausencia de automóviles, a respetar la parada al Alto de la señal, o por ir invadiendo, distraídos o driblando baches, el sentido contrario de la doble dirección.
No valía, como eximente, que habían alertado con la bocina, puesto que esa señal acústica sólo había servido a la propia pareja de la Guardia Civil para ponerla aún más en alerta de que comparecía el siguiente infractor.
Digamos que su creación, como todo cuerpo de seguridad que surge para imponer disciplina y multas, fue polémica; aparte del precedente represor que para algunos arrastraba ese cuerpo militar en el pueblo y en el monte por cuanto había sucedido en la reciente postguerra. Como iban sobre ciclomotores de alto caballaje, de la marca Sanglas, se les conocía popularmente por el nombre de “Los Motoristas”.
Bastaba una indicación para que de inmediato se parara el coche apuntado; bien a causa de un hecho infractor o simplemente en solicitud de los papeles o el carné. Solo por ello, instantáneamente se presentaba la taquicardia o cierta ligereza en las tripas del conductor; hecho que se aceleraba apenas el guardia de turno se acercaba a la ventanilla para, bajando la cabeza, simultanear el saludo militar con su mano derecha dirigiéndola hacia su sien, dar las buenas y a continuación indicar el móvil que originaba la requerida detención del auto.
No obstante, habría otras voces, siempre procedente de los más proclives al Régimen, que lo ensalzarían a su modo, revelando que era lo mejor que había hecho El Caudillo desde el final de su triunfante victoria en la Guerra Civil. Y es que señalaban que bastó con que se acometiera el despliegue de la Guardia Civil por las carreteras para disuadir a los vehículos parados a pie del asfalto a que continuaran dificultando el tránsito rodado, porque a sus desaprensivos conductores les daba la gana de hacer una paradita donde les pillara; bien para hacer una necesidad fisiológica, por hambre para comer lo que llevaba en su fiambrera, o porque le había entrado sueño y había procedido, sin desviar el coche o camión a un descampado, a quedarse en la calzada, desconectando el motor, mientras se echaba tranquilamente una cabezada o hasta una siesta de horas.
En una macabra campaña de seguridad vial que puso en marcha la Dirección General de Tráfico; a cada muerto que acontecía en la carretera por motivo de circulación, en el mismo punto kilométrico de la desgracia, se le dedicaba un monolito blanco donde en negro figuraban, junto al R.I.P y la cruz de rigor, los nombres y apellidos de los fallecidos así como el día en que aconteció, al objeto de que sirviera de advertencia y recordatorio de cara a que la cordura al volante presidiera la acción de los demás conductores que seguían supervivientes.
Este tétrico hecho se llevaba a cabo en las carreteras nacionales, no en las secundarias; así que, apenas traspasábamos el cruce de Taraguilla de La Estación de San Roque con destino a Algeciras, mi hermano Miguel Ángel y yo, mi otro hermano Francisco Javier era aún muy chico, nos poníamos en en alerta con tensión, atentos a las lápidas.
Apenas divisábamos la aparición de una nueva necrológica, que se añadía como a las que habíamos observado en anteriores trayectos realizados por la misma ruta, gritábamos: “¡Papá, mamá, mira, ahí ha habido otro muerto!”; a lo que mi madre respondía, santiguándose y rezando para encomendarnos a la patrona de Jimena, la Reina de los Ángeles. Además, con un profundo suspiro y en tono de sentido pésame, añadía: “¡Pobre familia!”.
Como eso de los accidentados mortales fue a más, el paisaje de los márgenes de la carretera se fue convirtiendo en un cementerio lineal; hasta que un día, para respiro a nuestra habitual angustia, a Dios gracia y a todas las Vírgenes que hacen milagros, desapareció tan lúgubre constelación funeraria.
ANEXO I: POST AUTOBIOGRÁFICOS RELACIONADOS CON MI VIVENCIA EN LA JIMENA DE LA FRONTERA QUE ME VIO NACER Y TRANSCURRIR HASTA MI ADOLESCENCIA.
LA MUERTE DE LOS PAPAS DE ROMA DESDE JIMENA (25.02.2017) Al igual que pudo suceder en cualquier otro punto del medio rural en aquella España tan profunda y de tan obligada religiosidad oficial, relato aquí desde el prisma de la infancia cómo se vivió en el pueblo que me vio nacer la muerte en tan solo cinco años de dos Pontífices del Vaticano, Pío XII y Juan XXII: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/25/31152/
EL CUENTO DE LA CIGÜEÑA Y LA REPRODUCCIÓN (17.02.2017) La historia de una infancia donde la escuela para la enseñanza de la hechos mas elementales, considerados por la moralina estrecha imperante como delicados y no aptos para menores, se aprendían en la calle a través del contacto directo de los amigos, tales como de donde venían los recién nacidos y como las parejas engendraban a sus descendientes. https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/17/31102/
UN JIMENATO EN LA FERIA DE TESORILLO (15.02.2017): Un recorrido por las relaciones entre personas de distinto sexo acontecido a lo largo de una gran parte del siglo XX, tomando como hilo argumental de la narrativa la historia real sobre los avatares que le acontecen a un jimenato que fue a ligar a la feria del Corpus de la entonces pedanía y hoy entidad local autónoma, San Martín del Tesorillo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/15/30992/
LOS ÁNGELES Y JIMENA CON LA FAMILIA LASTRES (05.02.2017): Pasado más de medio siglo, un recorrido por la Jimena y su Estación de tren de los Ángeles acompañado de una familia de octogenarios que así la vivieron en su tiempo de juventud y que tras marcharse del municipio han viajado de nuevo para volverla a recordar: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/05/30708/
BARBERÍAS Y PELUQUERÍAS DE JIMENA (27.01.2017): La sociología que envolvía a la clientela, tertulias y prensa que se leía en aquellas barberías de la década de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado, así como lo que significó la irrupción en el pueblo de las peluquerías para señoras: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/01/25/30573/
LA GRAN NEVADA DE 1954 EN JIMENA (20.01.2017): (El 3 de febrero de 1954) Jimena de la Frontera amaneció como nunca, con una inmensa nevada que casi todo lo cubría. Y en este caso desconocido y que no se ha vuelto a reproducir, narro cual fue la reacción de sus habitantes hasta que primero se heló y luego se derritió: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/01/19/30456/
LA DIVISIÓN AZUL EN JIMENA (09.01.2017): El relato de esta aventura del franquismo en apoyo a Adolfo Hitler, adonde llegaron dos jimenatos que atravesaron sinsabores múltiples por las penurias que padecieron: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/01/08/30335/
LOS ORÍGENES DEL FÚTBOL EN JIMENA (21.12.2016): La historia de la creación del club deportivo Jimena de fútbol asi como sus antecedentes, reconstruido a través de unos recortes familiares que casualmente hallé: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/12/19/30130/
LA TELEVISIÓN LLEGÓ A JIMENA A TRAVÉS DE SAN PABLO (21.10.2016): Las peripecias que ocurrieron cuando aparecieron los primeros televisores y cómo contribuyó a cambiar ciertas pautas del comportamiento de las gentes del pueblo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/10/19/29752/
LA NOVENA QUE VIVÍ (01.09.2016): Cómo fueron a lo largo de mi infancia los nueve días dedicados a la patrona de la localidad, la Reina de los Ángeles, en la barriada que lleva su nombre y estación de tren, culminada el fin de semana de la primera semana de septiembre: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/09/01/29468/
TRAGEDIA TAURINA EN ALCALÁ LA REAL (26.08.2016): En el jienense pueblo de Alcalá La Real, cuatro años antes de que se hundiera la plaza de toros de Jimena de la Frontera, también había ocurrido un episodio de similares características: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/08/26/29375/
DESGRACIA TAURINA EN JIMENA (17.08.2016): El hundimiento de la plaza de toros de Jimena acontecido el 17 de agosto de 1961, donde hubo cinco muertos y cientos de heridos, entre ellas la hija del Primer Ministro de Reino Unido: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/08/17/29346/
EL PREGÓN A JIMENA QUE NO FUE (01.06.2016): En el año 2003 el ayuntamiento me nombró pregonero de aquella feria de Agosto. Cuando subí al escenario, me olvidé del guión que llevaba escrito para entregarme a las historias de mi infancia y adolescencia que me inspiraban los vecinos presentes. Ahora, localizado el texto que llevada redactado porque se me extravió, lo hago público : https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/05/29/28784/
EL CINE DE VERANO EN JIMENA (13.05.2016): Recorrido por lo que fue esta sala cinematográfica en la temporada veraniega y calurosa: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/05/13/28738/
EL CINE CAPITOL (25.04.2016): Radiografía sobre la sala cinematográfica y espectadores de invierno en Jimena: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/04/25/28693/
BARES DE JIMENA (04.04.2016): Descripción sobre bares y clientes que lo visitaban para beber, tapear y charlar: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/04/04/28375/
LA GASTRONOMÍA JIMENATA QUE FUE (03.03.2016): Un recorrido por los platos tradicionales, con el recetario de sus ingredientes y su evolución hasta hoy: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/03/03/28125/
ENTRAÑABLE AURELIO (19.02.2016) De la mano del taxista de Jimena recorriendo aquellas carreteras, paisajes y paisanajes de mi infancia en los coches de la época: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/02/19/27623/
LA MIRADA A LA GUERRA DESDE LA NIÑEZ (01.12.201): Cómo viví desde chico la Guerra Fría que se desarrollaba, como el accidente de bombas atómica caídas en Palomares, el bloqueo a Cuba por el despliegue de los misiles soviéticos o la carrera espacial: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/12/01/26981/
TOROS EN LA JIMENA DE 1957 (16.09.2015): Crónica de una historia local que recupero limpiando bolsas de recortes de prensa y apuntes manuscritos del pasado: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/09/15/26318/
CÓMO ÉRAMOS: ADOLESCENCIA, SCOUT Y MÚSICA (01.11.2012) Contiene las relaciones y vivencias de aquellos jóvenes y la música que oíamos de Radio Gibraltar así como los discos de vinilo que nos llegaban desde El Peñón: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/11/01/12928/
HACIA EL IIº REENCUENTRO DE LOS CLUBES DE JIMENA (18.04.2015): Tal como somos, medio siglo después de aquella adolescencia: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/04/17/25415/
CUANDO DE NIÑO ME FUI DE CINE (02.10.2012): Un apunte biográfico de mi infancia con la actriz sueca, Anita Ekberg, el español Fernando Fernán Gómez y el italiano, Vittorio de Sica: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/10/02/11624/
CÓMO LLEGÓ LA IIª REPÚBLICA Y SU PRIMER ALCALDE A MI PUEBLO (13.04.2014) La sencilla historia sobre cómo se enteraron radiofónicamente de la llegada de este acontecimiento histórico: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2014/04/13/22541/
LA HISTORIA DEL DOCTOR MONTERO (13.09.2014): Una sacrificada y sufrida biografía la del médico de mi pueblo comprometido con la causa de la democracia y la IIª República: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2014/09/13/23993/
CRISIS Y EMIGRACIÓN EN EL MEDIO RURAL (24.02. 2015): Cómo fue y las secuelas dejadas por la emigración de la décda de los sesenta del pasado siglo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/02/24/25187/
MI PESADILLA CON WERT (18.03.2012): El relato a través del sueño sobre el modelo de enseñanza bajo el franquismo y que al parecer tenemos que volver con la LOMCE: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/03/18/6032/
GIBRALTAR, ESA GRAN COARTADA DE RAJOY (12.08.2013): No solo le sirvió el estribillo, «Gibraltar español», a Franco para desviar las tensiones contra su Régimen, sino que también lo ha empleado Rajoy para tapar su corrupción): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2013/08/12/18762/
ANEXO II: TRILOGÍA SOBRE CASTELLAR DE LA FRONTERA.
DE JIMENA A CASTELLAR PARA VER MI PRIMERA NOVILLADA (06.11.2016): Cómo percibí el lugar en que se celebró y el transcurso de mi primera asistencia a una peculiar corrida taurina: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/11/06/29871/
LA CASTELLAR QUE CONOCÍ EN 1960 (06.12.2016): En qué situación de extremo subdesarrollo se encontraba este municipio y el cambio espectacular que se produjo en tan poco tiempo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/12/06/29970/
CASTELLAR Y LA CASA DUCAL DE MEDINACELI (26.12.2016): Historia de Castellar y de la casa nobiliaria que la dominó durante un largo periodo con prácticas semifeudales y las distintos avatares divergentes que les vinieron sucediendo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/12/25/30239/
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Posted on marzo 6, 2017
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