LA MUERTE DE LOS PAPAS DE ROMA DESDE JIMENA
Ignacio Trillo
Procesión de la Reina de los Ángeles por la calle Sevilla de Jimena. Ano 1953. Fuente, Ediciones OBA.
Altar de la Reina de los Ángeles en Jimena. Año 1956. Fuente, Ediciones OBA.
Año 1944. Recibimiento y procesión de Jimena a la Estación en homenaje a la virgen de Fátima. Obsérvese que aún no está demolida por hallarse en ruina la Iglesia Nuestra Señora la Coronada que hubo en el Paseo y de lo que quedó únicamente de pie fue el Campanario. También cercano al castillo se ve la estructura de la iglesia de la Misericordia que se alzó varios siglos atrás sobre una Mezquita que existió en su misma planta. Fuente: Ediciones OBA.
Romería con la virgen de la Reina de los Ángeles al núcleo de población de Marchenilla. Año 1956. Fuente: Ediciones OBA.
Aquellos años de la década de los cincuenta y de los sesenta del siglo pasado fueron tiempos en que cualquier acontecimiento religioso que sucediera en España, tan cerrilmente clerical, o a nivel internacional, tenía una enorme trascendencia; bien de tratara de asuntos procedentes del Vaticano, o de nuevos milagros atribuidos a la virgen de Fátima, de Lourdes o a la mano incorrupta de Santa Teresa de Jesús que no paraban de pasear de un sitio a otro sin darle descanso eterno para que curase a los poderosos con grave enfermedad; entre estos recorridos no podía faltar el Palacio del Pardo, donde se la situada encima de la mesita de noche del dormitorio del Caudillo, Francisco Franco, para que le proporcionara longeva vida.
El omnipresente Dictador lo teníamos hasta en la sopa, siempre dando imagen de buen cristiano y sin que los ninos de entonces supiéramos aun sus fechorías. Fuente, Google.
En plena época de aislamiento internacional, al no ser un Estado homologable con las democracias occidentales y haber pertenecido como aliado al eje nazi-fascista derrotado en la Segunda Guerra Mundial, aparecía Franco en los periódicos del Régimen con actividad diplomatica desaforada, recibiendo en el Palacio del Pardo, su sede residencial, desde embajadores de los países mas exóticos hasta las Vírgenes religiosas. Fuente: diario ABC
El NO-DO, asimismo, nos lo recordaba cada vez que en el cine Capitol o en el de verano asistíamos a la proyección de una película infantil o del oeste siempre que fuera autorizada para todos los públicos.
El NO-DO, noticiario oficial del Régimen de Franco de obligada proyección en el cine previo al inicio de la película que se fuera a ver. Fuente: Google.
Al mismo tiempo, a través de la escuela nacional -yunque donde nos forjaban a los hombres del mañana para servir a Dios y a la Patria– éramos los chiquillos de entonces los primeros e inmediatos encargados de hacer llegar a la casa cualquier noticia relacionada con esta materia metafísica.
Ocurría en plena penumbra de medios de comunicación y donde lo más seguido en los domicilios particulares era la radio, pero para escuchar a la hora de la merienda a los cansinos programas de discos dedicados tras unas cuñas de anuncios sobre los negritos del África Occidental que tomaban Cola Cao.
«Yo soy aquel negrito del África Occidental y vengo a cantarte la canción del Cola Cao…», musicaba el reclamo publicitario para invitarnos a su consumo. Fuente: Google.
Cuando no se trataba de la música, en su mayoría coplas, nuestras madres mientras planchaban se ponían encandiladas, vibrando y llorando a lágrima viva con los capítulos del día de las novelas folletinescas que se emitían por las ondas, como Ama Rosa, bajo la dirección de Guillermo Sautier Casaseca, y con las voces de Matilde Vilariño, Pedro Pablo Ayuso y Matilde Conesa.
Las tardes con las novelas radiofónicas folletinescas y los anuncios publicitarios que transmitían. Fuente: Google.
O también atentas a las puritanas y recatadas contestaciones a las cartas ingeniadas en nombre de los oyentes a las que respondía, bajo los principios morales del Movimiento Nacional, el consultorio sentimental de la Señorita Elena Francis, de la que después se supo, ya en democracia y con sorpresa y estupefacción, como tantas otras cosas ocurrieron en ese siniestro periodo, que el que se inventaba las epístolas y las respuestas no era señorita ni se llamaba Francis de apellido, sino que se trataba de un varón, el periodista, Juan Soto Viñolo, y la que le ponía voz era la locutora, Maruja Fernández, que por cierto venía de Cuba y la trajo a España el cantante de los angelitos negros, Antonio Machín, formando parte de su coro.
Pues bien, también los niños de aquel periodo oscuro éramos los animadores hacia nuestros mayores para que se sumaran o tomaran las iniciativas que correspondieran sobre el boato a emplear según el hecho religioso que se tratara y que previamente nos había sido explicado e inculcado en la escuela por el maestro o el cura; este último, tan preocupado por nuestro desarrollo espiritual, mucho más que por el del crecimiento como personas o por la atención a que los estómagos de tan pequeños feligreses, en época de tanta penuria y escasez, estuvieran alimentados.
Así ocurrió con la muerte del Papa, Pío XII, día jueves, 9 de octubre de 1958.
Fallecimiento del Papa Pio XII en su sede veraniega de Castelgandonfo. Fuente: Google.
Estábamos casi a comienzo de curso. Yo tenía siete años camino de ocho. Aquel tenebroso día estuvieron las campanas de las iglesias del barrio arriba y barrio abajo sin parar repicando a muerto. La clase de la escuela sólo fue dedicada a ensalzar la piadosa vida del Pontífice fallecido.
Se nos pintó en la pizarra con tizas de ceras de colores, que era entonces todo un lujo solo para emplear en casos muy especiales, la efigie de perfil de ese Padre Santo, con sus gafas y el pequeño solideo, ese gorro que a modo de casquete apenas le cubría la coronilla de la testa, en posición de recogimiento, con su cabeza levantada hacia el cielo en posición de rezo
La Escuela Nacional. El Padre Manuel Alegre, impartiendo la clase sobre la biografía del Papa fallecido, Pio XII. La efigie de su Santidad en la pizarra pintada con tizas de cera. En la pared, el crucifijo entre los cuadros que no podían faltar de Franco y José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española, único partido político que la Dictadura tenia como legal. Fuente: propia.
Otros días que se empleaban esas pinturas en la escuela, eran: la víspera de la fiesta de la Hispanidad, para colorear el inmenso Imperio que tuvo España donde no se ponía el sol.
Ni en las escuelas particulares de pago para muchachas adultas, podían faltar menciones escritas en la pizarra y alegóricas a la gloriosa: «España imperial hacia Dios». Fuente: Google.
Apuntes y dibujos en el cuaderno de la escuela que teníamos que realizar sobre el día de la Hispanidad. Fuente: «El Florido Pensil».
Asimismo, sucedía el 20 de noviembre, aniversario del fusilamiento, por los malvados rojos y masones, del fundador de la Falange Española y de la JONS, José Antonio Primo de Rivera; y cómo no, el 1 de octubre, día de la exaltación del Caudillo, Francisco Franco, general invicto en todas las batallas y Generalísimo de los ejércitos de tierra, mar, y aire, a la Jefatura del Estado.
1 de Octubre, fiesta nacional en aquel tiempo, de exaltación a la figura del Caudillo por su acceso a la Jefatura de Estado. Fuente: «El Florido Pensil».
Nos librábamos de la festividad por el inicio del Golpe de Estado del 18 de julio contra el orden constitucional republicano que estuvo legalmente vigente, llamado, comienzo del Glorioso Movimiento o Alzamiento Nacional, porque la escuela estaba cerrada por vacaciones veraniegas.
El párroco del pueblo, el padre Manuel Alegre, se pasó esa mañana por la clase para reforzar cuanto ya nos había sido explicado sobre Pío XII por el maestro. Esa mañana nos dimos una pechá de rezar, “padres nuestros” y “aves marías”; primero con el maestro y más tarde con el sacerdote.
Se nos dijo que esas oraciones eran por el descanso eterno de su Santidad fallecido, ya que todos debíamos de suponer como hecho natural que no hubiera ni una mijita de duda de que fuera directamente al cielo, por la vida ejemplar y las buenas obras que había llevado a cabo a lo largo de su prolongada y piadosa existencia ocupando la silla gestatoria del Vaticano como heredero de San Pedro, según lo que previamente nos había sido detallado en clase.
El Papa Pio XII en vida llevado en procesión junto a su inseparable silla gestatoria. Fuente: Google
Ni una sola crítica a Pío XII como era lógico. Toda su biografía había sido perfección y rectitud.
Luego, con el paso de los años y en democracia, nos enteraríamos que este Papa fue un juguete en manos de Adolfo Hitler y nada hizo por la salvación de los judíos en los campos de concentración de exterminios y menos aún por los católicos de Polonia y Checoslovaquia perseguidos por el nazismo.
En cambio, en la clase tuvimos que escribir en nuestros cuadernos unas letras y pintar dibujos donde cada uno de los escolares, a nuestro elemental modo de saber y entender, debíamos de expresar todo lo oído sobre sus bondades. Igualmente, se nos dieron instrucciones para que cuando saliéramos del colegio y llegáramos a nuestras casas les dijéramos a nuestras familias que pusieran en los balcones o ventanas alguna señal de pública condolencia.
Ante esta santa recomendación, apenas acabó la clase y compartiendo la iniciativa con mi amiguito, José María Macías Sanchez, en vez de seguir al pie de la letra lo encargado, tomamos la decisión de dar una compasiva sorpresa en nuestras casas.
En foto casi de recién nacidos José Maria, a mi derecha. Nos llevábamos de edad veintiocho días de diferencia. Fue el gran amigo con el que recorrí la vida hasta que tuve que marcharme de Jimena por motivos de estudios y luego de trabajo. Fuente: propia y de Carmen Troncoso.
Nos fuimos a su domicilio, en cuya entrada estaba la tienda de su padre, Bartolo. Entramos muy sigilosos en el dormitorio de sus mayores, y sin que nadie nos viera; de uno de los cajones de la cómoda donde guardaban las ropas de uso común para vestir las camas, cogimos la primera sábana con que nos topamos. De la misma forma silenciosa, nos dirigimos a la cocina donde no había nadie. Del poyo de la encimera sacó José María una tijera grande y salimos al patio para proceder a rajarla por la mitad, quedándonos cada uno con un trozo. Igualmente hicimos con un velo negro, de fina seda, que como si hubiese sido un milagro encontramos trasteando otro cajón de la misma alcoba.
Nos pusimos eufóricos. Ya teníamos la bandera de la paz y el crespón del luto; sólo nos hacía falta encontrar, a modo de mástil, un par de cañas. Para ello, nos fuimos a espaldas de la calle Romo, a la altura de la puerta falsa del cine Capitol, donde enfrente había un pequeño callejón que nos conducía al barranco del pueblo que se utilizaba para arrojar restos de escombros, no la basura doméstica que se tiraba en otra hondonada al final del Paseo. Allí habían estado estos inertes toda nuestra corta vida.
Jose Maria a mi izquierda a la edad de ambos de siete años cuando tuvo lugar el fallecimiento del Papa Pio XII. Fuente: propia y de Carmen Troncoso.
En dicho lugar existía lo que llamábamos un manantial. Allí íbamos asiduamente para aliviarnos la sed, pero no con el agua que manaba, de cuya potabilidad no nos fiábamos porque iban a beber las cabras sueltas por sus propietarios para que se comieran la hierba que hubiera a su alrededor y aquello estaba lleno de cagarrutas, sino mascando vinagreras; planta de hojas amarillas que al chuparla o masticar el tallo nos generaba una sensación de frescura muy agradable a la vez que un repeluco nos recorría el cuerpo por la acidez de su textura.
Maria Sanchez de la Torre, la madre de José María, al que por el homenaje al Papa Pío XII tanto destrozo le ocasionamos en su ajuar doméstico. Fuente: Carmen Troncoso.
También, en ese ajetreo que en aquella infancia nos traíamos sin parar, cogíamos, más abajo de ese barranco, alcauciles silvestres, llamados borriqueros, para matar el hambre por haber quemado ya las calorías de la comida realizada con anterioridad, y cuyas carnosas pencas devorábamos con enorme celeridad a la par que nos dejaban la huella en forma de ennegrecidos labios.
Pues bien, a lo largo de varios meses al año corrían hilillos de agua de lo que llamábamos manantial y en su entorno encharcado surgía un cañaveral. De allí cortamos dos cañizos largos.
Todo orgulloso, ante la misericordiosa labor que íbamos a realizar en homenaje al pobre Pastor Universal muerto, llegamos cada uno a nuestras respectivas casas con el estandarte replegado para que no sospecharan y así diéramos la mayor sorpresa.
De la mano de mi hermano menor, Miguel Ángel, que viste de blanco, en calle San Sebastián. Detrás cómo quedó la bandera colgando del mástil con el crespón negro cuando la situé en la reja de mi casa. Fuente: propia
De inmediato, sin pedir permiso a mi familia, puse la fúnebre banderola amarrado a una cuerda en la reja de la consulta médica de mi padre, que ya había finalizado la atención matinal a sus pacientes.
Mi madre, Isabel Huertas, que se quedo extasiada ante la buena obra hecha por su pequeño, Juan Ignacio. Fuente: propia.
Mi madre, cuando se percató de la buena nueva realizada en honor al difunto sucesor de San Pedro, me dio un chillido de cariño y a continuación un beso.
Después, en el almuerzo, se lo comentó gratamente a mi padre. Yo me sentí espiritualmente muy reconfortado. Se me reconocía el sublime entusiasmo por el esfuerzo realizado e imaginación puesta al servicio de una causa tan celestial.
Aquella misma tarde no pude ver a mi coleguilla de faena, José María, para saber qué tal había reaccionado su familia. Al no hallarlo en El Paseo, me fui a su casa a buscarlo. Cuando pregunté por él; con cara de pocos amigos, su padre Bartolo, que como siempre estaba atendiendo la tienda situada a la entrada de su casa, me dijo, con rostro muy serio y como enfadado, que estaba castigado y no saldría a la calle.
Ajeno a la causa del correctivo, pensé que alguna diablura habría hecho, como por ejemplo no querer comer el plato de comida que le hubieran puesto por delante o no querer hacer los deberes que nos pusieron, cosa muy habituales por las que nos reprendían. Así que me fui sin darle mayor importancia.
Al día siguiente que era viernes no teníamos escuela en señal de duelo. Desde por la mañana, sin haber tenido que madrugar como si de una jornada festiva se tratara, salimos los chiquillos a jugar a la calle. Tampoco lo encontré. En ese atardecer fue cuando acabó su encierro.
Bartolo Macias y Maria Sanchez, los padres de José Maria a los que le hicimos la trastada. Fuente: Ediciones OBA.
Entonces, me contó la paliza que se había ganado, primero de su madre, María, y luego de su padre, Bartolo. Y es que cuando le vieron llegar con las telas que llevaba colgando en la caña, a la pregunta de dónde las había sacado, inocentemente les indicó los cajones de su procedencia.
Con todo su pesar, todavía estaba muy afectado por la trastada que hicimos, me detalló que nos habíamos cargado el último juego de cama que su padre le había regalado a su progenitora en los últimos Reyes Magos. Y que lo del velo, aún había sido peor. Era un recuerdo muy apreciado por su madre, al haberlo llevado como luto por el fallecimiento de varios familiares cercanos y muy queridos, entre ellos por la muerte de su abuela materna que no hacía tanto tiempo que había sucedido.
Encima, cuando les dijo, siguiendo el interrogatorio, que lo había hecho por la muerte del Papa, el culo se lo pusieron morado; “papa es lo que te vamos a dar a ti”, fue de inmediato la respuesta de su padre, y prosiguió dándole cachetes en el culo con los pantalones cortos puestos.
Al finalizar lo que me narraba José María, mi respuesta no se hizo esperar: “claro, eso te pasa porque tienes unos padres que nunca pisan la iglesia”.
En apenas un quinquenio vivimos la muerte de dos Papas. Pio XII , de blanco, que fue elegido con 53 años y duró su Pontificado 19 anos, falleciendo a la edad de 82, y Juan XXIII, a su derecha, que fue Papa a punto de cumplir los 77 años y no llego a los cinco años la duración de su Papado, muriendo cerca de los 82. Fuente: Google.
Casi cinco años después, tres de junio de 1963, aconteció la muerte del siguiente Papa, Juan XXIII. Gozaba de enorme simpatía, muy superior al distante Pío XII, y era llamado, “Papa bueno”, ya que por su reformismo supo cambiar muchas cosas en poco tiempo de la anquilosada institución eclesiástica. Además, nuestra edad y los tiempos que corrían ya eran muy diferentes.
En ese quinquenio, la sociedad española, y con ella la jimenata, se estaba transformando de forma muy acelerada. La doctrina oficial del franquismo, no obstante, continuaba con su habitual discurso basado en el nacional-catolicismo, pero era cada vez más hueco en su contenido. Pretendía evolucionar hacía un lenguaje más economicista para estar acorde con los primeros Polos de Desarrollo, como el que se iniciaba en el Campo de Gibraltar, en tanto una gran parte de nuestra población tomaba camino de Francia o Alemania con lo puesto y una maleta de cartón amarrada con una cuerda para buscarse las habichuelas y los garbanzos.
La emigración jimenata con destino al norte de España y a los países europeos. Fuente: Google.
Las puertas de la emigración se habían abiertos de par en par, y con ello el intercambio de información de cómo se vivía en los demás países se hizo patente. Ni éramos el ombligo de la humanidad como nos decía el Régimen: “España, portador de valores eternos”, “reserva espiritual de Occidente”, “unidad de destino en lo universal”… ni mucho menos aquí se hacían las mejores cosas y ni el nivel de vida era comparable sino todo lo contrario. Estábamos de lo más atrasados y nos aventajaban años luz.
Dos instantáneas tomadas en dos playas, Torreguadiaro y Málaga, que recoge el enorme salto acontecido en ese periodo de cinco anos. De las pudorosas familias bien tapadas por la moralina de entonces que era predicada desde los púlpitos eclesiásticos, a la llegada de las primeras turistas nórdicas con sus bikinis y donde la fogosidad del macho celtibérico por tanta represión sexual acumulada, dio su lectura particular al eslogan de reclamo turístico de Manuel Fraga, «Espana Es Diferente», convirtiéndola para la nueva generación surgida a ser diferente de su antecesores al objeto de situarse en placentera posición al acecho de no perder ocasión para ponerse las botas en verano con las vikingas que llegaban, y ya sin importarle pecar contra el sexto Mandamiento o el que fuera. Fuente: «Quiero a Tesorillo» y Google.
Además, el turismo europeo de bikini que empezaba a aflorar en nuestras cercanas costas mostraba a nuestras reprimidas mentes lo tranquilo que se vive y se disfruta pecando, ya sin remordimientos, contra las Tablas de Moisés.
Encima, este súbito fallecimiento Papal, a tan escaso tiempo de su elección, nos pilló en fechas recién comenzadas las vacaciones escolares; en mi caso, al final de los exámenes del tercer curso de bachillerato.
El padre Mariano dirigiéndose a sus feligreses más amados. Fuente: Google.
Ni el profesorado ni el sacerdote local, ya el padre Mariano de la doble moral, tuvieron por tanto oportunidad de dirigirse con vaticano discurso al alumnado. Por ello, este luctuoso suceso formó parte de las conversaciones normales que se presentaban en el pueblo cuando acontecía algún hecho de trascendencia internacional.
Estuvo por tales motivos, bien alejado de la angustia con que se nos transmitió el óbito de su antecesor en la silla gestatoria vaticana a aquellos chiquillos que estábamos en puertas de hacer la primera comunión.
En el mismo día de mayo y siete meses después de la muerte del Papa Pio XII, José María, a la izquierda de la imagen, y yo, a la derecha, hicimos la primera comunión en la iglesia del barrio abajo de Jimena, llamada Nuestra Señora la Coronada o San Francisco. Fuente: propia y de Carmen Troncoso.
El largo pontificado de Pío XII, el primer Papa que moría después de casi veinte años desde que finalizara la guerra civil, ya que fue entronizado en marzo de 1939, contribuyó a que se nos hubiese presentado tiempo atrás su fallecimiento como si del fin del mundo se tratara.
No obstante, a pesar de las diferencias señalada sobre la muerte de ambos Pontífices, añadiría que sí percibí, en los positivos comentarios entre nuestro vecindario sobre el acontecimiento luctuosos, el unánime y afectuoso respeto de que gozaba Juan XXIII y que trascendía más allá de la habitual y lógica glorificación provenientes de las familias que estaban consideradas como cumplidoras con las diarias obligaciones litúrgicas.
Pero ya para entonces, no solo José María que lo había mamado en su casa sino, también el que le acompañó cinco antes en la cruzada fúnebre papal con el estandarte de la sábana y el velo de sus progenitores, comenzaba, con gran bronca de mi familia, a tener grades flaquezas religiosas por las contradicciones existenciales que palpaba entre la razón y la fe.
Con 18 anos coincidiría con José María en Jimena en mis vacaciones veraniegas. En esta foto se nos observa. él a mano izquierda y yo a la derecha. Tuvo lugar en el Bar Becina, junto a El Paseo, donde esta entresacada estas dos imágenes de la del grupo de amigos con el que compartimos ese momento, tomando una cerveza. En el recorrido que hicimos por nuestra infancia común, no podía faltar la conversación que manteníamos, recordando la anécdota Papal del pasado y el destrozo que le hicimos al ajuar de sus padres. Fuente: propia.
Novena de la Estación de los Ángeles del año 2009. Con mi querido amigo de la infancia, José María Macías Sánchez, en Jimena. Despidiéndonos ese primer domingo del mes de septiembre cuando iba a partir de nuevo a Málaga, mi lugar residencial. Durante ese fin de semana me acogió en su casa familiar donde dormí, domiciliaria de calle Romo, con el firme propósito de quedar en la siguiente Novena y no perder nunca mas el contacto directo. No pudo ser así. También esta foto era de despedida no prevista de la vida. Pocos días antes de que se produjera el nuevo reencuentro, se nos fue. Aciaga madrugada del 24.08.2010. Su corazón, derroche de generosidad, no pudo resistir nuevas emociones. Injusticia de la existencia. Sirva este relato como modesto homenaje y de recuerdo inolvidable a su memoria. Siempre lo tengo presente. Fuente: propia.
Ignacio Trillo 
Posted on febrero 25, 2017
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