UNA HISTORIA MERECEDORA DE HABER SIDO AL FIN RECONOCIDA
AL DOCTOR MONTERO
Ignacio Trillo.
El pasado dos de septiembre de este año 2014, recibí un mensaje a través de mi portal de Facebook de una ciudadana algecireña, pero en sus entrañas paisana del mismo gaditano pueblo que me vio nacer, Jimena de la Frontera. No la tenía agregada en esa cuenta internauta ni contaba con el placer de conocerla. Su nombre: Victoria Guerrero Montero.
Se me presentó como nieta del doctor don José Montero Asenjo, jimenato, médico, colega de profesión de mi padre y amigo de mi familia, al margen de ideologías de las que entonces, en plena postguerra bajo el franquismo, no se hablaban por miedo.
Me escribía a colación de su abuelo. Inmediatamente hizo catapultarme al pasado. La imagen del buen hombre la recordaba con nitidez. Quedó bien latente en mi retina a la vez que con peculiar cariño en ese recuerdo proveniente de mi infancia y adolescencia que transcurrí en Jimena.
Victoria, como principal motivo de su comunicación, me habló de la altruista labor que como médico desempeñó su abuelo asistiendo a heridos y a contusionados en aquella apocalíptica tarde del 17 de agosto de 1961 en que se hundió la plaza de toros portátil de Jimena que estaba abarrotada de espectadores y con el toro de lidia recién salido al ruedo. Sin embargo, echaba de menos que no hubiera sido reflejada su nombre en mis artículos escritos sobre esa tragedia.
Inmediatamente recuperé de mi privilegiada memoria una frase de reconocimiento a esa ingente labor que realizó el doctor Montero en aquella larga y dramática noche y madrugada.
Lo comentó mi padre, también médico, cuando en ese preciso momento no daba abasto para atender igualmente en su clínica a tanto siniestrado por los retorcidos hierros o los restos de maderas del coso taurino derruido. Por entonces, no existían centros de salud. Los propios accidentados de aquella caótica tarde noche se repartían para su atención médica en las clínicas de los facultativos que estaban dentro de los propios domicilios particulares de las familias de los médicos. El colapso de heridos se generó en la consulta de mi padre porque estaba en la parte baja del pueblo, donde se agolpaban según fuera su gravedad o pudieran o no subir a pie o ayudados la cuesta de la calle Sevilla, bien para ser atendidos igualmente en la consulta del doctor Marina, a mitad de la pendiente, o más arriba en la del doctor Montero, ya que los escasos coches existentes eran insuficientes para el traslado de tantos siniestrados, presentándose el balance final de cinco fallecidos y un millar de heridos.
Esta no diferenciación entre el ingente trabajo que tenían que llevar a cabo los tres médicos existentes en ese momento en el pueblo de Jimena, se realizaba a pesar de que el doctor Montero en el ejercicio de sus libertades fundamentales había sido duramente represaliado por el Régimen de Franco con la separación de por vida de su condición de médico de la sanidad pública. Sólo podía atender a pacientes como actividad privada en una época donde los bolsillos de los jimenatos estaban en su mayoría tan vacíos como sus estómagos.
No fue el caso de aquella noche, porque la situación lo requería y porque el doctor Montero asimismo era una persona muy humana y solidaria.
En su modesta consulta y de igual manera que los demás profesionales de la sanidad pública jimenata, don José Montero se puso la bata blanca de faena para atender generosamente y de forma altruista a cuantos le llegaran contusionados, sangrados, fracturados o mutilados por los hierros o las maderas del anillo del redondel taurino hecho chatarra.
No dudé en prometerle a Victoria que esa memoria rescatada por ella, lo trasladaría inmediatamente, en justo reconocimiento a su abuelo, a mi blog en el reportaje que escribí sobre aquel trágico suceso. Y así quedó reflejado al día siguiente: DESGRACIA TAURINA EN JIMENA: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/08/17/29346/
A continuación, establecida la mutua confianza en esta primera vez que nos comunicábamos, me envió varios enlaces que recogían el homenaje de reconocimiento a su abuelo que apenas un mes antes, 25.07.2014, había realizado el Pleno del ayuntamiento de Jimena con la unanimidad de todos los partidos políticos representados (PP, PSOE e IU) y secundado por el Servicio Andaluz de Salud (SAS) de la Junta de Andalucía.
La iniciativa había partido del cronista oficial, el entrañable farmacéutico y amigo, José Regueira Ramos, que tan meritoria labor lleva a cabo para la puesta en valor de la historia de Jimena, la de sus hijos más sobresalientes, así como apoyando a las nuevas promesas locales de futuro para que no vean frustradas su desarrollo.
Esa consideración tan especial que hubo ese día con ese acto de homenaje hacia el doctor Montero quedó reflejada, tal como pude visionar, en una placa, que fue descubierta por su hijo, José María, junto a sus hermanas, María Teresa y Carmen, y que figura colocada en el nuevo Centro de Salud que fue inaugurado por las autoridades políticas y sanitarias, acompañados de paisanos y de la amplia familia Montero que abarca ya cuatro generaciones.
Le manifesté a Victoria mi pesar por no haberlo llegado a saber y haberme personado en el acto, no por cumplido sino por merecimiento del doctor Montero. Asimismo, en homenaje a quienes como él, en tan difícil trance de la historia de nuestro país, hubieron de padecer en sus vidas sacrificios tan extremos, solidarizándome aunque fuera `post mortem´ con su abuelo.
Más, cuando en su persona, más allá de la consideración especial como injusto represaliado político de la sanidad pública, se hacía un explícito reconocimiento, extensible a los demás facultativos rurales, que, como mi padre, ejercieron la medicina en tan oscura y penuria época, practicando la profesión en horario de veinticuatro horas y teniendo las consultas en los propios domicilios familiares a las que personalmente habían dotados del mobiliario, utensilios y aparatos, como el de Rayos X, a costa de sus propias economías particulares, también de material sanitario adecuado para atender a todo tipo de enfermedades como a las urgencias que acontecieran.
De igual forma, le comenté que tuve que abandonar el pueblo de Jimena en el año 1966, porque no había Instituto, para proseguir estudiando el bachiller superior en Madrid donde vivía la familia de mi padre. Por tanto, ya no volví a ver a su abuelo, porque un año antes por su mal estado de salud física y económica se había tenido que marchar a San Roque a vivir con su hija María Teresa y ya no regresó más, falleciendo en agosto de 1967, según tuve posterior conocimiento.
Victoria, que tan amablemente me había remitido los enlaces de la grabación del acto de homenaje a su abuelo, a pesar de la avanzada hora de madrugada que era y a la mañana siguiente trabajaba, hizo que no pudiera irme a la cama sin visionarlos, así como, reteniendo el sueño que me alertaba, cuando finalicé de contemplarlos, tuve fuerzas para mandarle un correo al cronista oficial de Jimena, José Regueira, gallego de origen y jimenato adoptivo de honor, rogándole que me enviara su intervención escrita sobre la semblanza biográfica del doctor Montero, de cara a que apareciera en este Blog como contribución, asimismo, a ese héroe que en silencio tanto sufrió por ser leal a sus convicciones ideológicas y al orden constitucional de aquel aciago periodo.
Pocas horas después, Regueira amablemente me lo hizo llegar.
Al día siguiente, recuperé de mi ordenador lo que sobre el doctor Montero escribí, como notas locales que desarrollé, atendiendo a la petición que me hizo el alcalde, Ildefonso Gómez Ramos, tras el Pregón de feria con el que me dirigí al pueblo de Jimena en el mes de agosto del año 2003. De igual manera, lo incluyo en este homenaje de recuerdo hacia él, tal como en nuestro primer contacto se lo adelanté a su nieta Victoria, que lo llevaría a cabo en el primer hueco que tuviera entre mis múltiples ocupaciones.
En esa misma dirección, la tarde siguiente estuvimos ampliamente charlando por teléfono ya con el efecto y la complicidad de quienes se conocen de toda la vida. Quedó en enviarme las escasas fotos de que dispone sobre la vida de su abuelo que son las que, junto a otras que he podido recopilar, acompañan e ilustran este relato.
LA SEMBLANZA DEL DOCTOR DON JOSÉ MONTERIO ASENJO
José Regueira Ramos. Cronista Oficial de Jimena
Conocí a don José Montero en los últimos años de su vida, que coincidieron con mis primeros años en Jimena, al inicio de los años sesenta. Mi condición de vecino de Jimena data desde noviembre de 1960 procedente de La Coruña, lo que me permitió coincidir algunos años con él como convecino.
Aunque habían transcurrido ya más de veinte años de la finalización de la guerra civil, todavía imperaba un claro temor a hablar de hechos derivados de esa tragedia que afectó a numerosas familias jimenatas. Menos todavía se hablaba de las represalias subsiguientes padecidas por personas no adictas al Régimen. Faltaban quince años todavía para la desaparición de Franco y el miedo era la tónica general.
Tengo muy presente la imagen de aquel anciano y achacoso médico apartado del ejercicio profesional en cargos oficiales. Vivía dos o tres casas por encima del Ayuntamiento (1), enfrente de la actual Biblioteca o de la Casa de la Cultura. Curiosamente, el lugar ocupado antiguamente por el Pósito que en esos años era cuartel de la guardia civil y durante y después de la guerra era el lugar de represión, según informa José Algarbani en su libro “Y Jimena se vistió de negro”. Venía los días en que sus achaques no eran muy agudos a tomar café al bar de Gabriel “El Bollito”, situado enfrente de la Pensión “La Perla”, actualmente propiedad del Ayuntamiento, donde se hizo recientemente una restauración aún no terminada.
La imagen que conservo es la de un anciano de muy buen carácter, frecuentemente risueño, para el que el desplazamiento de poco más de cien metros entre su casa y el bar se convertía en un trayecto difícil de recorrer, especialmente en su regreso por la calle Sevilla (entonces de José Antonio Primo de Rivera). La empinada cuesta se convertía en un ejercicio de alpinismo que sólo podía superar apoyándose en las paredes de las casas, sujetándose a las rejas y haciendo descansos cada quince o veinte metros. Jamás le oí ninguna queja ni alusión a su historial represivo.
Todos los testimonios de vecinos de Jimena cuyo recuerdo conservo de entonces y los que he podido consultar ahora con motivo de este expediente, coinciden en un elogio unánime hacia sus valores humanos y su altruismo profesional al servicio de los más débiles y necesitados, a los que prestaba servicios médicos de forma totalmente desinteresada.
Datos biográficos:
Don José Montero Asenjo nació en Jimena de la Frontera e 23 de junio de 1892, vivió prácticamente toda su vida (excepto los años que estuvo en la cárcel) en su pueblo y murió en 1967 en San Roque, en la casa de su hija María Teresa, que lo había acogido dado su precario estado de salud y su ruina económica.
Era miembro de la Logia Masónica Fénix de los Valles nº 66 de Jimena, desde su fundación al principio de los años treinta del siglo pasado, en la que desempeñó diferentes cargos, entre ellos el de tesorero y posteriormente el de Venerable Maestro.
Ejercía como médico con plaza como “Médico de Asistencia Domiciliaria”, que era la denominación de la época para la modalidad de ejercicio de casa en casa, ya que no existía ningún local sanitario adecuado para el ejercicio de la medicina. Su primera plaza fue en el pueblo jiennense de Los Villares, en cuyo Colegio Médico estuvo colegiado desde 1917 a 1921. Fue la única localidad donde ejerció fuera de Jimena.
Debido a esta militancia masónica, cuando las tropas sublevadas iban a entrar en Jimena en septiembre de 1936, huyó de la población a través de los montes hacia zona republicana a la vecina provincia de Málaga, siendo capturado en febrero de 1937 por las tropas franquistas. Fue la célebre huida (léase “juía”) de la que fue protagonista la inmensa mayoría de la población de Jimena y que tan magnífica y dramáticamente relató la vecina, Ángeles Vázquez León, en su trascendente libro, “Un boomerang en Jimena de la Frontera”.
En este éxodo acompañaron al doctor montero su esposa y sus seis hijos. Su casa fue saqueada, llevándose todos los enseres domiciliarios, libros de medicina e instrumental médico.
En la zona republicana, inmediatamente ofreció sus servicios de médico, tan necesarios para atender a la población residente y a la ingente cantidad de población huida de las poblaciones a donde iba llegando el ejército sublevado.
Al ser detenido se le encarceló y se le hizo Consejo de Guerra en Algeciras el día 26 de abril de 1937. Se le aplicó el Código de Justicia Militar y se le condenó por “masón” (todavía no se había constituido el Tribunal de Represión de la Masonería), por “auxilio a la rebelión” y por haber sido militarizado en zona roja como alférez médico. Por todas estas acusaciones se le pidió la última pena, siendo condenado finalmente a veinte años de prisión.
Permaneció en la Prisión del Puerto de Santa María desde febrero de 1937 hasta agosto de 1940, en cuya fecha se le liberó por reducción de la pena. A su llegada a la Estación de Jimena el pueblo en masa le hizo un entusiástico recibimiento, dada la popularidad y el afecto que el pueblo profesaba a don José.
Al constituirse el Tribunal para la Represión de la Masonería es llamado a Madrid. Tanto él como la familia pensaban que se trataba de un mero trámite burocrático pero nuevamente se le procesa en 1942 y es condenado a otros doce años y un día de prisión, conmutada luego por seis años (2)
Fue encarcelado primero en la Prisión del Dueso (Santoña, Cantabria) y luego en la de Burgos. José Algarbani, en su obra “Y Jimena se vistió de negro” dice también que estuvo en la colonia penitenciaria de la Isla de San Simón, en la isla de Vigo, pero en la documentación que se me entregó no figura la estancia en esta prisión, de la que tampoco tienen noticia sus familiares.
Además fue inhabilitado a perpetuidad para el ejercicio profesional y para ocupar cualquier cargo del Estado e incluso puestos de responsabilidad privados.
El doctor Montero era médico titular de Asistencia Pública Domiciliaria de Jimena en esos años treinta republicano y médico de la Sociedad Industrial y Agrícola del Guadiaro (SIAG).
Al ser encarcelado se le condenó también a la retirada de su plaza de médico titular a perpetuidad, así como la de ocupar cualquier cargo oficial. Los encargados de la SIAG y concretamente su administrador en San Martín del Tesorillo D. Raimundo Burguera tuvieron un correcto comportamiento con él al ser condenado. Le dieron un empleo de cobrador en Tesorillo a su hijo mayor, Paco, al que luego emplearon en Madrid en la empresa Uralita, propiedad de la Casa March (4). Años más tarde, emplearon igualmente a su hijo menor, José María. Cuando salió de la cárcel le concedieron al propio don José Montero la representación de esta empresa para Jimena.
Al menos en los últimos años tenía la asistencia médica de alguna Mutua o empresa de Seguros como La Unión y el Fénix, pero estas compensaciones eran insuficientes para atender sus necesidades familiares.
En los años de su encarcelamiento en los que sus hijos eran menores la familia pasó muchas penalidades, que continuaron posteriormente. Ello le obligó en los últimos años de su vida a solicitar del Colegio Médico alguna ayuda para poder sobrevivir, lo que se le concedió ya a última hora, cuando estaba recogido en casa de alguna de sus hijas (5)
(1) Calle José Antonio Primo de Rivera, 89, hoy calle Sevilla como se denominó de toda la vida, también popularmente se conservó tal denominación bajo el franquismo, que da nombre a la Cañada histórica que iba desde el campo de Gibraltar a la capital hispalense. Las calles rebautizadas por el franquismo, a pesar de la larga Era en que se mantuvo, cuatro décadas, no hizo mella entre los jimenatos. Así, la calle Padre Marcelino y Justo, siempre se llamó calle Romo, o la de Héroes de Toledo, Fuente Nueva. Restablecida la democracia volvieron oficialmente a sus tradicionales nominaciones.
(2) Unidas las dos condenas y sumados los tiempos conmutados, don José Montero salió definitivamente de la cárcel en el año 1948 tras pedir, su hijo mayor Paco, benevolencia argumentando la frágil situación económica en que se encontraba la familia y el hecho de haber vuelto a ser condenado su padre cuando ya lo habían juzgado y penado la condena con cárcel.
(3) Durante la IIª República don José Montero, según recoge José Algarbani, el historiador de la guerra civil en el Campo de Gibraltar, fue miembro destacado de Unión Republicana. Este partido aglutinó a la gran masa de la burguesía avanzada socialmente, sus militantes eran especialmente intelectuales y profesionales y sus votantes procedían sobre todo de las clases medias progresistas. Tuvo como líder nacional a Diego Martínez Barrios y en las elecciones generales de febrero de 1936 sería cuarta fuerza política con 38 diputados, e, integrado en el Frente Popular que ganó esos comicios, entraría a formar parte del Gobierno hasta 1939, final de la guerra con victoria de los golpistas.
(4) El titular de la Casa March, dueño en los años cuarenta de gran parte de El Tesorillo y San Pablo de Buceite, las dos grandes pedanías de Jimena de la Frontera, como tierras recorridas por el río Guadiaro, fue Juan March Ordians, conocido banquero y hombre de negocios mallorquín, asimismo conspirador permanente contra la IIª República y financiador de la sublevación franquista contra el ordenamiento constitucional.
(5) Don José Montero, ya muy enfermo, murió en agosto de 1967 en San Roque en la casa de su hija María Teresa donde pasó sus últimos dos años. Las secuelas de la estancia tiempo atrás en las ímprobas cárceles franquistas le pasaron factura en su pleura pulmonar.
(6). El doctor Montero hizo la carrera sanitaria en Cádiz que solo tenía como centro universitario superior una prestigiada Facultad de Medicina, fundada oficialmente en 1845 aunque con enormes antecedentes anteriores como enseñanza de la salud por la Armada con especializaciones como Medicina y Cirugía que fue la primera en Europa, y que, cubriendo los Distritos de Cádiz, Huelva, Málaga, Islas Canarias y Posesiones del Norte de África, era dependiente entonces de la Universidad de Sevilla. La Universidad de Cádiz no se creó hasta 1979.
(7) Identificación del personal sanitario encarcelado en la prisión de Burgos que figura en la foto y que me ha sido facilitado por la propia Victoria Guerrero Montero ya que su tía, la hija del doctor Montero, María Teresa, ha tenido a buen recaudo durante las décadas que duró el franquismo hasta que ya en democracia lo publicó en su libro «Memorias de una cigüeña» de edición limitada. Atención historiadores de ese periodo y familiares de víctimas y represaliados por la sublevación sediciosa, pues es la primera vez que aparece publicado en la Red. De izquierda a derecha (de pie): Juan Rubio Ortiz (de Almería); José L. Serrano Salagavar, médico (Cádiz); Filomeno García Ballester, médico (Cartagena, Murcia); Antonio Luffo Ramos, médico (Cádiz); José Montero Asenjo, médico (Jimena de la Frontera, Cádiz), le he situado una flecha como indicación; Antonio Santos Gutíerrez, médico (Málaga); Juan Montaña, médico (Vigo, Pontevedra); Francisco Chacón Martorell, practicante (La Línea de la Concepción, Cádiz); Eduardo Alfonso, médico (Madrid); Julio López Orozco, médico (Elche, Alicante); Francisco Florido del Río, veterinario (Málaga); Jose Porra Bandera, farmacéutico (Málaga); Eliseo García Ramírez, médico (Madrid); Julio Serrano del Reino, médico (Cádiz) Sentados, de izquierda a derecha: Enrique Ordaz Caballero, practicante (Cádiz); Gustavo Cevallos, médico oficial (Burgos); Manuel Torres Oliveros, médico (Madrid); Antonio Pérez Caravante, practicante (La Línea de la Concepción, Cádiz) y Eugenio de Grau, médico (Barcelona)
LOS RECUERDOS DE MI INFANCIA HACIA EL DOCTOR MONTERO
Ignacio Trillo.
A continuación transcribo unas anécdotas que hice referencia, tal como ya introduje, sobre el doctor Montero en el Pregón que llevé a cabo en la inauguración de la feria de agosto del 2003, gracias a la invitación que me cursó el alcalde de Jimena, Ildefonso Gómez, así como el gran amigo de siempre, edil y primer teniente de alcalde, Andrés Beffa, y que remato en su último apartado sobre lo que ahora ya conozco de su meritoria biografía.
Por aquel entonces, en época de tantas penurias, me refiero a la década de los cincuenta y principios de los sesenta del pasado siglo XX, aparte de La Estación donde ejercía el doctor don Manuel Lastres Abente, la población del casco urbano de Jimena, junto a las diversas huertas y cortijos, tenía la suerte de contar con tres médicos. Dos ejercían la sanidad pública, mi padre, Juan Trillo Trillo, y el doctor don Juan Marina, cuyo segundo apellido, Bocanegra, nos hacía mucha gracia a los niños de mi edad, quizás por asociarlo a algún personaje cómico de películas de matiné.
El tercero, el doctor Montero, estaba condenado a ejercer la medicina sólo en el ámbito privado por ser desafecto al Régimen franquista; se murmuraba que durante la II República había sido masón. Esta expresión sonaba como muy mal, porque el Dictador, apenas que articulaba su simple y `patriótico´ discurso, la primera palabra de descalificación, de la larga lista de enemigos de España, que le salía de su siniestra alma, era la de masón, para a continuación seguir condenando a las tinieblas o al paredón con las de judío y comunista.
Después, ya de mayor, supe que optar por la condición de masón no era acabar como una persona satánica sino, por el contrario, humanista, con una concepción laica de la vida, sin apego a las supersticiones derivadas de los dogmas de fe religiosos, optando en todo momento por un compromiso de comportamiento ético y fraternal entre los seres humanos con apuesta siempre decidida por el respeto a los derechos humanos.
Importantes personajes intelectuales y del mundo de la cultura, por ser hijos de la Ilustración y contra la intolerancia, lo fueron en aquel periodo tan agitado de nuestra historia, tales como: Álvaro de Albornoz, Ángel Galarza, Ángel Ossorio y Gallardo, Augusto Barcia, Miguel Maura, Eduardo Ortega y Gasset, Jiménez de Asúa, José Bergamín, José Prat, Manuel Azaña, Manuel de Irujo, Niceto Alcalá-Zamora, Pedro Rico, Victoria Kent, .. incluso el general Aranda, sublevado en Oviedo a favor de Franco. También fueron masones los más grandes fabricantes de coches: Henry Ford, los Chrysler y Andrés Citröen. Es más, igualmente figuran los libertadores americanos, como el cubano José Martí, los estadounidenses George Washington y Benjamin Franklin, el venezolano Simón Bolivar, el mexicano Benito Juárez, el cubano José Martí…, como asimismo: Napoleón Bonaparte, Abraham Lincoln, Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill, al igual que se podía hablar de grandes filósofos, artistas y escritores. Incluso, el hermano de Franco, Ramón, insigne aviador y militar fue masón y republicano convencido.
De investigaciones posteriores en España se ha sabido que el odio que Franco profesó contra la masonería estaba basado en que le fue denegada su solicitud de ingreso en dos ocasiones. Primero, en la década de los años veinte del siglo XX, cuando lo intentó en Larache siendo teniente coronel, y en 1932, ya bajo la IIª República, en Madrid siendo general. Su negativa teórica a recibir ascensos en su carrera militar por méritos de guerra y luego hacer todo lo contrario aceptándolos encantado no fue considerado ético.
Pero, retornando a mi época, lo único cierto que recordaba de aquella infancia, es que el doctor Montero me caía muy bien y era muy bueno. Además, muy generoso conmigo; en cada circunstancia que me veía, me llamaba y me regalaba un caramelo de los que llevaba siempre en su bolsillo.
Una tarde, tendría unos cuatro años, encontrándose sentado en la terraza del bar de Ernesto Cuenca Cobalea, por entonces ubicado en El Paseo del pueblo cercano a la plaza de la Constitución, los suegros del veterinario del pueblo, don Isidoro Sánchez, que estaban de vacaciones procedente de su lugar de residencia, el Larache magrebí, por entonces formando parte del colonial Protectorado español, me reclamaron para darme unas chucherías de regalo, a lo que acudí diligentemente. De regreso al Paseo, todo contento y corriendo, tropecé y me di un buen guarrazo.
Los caramelos quedaron esparcidos por el suelo y mi ceja izquierda infortunadamente fue a dar contra el pequeño bordillo de lozas de piedras que daba acceso a la explanada, separando el Paseo de la Plaza. Un reguero de sangre alarmó a los primeros asustados que me socorrieron. Rápidamente me trasladaron a la clínica de mi padre. Al encontrarse mi progenitor ausente, solicitaron la inmediata comparecencia de otro médico. Localizado de inmediato el doctor Montero, procedió a realizarme allí mismo la cura adecuada. Me cogió varios puntos de sutura para cegar la brecha abierta. Antes me había limpiado y desinfectado la herida. Lo realizó, cogiendo de la vitrina de mi padre un botecito de polvos de “Azol”.
Cuando dos días después mi padre procedió a abrir el esparadrapo con la gasa para analizar la evolución de la lesión y proceder a su limpieza, se encontró con una ingrata sorpresa. La zona siniestrada ofrecía un feísimo aspecto. La raja continuaba abierta a pesar de los puntos y la piel aparecía como quemada. Indagada la causa de lo acontecido, la aclaración se halló en el interior del propio envase del desinfectante «Azol»; se encontraba a tope pero de otros polvos, de bicarbonato de sosa para el estómago de la marca, “Torres Muñoz”.
Las dolencias estomacales de mi padre, producto de sus malas y tardías digestiones, las paliaba con ese alivio.
Para que nunca le faltara, las tenía distribuidas por varios sitios de la casa que él solo controlaba en tarros de envases farmacéuticos ya vacíos de medicamentos. Así pues, cogido a tiempo y realizada una limpieza a fondo de la referida lesión, no tendría mayores consecuencias que me pudieran aquejar al globo ocular. No obstante, me quedaría marcada la huella de una larga y ancha cicatriz que, como continuidad de la ceja, me sigue acompañando como monumento a la caótica dispersión de la adicción de mi padre al milagroso polvo; a él le gustaba calificarlo así, por su efecto inmediato sobre la acumulación de gases que le mortificaba asiduamente el estómago ante la hernia de hiato que padecía y que fatalmente también heredé y me sigue acompañando, ya sin combatirlo con bicarbonato de sosa pero sí a base de «Almax» y «Omeprazol».
El otro médico, don Juan Marina Bocanegra, aun estando en el sector público no se destacaba tampoco por sus elogios al Régimen de Franco, ni porque tan siquiera llegara a pisar una iglesia. De él se decía, en los medios oficiales, también en tono peyorativo, que era un liberal.
A mí todo esto me desentonaba, me chirriaba, no me cuadraba con los esquemas teóricos que me intentaban inculcar. Un lío qué ideologías eran las buenas y cuales las malas. Ambos doctores eran de muy alto nivel cultural, amables, simpáticos, ocurrentes, exquisitamente educados y afables, amigos de mi familia; si bien, tal vez para anular discrepancias improbables de conciliar, desechaban hablar de política o de temas religiosos entre ellos.
La realidad es que los profesionales de la sanidad que lo habían ejercido en el pasado en el pueblo de Jimena –década de los años treinta- se habían caracterizados por sus simpatías y militancia en el republicanismo. Por ello pagaron un altísimo precio. Así, el farmacéutico Diego Pitalua, que junto a sus dos hijos, José y Francisco, fueron fusilados por los sublevados.
Asimismo, a destacar, el médico don Guillermo Ortega Durán, originario del malagueño, aunque cercano a Jimena, municipio de Montejaque, donde nació en 1889, por tanto tres años menor que el doctor Montero, su íntimo amigo, colega de profesión y ambos profesos republicanos. Hizo la carrera de medicina, también en Cádiz.
En Jimena, ejerció el doctor Ortega su primer destino como médico. Además fue convencido masón y presidió a nivel local el partido político, Unión Republicana, que liderara a nivel nacional, Diego Martínez Barrio, que asimismo era jefe de la logia masónica en España.
Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones generales celebradas el 16 de febrero de 1936, cesó en Jimena una Comisión Gestora que llevaba los asuntos del Ayuntamiento cuyo equipo de Gobierno municipal había dimitido en noviembre de 1935. Fue sustituida por otra Comisión Gestora presidida por Cristóbal Vera Sarabia y donde el médico, Guillermo Ortega Durán, era el vicepresidente. Con el levantamiento golpista en julio de 1936, quedó cesado este órgano local. Una vez consolidada la ocupación militar, octubre de 1936, los sediciosos nombraron otra Comisión Gestora, que ya presidió, Diego Meléndez Ramos.
En septiembre de 1936, cuando las tropas militares norteafricanas estaban tomando Jimena y se escuchaban y sentían sus disparos y cañonazos, el doctor Ortega con su familia huyó de Jimena a caballo junto al doctor Montero y ambos, monte a través, primero con destino a Casares y luego a Estepona.
En el caso del doctor Montero, caída Málaga en poder franquista en febrero de 1937, al retornar voluntariamente a Jimena, puesto que consideraba que no había cometido delito alguno, fue juzgado en Algeciras donde sería condenado a la pena de muerte y luego sustituida por 20 años de reclusión, pasando a la cárcel del Puerto de Santa María. Posteriormente se le quedó reducida en años. Luego, sería nuevamente juzgado, esta vez por masón, y volvió a pasar otros años de cárcel en Burgos.
En cuanto al doctor Ortega, no fiándose de los golpistas, siguió huyendo de Málaga a Almería, padeciendo la famosa «juía», en tanto barcos de la Alemanía de Hitler a favor de Franco bombardeaban desde el mar el litoral terrestre y por el aire lo hacían aviones pilotados por militares sublevados, a pesar de que eran decenas de miles las personas civiles y desarmadas que huían y eran asesinadas, en su mayoría, ancianos, mujeres y niños.
Don Guillermo Ortega Durán a continuación prestó sus servicios sanitarios en la capital alicantina adonde llegó desde almería como director del Hospital de Alicante. Allí estuvo hasta febrero de 1939 y de ahí pasó a director del hospital de Valencia hasta que huyó por la frontera de Port Bou justo antes de que fuera ocupada la ciudad por las tropas franquistas.
A continuación, el doctor Ortega tras permanecer encerrado un año y dos meses en el campo de concentración francés de Arguelés-sur-Mer, pasó en barco a Tánger, y de allí a Casablanca, al objeto de reunirse con su esposa e hijos que lo estaban esperando.
El doctor Ortega temiendo que pudiera ser detenido en cualquier momento por las nuevas autoridades de Vichy colaboracionistas de los nazis para ser entregado a los franquistas, por su propia seguridad y el mejor fin de que no sufriera más su familia, en tanto su esposa e hijos retornaban a España, se embarcó en solitario, atravesando el Atlántico, para establecerse en México, en concreto en la Baja California donde vivió durante nueve años.
Quizás la fuerza y la red que gozaba allí la masonería entre el exilio español, donde la profunda huella de Martínez Barrios, que llegó a ser presidente de la República española en el destierro, no era ajena, llevó al doctor Ortega a refugiarse en esa concreta área geográfica azteca.
Pensó en volver cuanto antes, pero los avatares históricos siguieron favoreciendo la consolidación del Régimen franquista y acabó quedándose definitivamente en tierras latinoamericanas sin poder retornar, como ocurrió con tantos otros españoles que tuvieron que marchar al exilio.
Recuerdo aquí también al bueno de don Antonio Machado que murió pocos días después de su exilio. En el caso de este médico que ejerció en Jimena, no tan tempranamente ni en tierras francesas sino venezolanas y hasta pasada una década después. Y es que don Guillermo Ortega Durán murió en Caracas, en enero de 1949, a punto de contar con sesenta años, adonde había llegado en mayo de ese mismo año, ya aquejado de una grave enfermedad, al encuentro de su influyente primo hermano por doble apellido, doctor don José Luis Ortega Durán, médico también y asimismo oriundo de la Serranía de Ronda y exiliado en esa capital bolivariana, que en aquel instante era una eminencia en la medicina y en la política sanitaria venezolana.
Y es que el doctor don José Luis Ortega Durán, como ya he indicado, primo hermano por partida doble de don Guillermo, nació en Ronda el último día del mes de enero del año 1905; por tanto dieciséis años menor. Se doctoró por la Universidad de Madrid e hizo el postgraduado en Barcelona.
A pesar de su juventud, fue un reconocido psiquiatra, su especialización médica, siendo loada su labor en Cataluña bajo el Gobierno de la Generalitat en la IIª República. Se casó en 1936 en Barcelona con la venezolana, Cristina Sánchez, cuñada del Dr. Isaac Pardo, famoso médico tisiólogo; ambos procedentes del citado país caribeño y exiliados en Barcelona por mor de la dictadura de José Vicente Gómez que entonces gobernaba dicha nación bolivariana.
Al final de la guerra civil, tomada Barcelona en enero 1939 por las tropas franquistas, José Luis Ortega Durán y familia huyeron a París y de allí a Venezuela, patria de su esposa, donde llegaron en ese mismo año.
En este país latinoamericano, lograría ser una gran eminencia. Sería varias veces condecorado, tanto en las esferas sanitarias, sociales, universitarias como políticas. Fue en el año 1949 cofundador de la Universidad Central de Venezuela, donde ejerció como titular de varias cátedras, gozando de la confianza y del prestigio de los más altos dignatarios del Estado, como el propio presidente de aquella República, Rómulo Betancourt.
En 1965, producto de un ictus cerebral que le da, hallándose en París, acontece su muerte repentina, contando con la misma edad que había muerto en 1949 su primo hermano, el doctor don Guillermo Ortega Durán. Sus restos mortales fueron trasladados a Caracas donde recibieron sepultura.
Ahora, he tenido conocimiento también, por Victoria Guerrero Montero, que uno de los hijos del matrimonio constituido por el doctor don José Montero Asenjo y doña Magdalena Núñez, de nombre Juan, el cuarto en descendencia, se casó en Algeciras en el año 1959, con una hija, de los cuatro, dos mujeres y dos varones, que tuvo el doctor don Guillermo Ortega Durán con doña Pura Terrones Villanueva, de nombre Rosa María. Tuvieron tres hijos, dos varones y una mujer. Entre ellos, Juan José, el mayor, que acompaña en foto a esta narración.
Fue uno de los nietos que se dirigió al público asistente en el homenaje a su abuelo, el doctor Montero, al final de julio del 2014, en el acto que se le dispensó en el centro de Salud de Jimena con la puesta al público de una Placa en su recuerdo y honor.
La que más tarde sería esposa del doctor Ortega, doña Concepción Terrones Villanueva, «doña Pura», había nacido en el granadino pueblo de Baza, y ejerció el magisterio en el pueblo de Jimena a lo largo de los años veinte y los que le siguieron de algo más de la mitad de la década de los treinta en tanto duró la IIª República.
Concepción Terrones Villanueva, «Doña Pura», la novena en la tercera fila con un bebé en los brazos con su alumnado de Jimena en la década de los años veinte en su etapa de docente. Fuente: Ediciones OBA.
Francisco Jimenez Jimenez
septiembre 16, 2014
Amigo Ignacio, has fotografiado mentalmente toda una época con tus recuerdos magníficos….Yo creo que algún que otro cineasta como Almodóvar.. debería leerlo y cogería sus trastos para plasmarlo en el celuloide de la vida…… Un abrazo me has dejado «boquiabierto»… Enhorabuena
victoria
septiembre 16, 2014
MagnÍfico relato de una historia que nada tiene que ver con la ficción, contada y documentada fielmente de la realidad.
Aquel Sr. con sonrisa socarrona y bonachona que un caramelo te ofrecía y un día curó la herida de tu ceja, estaría muy agradecido.
En honor de su memoria y en su nombre , lo hacemos la familia MONTERO.
Cecilio Gordillo
septiembre 23, 2014
Felicitaciones.
Rosa Estorach
octubre 20, 2015
Magnífico relato, bien documentado. Para mí ha sido de gran interés ya que mi suegra me hablaba mucho de él por ser su sobrina.
Felicidades.