“LAS PLAYAS” DEL MUNICIPIO DE JIMENA
Ignacio Trillo
De los siete municipios que constituyen la Comarca del Campo de Gibraltar, Jimena junto a Castellar, ambos de la Frontera, son los únicos que no tienen fachada al mar.

Cuando bien entrada la década de los sesenta del pasado siglo empezó a ponerse de moda como fenómeno de masas ir los domingos de verano a la playa para darse un chapuzón y ponerse moreno, los privilegiados del pueblo ya habíamos experimentado ese destino; primero, dirigiéndonos a la de Punta Chullera de Manilva, y más tarde a la del Rinconcillo de Algeciras.

Sin embargo, los habitantes de la pedanía de San Martín del Tesorillo fueron más prematuros por hallarse más cercanos al mar. Pocos años antes ya venían desplazándose a su más cercano litoral, la playa de la Ensenada. En dicha Cala, en 1960, finalizaría la construcción y quedaría inaugurado el hotel Patricia. Este enclave, Torreguadiaro, pasó en pocos años de vivir de la pesca para hacerlo del turismo y la construcción.





El litoral marítimo algecireño del Rinconcillo, auténtica playa popular, de tanto “especial” y campogibraltareño visitante, aparecía en verano los domingos repleta de bañistas. Y hasta la bandera, los días 18 de julio por ser oficialmente festivos al conmemorarse la sublevación franquista y haber cierta liquidez dineraria en los bolsillos de aquellos que cobraban pagas extraordinarias.

No eran tiempos para que la mayoría de los jimenatos supiéramos nadar, más allá de aquellos varones osados que lo aprendieron por sus propias piernas y brazos en plan autodidactas y sufriendo algún que otro contratiempo, o ahogadilla, en las charcas del río Hozgarganta, nuestra auténtica playa interior; bien, en El Tragante, Tío Quiñones o en La Peña Gorda, cuando no en La Tosca en los años que sucedían grandes precipitaciones y se conservaba en la fecha del estío cierto nivel de agua.



La playa del Rinconcillo ofrecía como atracciones primordiales, aparte de tener justo enfrente la vista del Peñón de Gibraltar, que era muy poco profunda y con escaso oleaje. Generaba la suficiente confianza entre las familias para que se atrevieran a entrar en sus aguas, primordialmente la infancia y las mujeres, consideradas en aquel tiempo, también en esta materia, los colectivos más vulnerables para no contraer riesgos donde no hicieran pies.
Era época donde el machismo reinante hacía que muchas madres estimaran que ya no tenían edad para ponerse en bañador. Entraban en el agua salada arremangándose la ropa que portaban, incluidas las enaguas que llevaban debajo de las faldas, para que no se mojara. Solo era para refrescarse, no para bañarse.

Así, en el Rinconcillo se podían meter unos metros mar adentro de donde se producía el choque de las olas con la barra de arena para remojarse las partes inferiores de sus cuerpos. Además, ayudadas con sus manos, se echaban agua en las mejillas, en el cuello y en la nuca. Así no había el más mínimo peligro de ahogarse ni de que se cortara la digestión, aunque no exentas del lanzamiento de algunos gritos, pero de jolgorios, al sentir en su piel el contacto con el liquido helado por no estar habituadas a la frialdad. Se decía que la salinidad que contenía era muy buena para rebajar las varices o prevenirlas.
No obstante, por aquello de que de vez en cuando tras el fluir de las olas había resaca, se alertaba que podía llevarse a los bañistas mar adentro hasta tragárselos y aparecer días después ahogados y tirados a distancia, al menos por las playas de Tarifa, y encima con el buche repleto de agua. Ello hacía que quienes con traje de baño se introducían más al interior de la masa de agua y como medida de prevención se acompañaran de salvavidas de fabricación casera, bien para ponérselos rodeando la cintura o para agarrarse a ellos.
Por prudencia y también para asustarnos, mi tío Paco nos advertía que las corrientes marinas del Estrecho eran muy traicioneras y nos podía llevar adonde no hiciéramos pies hasta que nos comiera un tiburón, así que debíamos tener mucho cuidado.
Año 1953. Playa de Punta Chullera, alrededor del salvavidas de la goma de una rueda de coche, mis tías y primas. Fuente: Propia.
Estos salvavidas consistían en las típicas gomas circulares infladas, tremendamente regastadas y parcheadas en sus cubiertas de color negro o anaranjado, procedentes de las cámaras de las ruedas de los vehículos, inservibles ya para el tránsito rodado. Igualmente se empleaban para este uso las de los interiores de los neumáticos de los tractores; en este caso más bien por familias numerosas.
A este último formato, aprovechando sus vastas dimensiones, se le podía también amarrar unas maderas por debajo de su redondel para que pudiera encarnar, en modelo circular, a las actuales Zodiac, aunque sin motor. Así servía de barquitas para los chaveas, acompañándose de un par de paletas de madera a modo de remos para simular dirigirse de un lado a otro, siempre cerquita de la orilla, aunque las mayoría de las veces fueran tiradas por las manos de sus mayores.

En el mismo sentido, para uso individual se empleaban flotadores compuestos de tacos de corchos procedentes de los abundantes alcornoques existentes en nuestro medio natural, en formas de planchas planas entrelazadas unas con otras con ataduras y donde los extremos de las cuerdas nos lo amarraban a la cintura.

Además, el Rinconcillo ofrecía como ventaja, a diferencia de Punta Chullera, una infraestructura fija de chiringuitos instalados donde cobijarse a la sombra para no coger una solina, que luego nos diera dolores de cabeza o nos produjera quemaduras en la piel, a la vez que permitía que se pudiera comer bajo sus chambados con los alimentos traídos desde las casas, en ollas o fiambreras, siempre que al menos la bebida que se consumiera fuera servida y cobrada por el establecimiento.
En mi familia, tal y como ya apunté, nos adelantamos en fecha a la casuística anterior. Desde el primer quinquenio de los años cincuenta, mucho antes de que en el año 1959 llegara el Seat 600 a mi casa, mi tío Domingo Casas, veterinario de La Estación de Jimena, debido a que era uno de los escasos particulares que poseía entonces coche, nos empezó a llevar algunos domingos de verano con su Ford a la playa malagueña de Punta Chullera, pequeño cabo rocoso localizado en el malagueño término municipal de Manilva, fronterizo a la provincia de Cádiz.

Este auto, de segunda mano, se lo había comprado al obispo anglicano del Peñón de Gibraltar.
Mi tío Domingo, hizo muy buenas migas con el pastor protestante de la jerarquía eclesiástica gibraltareña por su alto nivel intelectual y por ser como él un amante de los libros y empedernido lector. Su amistad estuvo por encima del anticlericalismo y el ateísmo militante que profesaba, que además lo explicitaba por donde pasara y sin disimularlo. En aquella época represiva, y de tanto nacional-catolicismo, no le dio más quebraderos de cabeza a mi tío al estar protegido por su cuñado, el auditor coronel Julio Cazorla, abogado y militar franquista en la reserva, un rara avis liberal en ese ejército golpista y africanista, que se estableció para residenciar por temporadas en San Pablo de Buceite, pedanía jimenata.
La siempre disposición del influyente Cazorla para hacer recomendaciones a favor de los sampableños, tuvo su reconocimiento. Su apellido, aunque fuera oriundo de Sevilla, sigue figurando, aún en democracia y sin que sea cuestionada por nadie, como leyenda de una de sus principales calles.


San Pablo de Buceite, al igual que San Martín del Tesorillo, entonces pedanía de Jimena, fue propiedad desde 1928 de don Juan March, antes del Marqués de Larios, y tras su partición en lotes parcelarios en el año 1945 fueron vendidos a nuevos propietarios, lo que propició la irrupción de una nueva clase de pequeños agricultores y hortelanos muy trabajadores e innovadores.
A colación del apunte explicitado sobre el Coronel Julio Cazorla y el vecindario de San Pablo de Buceite, me voy a permitir, haciendo un paréntesis, resaltar que en aquella España tan profunda y dogmática este núcleo poblacional era un admirable islote de tolerancia, liberalidad y nada chauvinista.
En este sentido, las dos personas influyentes que más hicieron en aquel tiempo por el vecindario sampableña precisamente no eran nativos. Fueron: de un lado, don Julio Cazorla; y de otra, don Antonio Ojeda, el practicante.

Don Antonio, llegó a San Pablo en los años cincuenta del siglo pasado procedente del también gaditano municipio de Zahara de la Sierra, lugar donde vivió en convivencia plena con la vecindad hasta que aconteció su fallecimiento en julio del año 2009.
El Coronel Cazorla, persona afable, extrovertida, de gran vitalidad y muy amante de las fiestas, aterrizó en San Pablo, años antes que don Antonio, casado con una aborigen también sevillana, Luz Casas, hermana de mi tío Domingo el veterinario de la Estación de Jimena, con la que no tuvo descendencia. Vivió en la calle Real número dos y más tarde se compró a la entrada de este poblado una casa de campo con una huerta.
Pues bien, Cazorla, cuando ni se divisaba en el horizonte la ley de divorcio de Francisco Fernández Ordóñez, entonces en la UCD y formando parte del Gobierno de Adolfo Suárez, acabó separándose de su esposa para convivir sin enmascaramientos, continuando además sus habituales estancias en San Pablo que lo seguía alternando con Sevilla, con la empleada que tenía para las tareas domésticas en su domicilio sampableño: una bella mujer de etnia gitana con la que tuvo una hija que hizo carrera universitaria y sacó unas difíciles oposiciones a uno de los cuerpos más elitistas del Estado.
Año 1954. Mi tío Domingo Casas, veterinario, un gran amante del mar y de la pesca submarina. Sobre un barco. Fuente: Propia.
Volviendo al coche de mi tío Domingo. Debido a las características tan pesadas del vehículo, más los kilos de cuantos íbamos en su interior y la carga adicional que llevábamos de cacharros, y sobre todo motivado por la situación desastrosa que presentaba en aquel tiempo el pavimento de la carretera desde Jimena en dirección a la costa, llena de baches y apenas sin asfaltar, la velocidad máxima que llegaría a alcanzar no creo que sobrepasara los 20 Km/hora en su itinerario semanal.
Ese Ford era de color negro, modelo más bien parecido al que aparece en las películas de blanco y negro de Al Capone, con asientos de tres hileras, el del centro plegable, y cuyas ruedas de repuestos iban acopladas sobre las hendiduras huecas que presentaban los dos guardabarros delanteros.

A este tenor, viajábamos en dirección al litoral un total de diez personas, entre mayores y niños. Si venían algunos más y no cabíamos, entonces mi tío sacaba las dos ruedas de repuesto de los guardabarros y las amarraba al portaequipaje que iba en el trasero del vehículo ya que era fácil que pincháramos en el trayecto.
Y en los huecos que habían dejado libres las ruedas, entronizados en los dos guardabarros de las ruedas delanteras, se creaban para el viaje dos nuevas plazas infantiles, donde íbamos, mi primo Domin y yo.
A ambos, se nos protegía la cabeza del sol con una gorrilla y para nuestra seguridad se nos proveía de un rudimentario cinturón, por entonces inexistentes en los vehículos y no exigibles por las normas de tráfico, utilizando el mismo material de goma elástica, con los dos ganchillos metálicos en sus extremos, que se empleaba para que no se cayera la carga de bultos que fuera en el portaequipaje. A la vez, se nos protegían los ojos del polvo que iba soltando el paso del coche por el nada firme de la carretera con las gafas para ver el fondo del mar que luego utilizábamos bajo el agua salada de «Punta Chullera» para recoger, junto a las rocas en su parte hundida, lapas o conchas marinas.
Se puede, por tanto, a raíz de esta novedosa experiencia, especular con que los cinturones de seguridad de los vehículos modernos, una vez que se instalaron en los asientos de los coches con obligatoriedad de su uso, al constatarse que su inexistencia para prevenir víctimas en los accidentes de circulación por carreteras era la causa principal de mortandad, pudieran tener, décadas antes, sin saberlo y sin que trascendiera, su origen o antecedente en esta experiencia de mi tío Domingo sucedida en su Ford.
Año 1953. Calle Romo de Jimena. Fuente: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.
El domingo que íbamos a la playa, nos levantábamos muy temprano. Mi tío, partiendo desde La Estación y ya con su familia montada, nos recogía al comienzo de la calle Romo, única entrada entonces al pueblo y de doble dirección, aunque por lo escaso del parque móvil existente era casi imposible que se cruzaran dos vehículos. La sobrecarga de personas y trastos hacían imposible, ante la carencia de fuerza suficiente en el motor del Ford, que subiera la empinada, empedrada y dificultosa calzada hasta llegar a las cuatro esquinas del barrio abajo e ir a la calle San Sebastián donde vivía mi familia.
Ni que decir tiene que este vehículo carecía de automatismo para la puesta en marcha de su motor. Había que efectuarlo con una manivela que se acoplaba al coche por su parte delantera cercano al parachoques delantero donde se hallaba el motor, y a darle vueltas con mucho cuidado hasta que se oyera un estruendoso ruido y se pusiera a temblar toda la carrocería.
Gran parte del tiempo del viaje de ida a la playa, lo aprovechaba mi tío para vacunar a la ganadería de sus clientes, obligándose a realizar alguna que otra parada o desviándonos a fincas siempre que fueran colindantes a la carretera y tuvieran buenos accesos.
Lo mayor aventura de ese traslado a la Costa consistía en el corto recorrido que teníamos que hacer, inmediatamente que se pasaba por San Martín del Tesorillo, a través del puente de tablas de construcción militar que se alzaba sobre el río Guadiaro que siempre llevaba un respetable caudal de agua. Era de una sola dirección, y las traviesas de madera de ese destartalado e inestable tramo de la red viaria ya en ese tiempo no ofrecían mucha fijación.
Fue construido a partir de 1938 por las brigadas de trabajadores compuestos de presos políticos republicanos dentro de un plan comarcal que fue trazado por los sublevados franquistas para hacer posible un ulterior ataque al Peñón de Gibraltar, o, en el caso de un desembarco invasor enemigo por esa estratégica Bahía, punto del encuentro del océano Atlántico con el mar Mediterráneo, disponer de una infraestructura de comunicación y avituallamiento terrestre para repelerlo o poder replegarse en dirección a la Serranía de Ronda donde hacerse fuerte aprovechando la dificultosa accidentalidad montañosa de su geografía.





Cruzar el puente con el coche de mi tío, era toda una odisea. Nos bajábamos del vehículo, excepción hecha de mi tío que conducía, para que la carga que tenía que atravesar el puente fuera la mínima posible.
Supervisábamos, con antelación a que lo recorriera el vehículo, que todas las maderas y traviesas sueltas del puente estuvieran bien puestas; a la vez, que no hubiera puntillas sobresalientes para que no pincharan las ruedas. Sí había alguna balda fuera de su lugar, las teníamos que reponer a un estado de relativa seguridad para el paso del coche.
A continuación, mi tío en solitario emprendía el itinerario al volante. Mientras tanto, su esposa, mi tía Rosario, en el extremo anterior del puente, sobre suelo firme, había comenzado a rezarle a la Reina de los Ángeles para que la arriesgada operación saliera bien.



Detrás del coche, y a una prudente distancia, los demás íbamos andando, y de camino, corrigiendo la posición de alguna traviesa que el tránsito del automóvil hubiera alterado de posición para que en plan solidario no tuviera problemas el coche que apareciera después para de igual forma recorrerlo. Me acuerdo aún el crujiente sonido de la estructura del puente a la travesía del Ford.
Una vez superado el suspense, nos volvíamos a subir todos al coche, prosiguiendo la ruta, ya por la irregular rodadura del suelo firme medio asfaltado hasta que por fin veíamos el mar, pasada la curva donde se ubicaría poco tiempo después, año 1960, el Hostal Las Camelias, entonces un merendero.






Cuando tiempo después vi la película de David Lean, “El puente sobre el Río Kway”, se me quedó muy grabado la pesadilla de lo que en ese trayecto tesorillero camino de la playa Punta Chullera nos podía acontecer si a alguien le hubiera dado por dinamitar el fondo del río para hacer saltar los frágiles soportes que fijaban la estructura maderera de dicha pasarela y que cubría las dos riberas del caudal que llevara el Guadiaro, más ateniéndonos a la altura que mostraba el Ford en su travesía. Por tanto, nos podía suceder a lo que le aconteció al tren de esa película que voló por los aires sobre aquel torrente de agua en las lejanas tierras tailandesas, donde no tuvo que sobrevivir nadie.

Entonces fue cuando le cogí miedo; antes había sido todo risas ante la aventura de la misión. Pero ya para ese momento, empezaron las obras de construcción del nuevo puente sobre el río Guadiaro que sería inaugurado en el año 1962, con el mismo armazón de hormigón que aún sigue en uso, quedando el de madera de exclusivo uso peatonal hasta que en febrero del año 1963 se lo llevó una crecida del río.





Era una coyuntura en que la jimenata pedanía de San Martín del Tesorillo estaba presenciando la llegada, cada vez más numerosa, de familias valencianas dedicadas al cultivo de los agrios y de los encharcados arrozales, con molestos mosquitos en abundancia, comenzando a ser una de las particularidades específicas de los campos de esta zona; cuyos pequeños propietarios, empezaron a generar una alta prosperidad, infundiendo una aureola levantina en las nuevas casas que se fueron construyendo bien distintas a la del pueblo de Jimena así como el protagonismo de la palmera en el ornamentado urbano, con un notable incremento del parque de carricoches, fundamentalmente agrícolas, y de camiones de transportes, lo que hizo también necesario acelerar la construcción del nuevo puente


A mi tío Domingo le encantaba la pesca submarina. En Chullera había en abundancia. Las playas entonces estaban desiertas, con aguas cristalinas y una gran riqueza en flora y fauna marina como constantes vitales de un mar mucho menos intervenido por la acción humana que el que actualmente se presenta. En todo caso, solo a algún que otro yanito de Gibraltar nos lo encontrábamos raramente compartiendo el espacio litoral y siempre situado a bastante distancia. Era impensable que pocos años después se masificara la arena de la playa y el proceso urbanizador lo ocupara todo, tal y como sucedió.

En este sentido, cercano al lugar de la playa donde íbamos, límite de las provincias de Cádiz con Málaga, se encontraba, con enorme longitud de línea marítima y aprovechando un enorme resguardo, la playa Cala Sardina, una zona de costa temporalmente privatizada. Estaba delimitada y confinada de forma natural por el acantilado que daba a la carretera nacional 340. El color de la arena era algo más oscura y su textura de mayor grosor que la de las otras zonas colindantes debido al depósito de acarreos de origen fluvial procedente del arroyo de Calataraje que cuando llevaba agua desembocaba por allí.
Era para uso y disfrute exclusivo del primer ministro de Gibraltar, que entonces llamábamos, gobernador del Peñón. A ambos extremos de su orilla, se posicionaban sendas parejas de guardias civiles con los mosquetones sobre los hombros a cuestas sujetas por correas, dotadas de capotes verdes y pañuelos blancos que caían por detrás de los tricornios para proteger sus cogotes del sol. La misión encomendada, era impedir, en prevención de molestias y para preservar la intimidad así como por medida de seguridad, la circulación de cualquier usuario de playa o pescador en torno a ese teórico dominio público, en tanto esa influyente familia de habla inglesa se encontrara disfrutando del sol y baño en su borde marítimo.
A lo mejor sucedía, coincidiendo con una soflama de Franco, bien desde el Palacio del Pardo o en alguna entrevista en el yate Azor pescando atunes preparados previamente para salir en las portadas y que superaban en dimensiones la escasa altura de talla del Dictador, dando sus habituales discursos patrioteros sobre la maldad intrínseca de los británicos por disponer en suelo patrio de una colonia en “el corazón de los españoles”.

Este cuerpo de agentes de la autoridad, de color verde que protegía a la autoridad gibraltareña, que unos llamaban, la benemérita, otros, picoletos, por el tricornio de tres picos, e incluso pescadores de la zona, los denominaban arenques por ir en parejas, también pululaba por la arena de la playa donde estaba desplegada, de un sitio a otro, en labores de vigilancia para evitar el contrabando gibraltareño que desembarcaba por la noche procedente del interior del mar y de día para velar por la moral y las buenas costumbres de las personas que posaran en nuestro litoral.

Estaba muy reciente, según llegaron a contar en una de esas paradas que para fumarse un pitillo hacían junto a mi tío, unas disposiciones gubernativas que prohibían el uso de dos piezas como bañador de las mujeres y del slip en los hombres. Para la bañista, anatómicamente desarrollada, era de obligado cumplimiento que llevara su vientre, pecho y espalda cubierta, completando el bajo de su textil con una faldita. Para los varones, les estaría reservado, según esa misma orden ministerial, unos pantalones de diseño más futbolero que bañista.

Este precepto, daría lugar, años después, con la llegada del turismo extranjero, a algunas esperpénticas escenas y a más de una anécdota, typical spanish, protagonizados por esos súper abrigados guardias civiles que se esforzaban en impedir que “las suecas” tomaran el sol español ligeras de textil.
O sea, la propaganda franquista fomentaba oficialmente la llegada de visitantes, pero temerosos del contagio por los reprimidos españolitos de sus usos y hábitos de moda tan pecaminosos contra la moral católica y apostólica, se intentaban aplicar unas victorianas normas que podían amedrentar para repetir en el futuro nuevas estancias vacacionales. Aunque, para que eso no ocurriera, se acudía a machaconas campaña, con aires de canción del verano, que decía: “España tiene seguro de sol”.
Para coronar toda esta parafernalia, el equipo de desinformación y turismo que comandaba el ministro, don Manuel Fraga Iribarne, encontró en 1963 la feliz y casposa idea de síntesis propagandística en el eslogan: “Spain is different”, para la promoción de nuestro país en el extranjero, que más allá de su intención, servía para justificar toda esta celtibérica y contradictoria actuación de la sui géneris Dictadura, encaminada ya por la senda del desarrollismo, que padecíamos nativos y forasteros.

No obstante, hasta esa moratina fue trastocándose con el discurrir de los años.
Así, dando un salto en el tiempo y siendo adolescente, en una de esas noches estivales de veraneo con mis padres en Torreguadiaro, junto al Hotel Patricia que estaba ya construido había una discoteca Santa Fe, en el bajo del restaurante, Agustino, donde viví una escena que explica sobradamente el gran cambio que en materia de relajación de ancestros prejuicios se estaba operando.

Año 1964. Un domingo en la Playa la Ensenada. Fuente: Portal de Facebook «Mira Torreguadiaro».
Encontrándome en la terraza de la discoteca acompañado de una joven escocesa, de nombre Patricia, dándonos una tregua a los cuerpos tras haberlo sometido al meneo frenético del ritmo de la música anglosajona de moda en el interior de la pista de baile; mientras intimidábamos a la luz de la luna llena, de pronto, en el silencio de la noche interrumpido tan solo por los golpes de las olas del mar, comenzamos a oír una acelerada cadena de jadeos y susurros, inmensamente sensuales, procedente del suelo firme de la arena de la playa. Nos asomamos por su antepecho de medio cuerpo compuesto por balaustres de bloques de de rasillas abiertas con huecos y no dimos crédito, menos yo.
Reclamo para hacer el servicio militar en la Guardia Civil. Fuente: El Blog de los Guardias Civiles Auxiliares.
Un joven guardia civil, de los que hacían la mili en ese cuerpo y se encontraba en labores de vigilancia en esa zona costera, se hallaba sobre la superficie de la arena tumbado bocarriba, uniformado al completo, con su tricornio y correas, con el armamento reglamentario en su funda, mientras una fémina de aspecto también guiri posaba bocabajo haciendo flexiones encima de él, del mismo modo vestida,…
“¡Cómo estaban cambiando los tiempos!”, pensé. Tras ese instante, cada vez que me encontraba con un guardia civil uniformado, seguía reflexionando sobre la kafkiana escena que había contemplado, encontrándole un nuevo sentido, sin que hubiera pasado por la imaginación ni tan siquiera de su fundador, el Duque de Ahumada, al corte recto que por detrás ofrece el tricornio.

Volviendo a años atrás, aquel litoral de Punta Chullera transcurría entre calas vírgenes, porque el proceso de urbanización residencial, que tan abrumadamente empezó a ocupar con posterioridad nuestras costas, no se había presentado aunque estaba en puertas.
Nos llevábamos entonces comida a la playa como si fuéramos a permanecer en sus aguas de baño una semana. Cargábamos igualmente con numerosas cantimploras y garrafas vacías, porque se nos decía que el agua que había en una fuente cercana a Punta Chullera tenía una gran riqueza en hierro. Ello conllevó a que la ingenua de mi prima Mari Luz le preguntara a su padre que si por beber mucha agua con esa propiedad se le podía poner el estómago mohoso.


Nos poníamos colorados como salmonetes de estar todo el día expuesto al sol; quemadito y predispuesto a que jornadas posteriores mudáramos la piel.
Ni la crema “Nivea” impedía que en más de una ocasión, debido a la insolación que habíamos recibido, tuviéramos fiebre al día siguiente.
También recuerdo que algunas veces, antes de retirarnos por la tarde de la playa, a consecuencia de los pegotes de alquitrán que reposaban en la arena o en las rocas procedente del tráfico marítimo, bien procedentes de limpiezas de barcos o de la refinería de petróleo que hubiera en Gibraltar, teníamos que rasparnos las plantas de los pies con conchas de almejas, para a continuación acabar la limpieza con un trapo impregnado de gasolina que nuestras previsoras madres habían echado en el interior de un tarro por si se presentaba esa fatalidad.
Y a la vuelta del litoral, realizábamos una parada en la venta San Bernardo, que estaba cerca de Punta Chullera, para que los mayores tomaran un café y así hacer el trayecto más espabilado, en tanto los niños seguíamos merendando. Enfrente y al otro lado de la carretera, estaba el cuartel de la Guardia Civil de Torreguadiaro.

A continuación ya no parábamos hasta llegar de nuevo al puente de madera de Tesorillo sobre el río Guadiaro para realizar la misma operación en su travesía y los mismos rezos de mi tía Rosario.
Cuando llegábamos al pueblo, mi tío Domingo nos dejaba otra vez junto al parque que existía a la entrada del pueblo, y de ahí teníamos que subir la cuesta Romo andando, apechando además con todos los utensilios playeros y la comida sobrante.
Mientras descargábamos el vehículo; irrumpía la mujer del jardinero, Antonio Pajares, que era quien cuidaba el parque que se hizo sobre la plaza de toros que existió y que ahora ocupa el IES Reina de los Ángeles. Con vestido siempre negro como las señoras antiguas y tres pelos en la barbilla que nunca se depiló, provechaba nuestra llegada para salir de su casa, en el interior del recinto del jardín, a cotillear con mi madre.

Le interpelaba la buena mujer a su entender, con que cómo era posible que viniéramos de un sitio sin resguardo del sol para que nos diera la calor. Cuando mi progenitora le contaba que eso de ir a la playa para ponerse moreno se estaba poniendo muy de moda, la tradicional señora no salía de su asombro y le espetaba, en su propia reflexión y con tono de cierta xenofobia, por otro lado nada excepcional sino tan corriente entonces: “¡que cómo era posible que a las gentes les gustara estar tiznados para parecerse a los gitanos!”.
En tan solo un lapso de tiempo y distante de un par de decenas de kilómetros, aparecía nuevamente la profundidad del abismo que separaban dos tiempos, el que se iba a marchar y el que anunciaba con venir.
ANEXO I: POST AUTOBIOGRÁFICOS RELACIONADOS CON MI VIVENCIA EN LA JIMENA DE LA FRONTERA QUE ME VIO NACER Y TRANSCURRIR HASTA MI ADOLESCENCIA.
COCHES Y CARRETERAS DE AQUELLA JIMENA (06.03.2017) Un recorrido de época sobre los primeros coches que llegaron al mercado, cómo se conducían, qué reacción provocaba entre la población y como eran las infernales carreteras por donde transitaban: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/03/06/31255/
LA MUERTE DE LOS PAPAS DE ROMA DESDE JIMENA (25.02.2017) Al igual que pudo suceder en cualquier otro punto del medio rural en aquella España tan profunda y de tan obligada religiosidad oficial, relato aquí desde el prisma de la infancia cómo se vivió en el pueblo que me vio nacer la muerte en tan solo cinco años de dos Pontífices del Vaticano, Pío XII y Juan XXII: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/25/31152/
EL CUENTO DE LA CIGÜEÑA Y LA REPRODUCCIÓN (17.02.2017) La historia de una infancia donde la escuela para la enseñanza de la hechos mas elementales, considerados por la moralina estrecha imperante como delicados y no aptos para menores, se aprendían en la calle a través del contacto directo de los amigos, tales como de donde venían los recién nacidos y como las parejas engendraban a sus descendientes. https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/17/31102/
UN JIMENATO EN LA FERIA DE TESORILLO (15.02.2017): Un recorrido por las relaciones entre personas de distinto sexo acontecido a lo largo de una gran parte del siglo XX, tomando como hilo argumental de la narrativa la historia real sobre los avatares que le acontecen a un jimenato que fue a ligar a la feria del Corpus de la entonces pedanía y hoy entidad local autónoma, San Martín del Tesorillo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/15/30992/
LOS ÁNGELES Y JIMENA CON LA FAMILIA LASTRES (05.02.2017): Pasado más de medio siglo, un recorrido por la Jimena y su Estación de tren de los Ángeles acompañado de una familia de octogenarios que así la vivieron en su tiempo de juventud y que tras marcharse del municipio han viajado de nuevo para volverla a recordar: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/05/30708/
BARBERÍAS Y PELUQUERÍAS DE JIMENA (27.01.2017): La sociología que envolvía a la clientela, tertulias y prensa que se leía en aquellas barberías de la década de los cincuenta y principios de los sesenta del siglo pasado, así como lo que significó la irrupción en el pueblo de las peluquerías para señoras: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/01/25/30573/
LA GRAN NEVADA DE 1954 EN JIMENA (20.01.2017): (El 3 de febrero de 1954) Jimena de la Frontera amaneció como nunca, con una inmensa nevada que casi todo lo cubría. Y en este caso desconocido y que no se ha vuelto a reproducir, narro cual fue la reacción de sus habitantes hasta que primero se heló y luego se derritió: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/01/19/30456/
LA DIVISIÓN AZUL EN JIMENA (09.01.2017): El relato de esta aventura del franquismo en apoyo a Adolfo Hitler, adonde llegaron dos jimenatos que atravesaron sinsabores múltiples por las penurias que padecieron: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/01/08/30335/
LOS ORÍGENES DEL FÚTBOL EN JIMENA (21.12.2016): La historia de la creación del club deportivo Jimena de fútbol asi como sus antecedentes, reconstruido a través de unos recortes familiares que casualmente hallé: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/12/19/30130/
LA TELEVISIÓN LLEGÓ A JIMENA A TRAVÉS DE SAN PABLO (21.10.2016): Las peripecias que ocurrieron cuando aparecieron los primeros televisores y cómo contribuyó a cambiar ciertas pautas del comportamiento de las gentes del pueblo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/10/19/29752/
LA NOVENA QUE VIVÍ (01.09.2016): Cómo fueron a lo largo de mi infancia los nueve días dedicados a la patrona de la localidad, la Reina de los Ángeles, en la barriada que lleva su nombre y estación de tren, culminada el fin de semana de la primera semana de septiembre: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/09/01/29468/
TRAGEDIA TAURINA EN ALCALÁ LA REAL (26.08.2016): En el jienense pueblo de Alcalá La Real, cuatro años antes de que se hundiera la plaza de toros de Jimena de la Frontera, también había ocurrido un episodio de similares características: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/08/26/29375/
DESGRACIA TAURINA EN JIMENA (17.08.2016): El hundimiento de la plaza de toros de Jimena acontecido el 17 de agosto de 1961, donde hubo cinco muertos y cientos de heridos, entre ellas la hija del Primer Ministro de Reino Unido: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/08/17/29346/
EL PREGÓN A JIMENA QUE NO FUE (01.06.2016): En el año 2003 el ayuntamiento me nombró pregonero de aquella feria de Agosto. Cuando subí al escenario, me olvidé del guión que llevaba escrito para entregarme a las historias de mi infancia y adolescencia que me inspiraban los vecinos presentes. Ahora, localizado el texto que llevada redactado porque se me extravió, lo hago público : https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/05/29/28784/
EL CINE DE VERANO EN JIMENA (13.05.2016): Recorrido por lo que fue esta sala cinematográfica en la temporada veraniega y calurosa: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/05/13/28738/
EL CINE CAPITOL (25.04.2016): Radiografía sobre la sala cinematográfica y espectadores de invierno en Jimena: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/04/25/28693/
BARES DE JIMENA (04.04.2016): Descripción sobre bares y clientes que lo visitaban para beber, tapear y charlar: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/04/04/28375/
LA GASTRONOMÍA JIMENATA QUE FUE (03.03.2016): Un recorrido por los platos tradicionales, con el recetario de sus ingredientes y su evolución hasta hoy: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/03/03/28125/
ENTRAÑABLE AURELIO (19.02.2016) De la mano del taxista de Jimena recorriendo aquellas carreteras, paisajes y paisanajes de mi infancia en los coches de la época: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/02/19/27623/
LA MIRADA A LA GUERRA DESDE LA NIÑEZ (01.12.201): Cómo viví desde chico la Guerra Fría que se desarrollaba, como el accidente de bombas atómica caídas en Palomares, el bloqueo a Cuba por el despliegue de los misiles soviéticos o la carrera espacial: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/12/01/26981/
TOROS EN LA JIMENA DE 1957 (16.09.2015): Crónica de una historia local que recupero limpiando bolsas de recortes de prensa y apuntes manuscritos del pasado: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/09/15/26318/
CÓMO ÉRAMOS: ADOLESCENCIA, SCOUT Y MÚSICA (01.11.2012) Contiene las relaciones y vivencias de aquellos jóvenes y la música que oíamos de Radio Gibraltar así como los discos de vinilo que nos llegaban desde El Peñón: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/11/01/12928/
HACIA EL IIº REENCUENTRO DE LOS CLUBES DE JIMENA (18.04.2015): Tal como somos, medio siglo después de aquella adolescencia: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/04/17/25415/
CUANDO DE NIÑO ME FUI DE CINE (02.10.2012): Un apunte biográfico de mi infancia con la actriz sueca, Anita Ekberg, el español Fernando Fernán Gómez y el italiano, Vittorio de Sica: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/10/02/11624/
CÓMO LLEGÓ LA IIª REPÚBLICA Y SU PRIMER ALCALDE A MI PUEBLO (13.04.2014) La sencilla historia sobre cómo se enteraron radiofónicamente de la llegada de este acontecimiento histórico: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2014/04/13/22541/
LA HISTORIA DEL DOCTOR MONTERO (13.09.2014): Una sacrificada y sufrida biografía la del médico de mi pueblo comprometido con la causa de la democracia y la IIª República: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2014/09/13/23993/
CRISIS Y EMIGRACIÓN EN EL MEDIO RURAL (24.02. 2015): Cómo fue y las secuelas dejadas por la emigración de la décda de los sesenta del pasado siglo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/02/24/25187/
MI PESADILLA CON WERT (18.03.2012): El relato a través del sueño sobre el modelo de enseñanza bajo el franquismo y que al parecer tenemos que volver con la LOMCE: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/03/18/6032/
GIBRALTAR, ESA GRAN COARTADA DE RAJOY (12.08.2013): No solo le sirvió el estribillo, «Gibraltar español», a Franco para desviar las tensiones contra su Régimen, sino que también lo ha empleado Rajoy para tapar su corrupción): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2013/08/12/18762/
ANEXO II: TRILOGÍA SOBRE CASTELLAR DE LA FRONTERA.
DE JIMENA A CASTELLAR PARA VER MI PRIMERA NOVILLADA (06.11.2016): Cómo percibí el lugar en que se celebró y el transcurso de mi primera asistencia a una peculiar corrida taurina: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/11/06/29871/
LA CASTELLAR QUE CONOCÍ EN 1960 (06.12.2016): En qué situación de extremo subdesarrollo se encontraba este municipio y el cambio espectacular que se produjo en tan poco tiempo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/12/06/29970/
CASTELLAR Y LA CASA DUCAL DE MEDINACELI (26.12.2016): Historia de Castellar y de la casa nobiliaria que la dominó durante un largo periodo con prácticas semifeudales y las distintos avatares divergentes que les vinieron sucediendo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/12/25/30239/
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Posted on marzo 13, 2017
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