LA CASTELLAR QUE CONOCÍ POR MOR DE MI PRIMERA NOVILLADA
Ignacio Trillo
Relatar el inicial viaje que realicé de chiquillo a Castellar de la Frontera procedente de Jimena para estrenarme en la contemplación de una novillada, además acompasada de características singulares por celebrarse en el interior de su Castillo fortaleza, me obligó, previamente a su elaboración, a tener que repasar cómo se hallaba ese pueblo en el momento de mi visita (https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/12/06/29970/) así como adentrarme en la historia de este noble pueblo (https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/12/25/30239/)
Lo consideré imprescindible para hacerla cuadrar con el relato memorístico que conservaba de mi infancia, situando sobre el tablero del relato y en el casillero que le correspondía cada pieza recordada. Y la verdad es que, aparte de evocar lo que de interesante y rico guarda su pasado de 1960 y su pretérito más ancestral, me sirvió para ratificarme gratamente de que sus huellas eran asociables a las de Jimena, aunque con ciertas matizaciones diferenciales.
En este sentido, abordando aquí el primer apartado del Castellar que conocí de niño, después de esa inaugural visita taurina sucedida en agosto de 1960, y sobre todo comparándola con otra estancia fugaz efectuada una década más tarde, principios de los años setenta, ya durante mi etapa de estudiante universitario, fui haciéndome una idea exacta de los profundos cambios y transformaciones que se iban operando entre los pobladores de este municipio.
No era la corrida a la que iba a asistir, la primera a celebrarse en tan alta atalaya.
Pues bien, desde la distancia con aquel periodo, hoy puedo aseverar sin lugar a dudas, sobre todo para aseverarlo ante aquellos que lo experimentaron, supervivientes `chisparreros´ -gentilicio de los habitantes de Castellar- presentes o quienes fueron destinatarios de la emigración forzosa, que hay pocos pueblos en España que durante una etapa tan corta de tiempo como lo significa una generación hayan podido conocer el paso histórico desde el más puro Medievo a la contemporaneidad. De la más extrema situación de miseria de la inmensa mayoría de sus vecinos, bajo unas condiciones laborales de sometimiento feudal, en contraste con la tremenda concentración de la propiedad, bienes y riquezas del municipio, en una única familia de la nobleza, a ponerse al día y habitar con calidad de vida en tan bello entorno de privilegiada naturaleza.
Los habitantes de Castellar llevan de nombre como gentilicio, el adjetivo, `chisparrero´, por haberse dedicado en su mayoría en el pasado a elaborar artesanalmente carbón vegetal procedente de los restos forestales de la finca de La Almoraima, previa autorización del Señor Duque y bajo un condicionado verbal muy estricto.
En aquellos inicios de los años sesenta, estaban obligados los carboneros con enormes esfuerzos a tener que satisfacer parte del ingreso obtenido en su sacrificado oficio con destino a alimentar también la caja de la Casa Ducal, mediante el método de tener que vender lo producido a unos intermediarios que imponía la nobiliaria familia. Cobraban, entre cuatro y seis pesetas por arroba, de peso 11,5 kilos, y lo percibían seis meses después. Para obtener siete arrobas de carbón, una familia entera necesitaba estar trabajando desde que amanecía hasta las dos de la madrugada. En el caso de que el carbonero por la demora en recibir el dinero lo necesitara para alimentar a los suyos, la comida le sería adelantada por el Ducado que lo apuntaba en su haber, saldando su coste en el momento del pago. A su vez, los intermediario tenían que abonar a la Casa Condal nueve pesetas por cada arroba que operasen. Y todo ello, sin que apareciese contrato alguno. La opacidad era otra de las características de esta familia nobiliaria, a efectos fiscales y para que no fuera objeto de litigio alguno ni derecho adquirido.
Cuando visité Castellar, coincidente con el verano de 1960, teniendo una población censada de 2.491 habitantes, la familia de la Casa Ducal de Medinaceli seguía siendo desde tiempos remotos la única propietaria de gran parte del municipio, 16.600 hectáreas de las 17.632 que constituyen su superficie total. Otras 1.000 hectáreas pertenecían al Duque de Alcalá. Aún en ese tiempo, hasta el Ayuntamiento estaba obligado a pagarle un canon anual a la Casa Ducal de Medinaceli,
Igualmente, esta familia nobiliaria aún sometía a sus trabajadores a un régimen de vasallaje feudal. Como muestra, dos años más tarde de mi estancia, el Consejero-Delegado de la Finca de La Almoraima y de la Sociedad Corchera, señor Fernando Matute Rey, hijo de la señora viuda del Duque de Medinaceli, la amenaza por escrito que dirigió al portero de la finca, Eladio Espinosa Valenzuela, con que si no se afeitaba el bigote: “por razones de ética y buen gusto que atenta contra esta Empresa, se le trasladaría de su puesto de trabajo”. Documento que afortunadamente fuera rescatado y hecho público por Juan Maestre Alonso y que algunos nativos en aquel momento asociaron dicha represalia personal a los celos que tenía el aristócrata cacique por un comentario de su esposa, doña Margarita Van Der Maesen de Sombreff, sobre lo apuesto y guapo que era ese trabajador.
En esa visita de agosto de 1960, asimismo pude conocer que los vecinos que vivían en el interior del Castillo, en cincuenta y siete casas existentes construidas sobre su suelo rocoso, carecían de cualquier infraestructura básica relacionada con el abastecimiento de agua, al igual que Jimena entonces, aunque a diferencia no poseían fuentes ubicadas dentro de la fortificación donde habitaban. Se suministraban desde siglos atrás de un nacimiento, sin ninguna garantía sanitaria y situado a novecientos metros, bajando una empinada cuesta, de nombre `Fuente Vieja´. El líquido elemento para todo tipo de uso se acarreaba hasta el Castillo por un grupo de aguadores. Se portaba en cuatro cántaros de barro sobre los lomos de los burros y cuyo precio oscilaba según el número de parados que hubiera en ese momento en el municipio. A mayores niveles de desempleos, más acarreadores surgían que hacían bajar el precio. También estaba ausente en el pueblo la existencia de saneamiento.
Por el contrario, el poblado de La Almoraima del mismo municipio, situado a ocho kilómetros del Castillo, se había venido históricamente suministrando de agua de forma irregularmente temporal y a capricho de las autorizaciones de la familia Ducal, titular de las tres fuentes del emplazamiento (Sanatal, de los Descalzos, y de los Sabios), hasta que un año antes, 1959, de esta mi primera visita al municipio, lo obtuvo con normalidad.
La construcción de la presa sobre el río Guadarranque, cuyo nacimiento precisamente transcurre en Los Gavilanes de Jimena, estaba iniciándose en aquel año de 1960. Había sido adjudicada a Dragados y Construcciones S.A. Allí trabajaron muchos obreros del municipio y de fuera. Además, fue motivo para que la explotada mano de obra del lugar al fin conociera un salario digno así como descubriera la existencia de la Seguridad Social y la obligatoriedad de cotizar a la misma. En tanto un trabajador fijo de la finca de La Almoraima había estado ganando 100 pesetas al mes y un eventual para el descorche 140, un peón no especializado de la presa pasó a ganar 4.290 pesetas. Con ello, nuevas expectativas de mejora se alzaron sobre esta sufrida población que tanto padecería los ciclos de sequía y los abusos de la Casa Ducal.
La parte principal de la obra del embalse, finalizaría un quinquenio después, año 1965, y con ello gran parte del empleo generado para la mayoría de los trabajadores de la zona, excepto para cuarenta operarios, entre albañiles y electricistas, que continuaron para rematar las actuaciones complementarias y de conducción del regadío a algunas zonas agrícolas.
El traslado de los habitantes del Castillo y La Almoraima a una nueva ubicación, Castellar Nuevo, no tendría lugar hasta principios de la década de los setenta, en concreto sucedió en el año 1971.
Para ello, enmarcado en el Plan de Desarrollo del Campo de Gibraltar que impulsaban los ministros `opusinos´ del franquismo, conocidos por los López (de segundo apellidos: Rodó, Bravo y Letona) hubo de realizarse antes la expropiación de 46 hectáreas de la finca La Almoraima que inmediatamente fue recurrida judicialmente por la Casa Ducal de Medinaceli sin que prosperara el litigio. Las obras para construir el pueblo quedaron adjudicadas por el importe de 67,7 millones de pesetas. Se edificaron 88 viviendas para colonos, 10 para obreros, 54 para vecinos del Castillo, 4 para maestros, 4 escuelas, 1 iglesias y otros para inmuebles oficiales, entre ellos el Ayuntamiento.
El nuevo Castellar quedó situado a casi diez kilómetros de la villa-fortaleza en dirección al litoral marítimo, colindante del municipio de San Roque, y a un kilómetro de La Casa Convento de La Almoraima y su poblado, separados ambos por la carretera interprovincial de Algeciras a Ronda.
En aquella fecha, por tanto, progresando en calidad de vida, marcharon juntos los moradores del Castillo y de La Almoraima con destino a ese nuevo asentamiento, moderno pueblo constituido inicialmente por algo más de un centenar y medio de casas y que fue construido por el Instituto Nacional de Colonización.
La realidad fue el tremendo cambio sociológico que experimentó en tan poco tiempo el municipio, a tan solo a diez años vistas desde el incidente citado sobre el bigote del portero de la finca de la Almoraima.
Coincidió en el tiempo con que nuevos pobladores, extraños al lugar, ocuparon parte de las casas del Castillo que quedaron deshabitadas a consecuencia de ese traslado. Así, los antiguos moradores fueron sustituidos temporalmente por una colonia de hippies de procedencia centroeuropea y británica a quienes les acompañaría su oloroso fumeteo de maría y cannabis.
La irrupción en ese entorno de esta colonia de nuevos seres humanos, simbolizó todo un salto histórico de varios siglos si lo comparamos con el periodo de tiempo en que perduraron las pautas sociales de la nobleza para subyugar a los trabajadores de ese pueblo hermano de Jimena como hermoso lugar. A pesar de la extravagancia formal que caracterizaba a la nueva estirpe que irrumpió, según la percepción de los nativos, en realidad profesaban los modernos modales, vestían idénticos textiles y escuchaban la misma música que en aquel tiempo imperaban entre la juventud de los países más avanzados.
Redundando en aquel tiempo de penurias en que se celebró la mencionada novillada a la que asistí, 1960, la luz eléctrica le había llegado al Castillo hacía poco tiempo. Asimismo, en sus quebrados contornos, extramuros a la Fortaleza, todavía campaban cuantiosas chozas habitadas, construidas de pajas y que databan de similar composición desde épocas primitivas: precariamente instaladas, careciendo de las más elementales condiciones higiénicas, no hablemos de confort. Constaban solo de dos pequeños habitáculos, su tabique interior era de cañizo, uno para estancia, comedor y cocina y el otro de dormitorio para toda la familia, en tanto las camas eran tarimas conteniendo restos de vegetación secas. El caso límite de miseria, también extramuros al Castillo, lo representaba el barrio de Jarandilla. Prácticamente la totalidad de su población era analfabeta y los niños no llegaban a conocer la escuela por problemas de accesos y comunicaciones.
Francisco Fernández Mena, el entonces alcalde de Castellar, a lo largo de la novillada celebrada y en tanto seguimos atentamente su desarrollo subidos encima de los cajones que albergaban los vacunos antes de su salida al improvisado ruedo, le contó a mi padre que a inicios de la década de los años veinte, el Rey Alfonso XIII, invitado por la Casa Ducal de Medinaceli con la que le unía una íntima relación, frecuentaba la finca de La Almoraima donde se hospedaba para participar a lo largo de varios día en célebres jornadas de caza mayor que le organizaban para disparar a ciervos o venados, jabalíes, cabras montesas, zorros, corzos y gamos.
Aprovechando esa estancia, al monarca le gustaba visitar el Castillo. Era tiempo anterior a que se hiciera el camino de tierra por el que circulamos en el `Seat Seiscientos´ de mi padre para asistir a la corrida de novillo. El monarca subía a lomo de un mulo por la vereda que existió desde su lugar de pernocta en la Casa Convento situado en la zona baja del municipio y distante en casi nueve kilómetros.
Pasarían dos años, 1962, desde mi visita de niño a Castellar, para que ese camino de tierra por el que atravesamos, fuera al fin asfaltado como obra complementaria a la construcción de la presa que se estaba levantando en el río Guadarranque. Hasta entonces, el alquitranado llegaba, desde la carretera que conducía de Algeciras a Ronda solo hasta el Convento, separados por menos de un kilómetro, y fue realizado ambos firmes bajo la dictadura de Primo de Rivera.
El municipio de Castellar tenía en aquel momento, año 1960, dos estaciones de tren en su municipio, que estaban incluidas en la misma línea férrea de Algeciras a Jimena de la Frontera que fue inaugurada en octubre del año 1890.
Fue diseñada y construida por una compañía inglesa con sede en Algeciras. El primer tren que cubrió el tramo, al inicio de su trayecto fue bendecido por el obispo de Gibraltar. Luego, sería ampliado su carril férreo desde Jimena hasta Ronda, inaugurado dos años después, mientras el trazado Ronda-Bobadilla, de menor complejidad orográfica en su levantamiento, lo hacía un año antes, 1891. El objetivo de los ingleses era unirse en Bobadilla el tren a la línea, Málaga-Córdoba.
Junto a `los llanitos´, jugó un gran papel en este gran proyecto, don Emilio Castellar, que había sido pocos años antes Presidente de la Iº República española. Brillante orador y rico erudito.
Una de las estaciones del municipio `chisparrero´, era el apeadero que llevaba el nombre del municipio, Castellar. Estaba fatalmente comunicada con la Fortaleza. Su conexión se realizaba a través de una vereda en cuesta con una longitud de nueve kilómetros por donde ascendían los pasajeros a pié o a lomos de caballos o asnos hasta entrar en la muralla. Y es que estaba claro que el objetivo de esa ubicación era para que los productos y los aprovisionamientos de la Casa de Los Larios, dueños de las colonia agrícola de San Martín del Tesorillo, junto a la de San Pablo de Buceite y Sabinillas, encontraran en este punto ferroviario el medio idóneo para su transporte.
El otro andén del municipio de Castellar, inaugurado en la misma fecha, estaba situado en La Almoraima y se erigió para uso exclusivo de la Casa Ducal de Medinaceli e invitados.
Durante mi infancia, el primer domingo de mayo, llamado día de la Cruz, era famoso Castellar en todo el Campo de Gibraltar por la celebración de una romería campera en homenaje al Cristo de La Almoraima, cuya morada estaba precisamente en ese santuario religioso del Convento.
Incluso, entre los devotos al hijo de Dios figuraban numerosos `llanitos´ de Gibraltar; por ello a esa jornada, entre el asueto y lo religioso, también se le llamaba: `el día de los ingleses´. Recuerdo de chiquillo la enorme concurrencia que se personaba en esta fiesta y la cantidad de jinetes a caballo que asistía, incluso carretas enormemente engalanadas tiradas por bueyes, así como las numerosas familias sentadas en el suelo alrededor de sábanas o modo de mantel degustando la comida y bebida que se habían traído de sus lugares de orígenes. Las borracheras formaban parte también del paisaje campestre. Como no, la omnipresente Casa Ducal de Medinaceli necesitaba dar autorización expresa para su celebración y algún que otro año sin dar explicación alguna la prohibía.
Como ya he señalado, la historia de Castellar está muy ligada a la de Jimena, y en ella está presente de igual manera el rastro de ramas familiares comunes. Ocurre también con la mía, por parte de mi abuelo, Bartolomé Huertas, a través de su primo hermano, de nombre Juan Huertas Clavijo, que se desplazaría a vivir desde Jimena a este municipio. Fue a mitad de la década de los cincuenta del pasado siglo XX, pasando a trabajar en la huerta `Colmenar´ para morar definitivamente en el Castillo. Su descendencia reside hoy entre el campo y el nuevo pueblo de Castellar.
A la vez, fueron otros innumerables jimenatos que en el laboreo de sus campos y aprovechamientos de sus montes, fundamentalmente en la época del descorche, habitaron o desfilaron por esta tierra para ganarse duramente el jornal con los sudores de sus frentes.
Y es imposible cerrar este capítulo sin hacer referencia a un curioso personaje muy popular -José el Feo- cuya vida fue andar desde la altura del puente sobre el río Hozgargante donde en sus proximidades se hallaba la estación de tren de Castellar pueblo y hasta la estación de San Roque. Ese recorrido lo hacía varias veces ida y vuelta andando con sus particulares alpargatas que se hacía con las mismas tonizas que era su labor constante en tanto caminaba por el borde de la carretera arcén. Hiciera frío o calor, lloviera o fuera seco el tiempo, ahí estaba José con el dorso desnudo, dale que te dale a los dedos haciendo tonizas con el palmito o el esparto.
Michael Mifsud Canilla
diciembre 29, 2016
Mi madre, Isabel Morejon Canilla, nació en Jimena en 1902. Su padre era primo hermano del Vicario Apostólico de Lystra que incorporaba Gibraltar. Mi madre era de la casa de Morejón Girón y colaboraba con los Medinaceli para sus banquetes como también su tía Carmela Canilla. Pablo Larios se enamoró de Carmela y tuvo varios hijos aún después de casarse con otra. Mi abuelo Carlos Canilla tuvo un enfrentamiento con los Larios a consecuencia, y la relación con los asuntos de los Medinaceli terminó. Mi madre Isabel vivía en la Casa Convento y nos habló de un Cristo de Medinaceli que estaba allí y que, por razones que entiendo, la espantaba de noche teniendo que cruzar escaleras delante de la imponente imagen al estar ubicada en el paso a su dormitorio.
El primo hermano de mi abuelo, por parte de los Morejones, era Secretario de «Estado» de Castellar y mi madre se fue a vivir con él en el Castillo siendo joven y nos contó de que su tío había pleiteado contra los Medinaceli por intento de adquirir la finca de La Almoraima. Los denunciados a la vez le acusaron de ser comunista por intentar de proteger los intereses de los colonos y finalmente lo despidieron del puesto y según me contó más recientemente una señora mayor que vivía en el Castillo, le tiraron los muebles desde lo alto del Castillo y lo apalearon en la cárcel, muriendo poco después. La misma anécdota que me había contado mi madre. Así pues que es el propio héroe de La Almoraima dando su vida por el antiguo pueblo de Castellar que según él: «no podría vivir sin sus ingresos».
Mi madre se fue con mi abuelo a Gaucín y Benarrabá donde tenían fincas de sus ilustres antepasados.
Michael Mifsud Canilla
septiembre 17, 2019
Nadie sabe nada de esto ??
Seria interesante y muy justo restaurar la memoria del Sñr. Morejon y su sacrifcio con respecto a la defensa del pueblo de Castellar. A veces por razones que desconozco trozos enteros de la historia real se borran por intereses creados. Hoy dia sin embargo, lo que interesa para motivar al pueblo es darle luz a actos nobles olvidados.
Michael Mifsud Canilla y Morejon