INTRODUCCIÓN
Este relato que viene a continuación corresponde al que por temor a la represión de la dictadura franquista y por el sufrimiento que pasó la generación de tesorilleros que le tocó vivirlo, fue conscientemente silenciado por sus protagonistas a sus herederos -«de esas cosas no se hablan», respondían los mayores a cualquier pregunta de sus descendientes sobre la guerra- para que no conocieran los hechos sucedidos y así no pudieran caer, por rebote y desagravio, en la tentación de rebelarse y tener que atravesar por tan terrible trance.
Este capítulo de la historia de los Larios por tanto va a estar dedicada monográficamente al pequeño núcleo de población de San Martín del Tesorillo, que en el año 1936 contaba con 1400 habitantes, por el trascendental papel que jugó, aunque fuera a simple vista meramente nominativo, al haber tenido como dueños, primero a la familia Larios y luego a la de Juan March, que tanto contribuyeron al triunfo de Franco en la sublevación militar contra la IIª República.
Pero también, y sobre todo, porque a la vez padecieron, como los que más, esta sedición cruel y violenta contra un Gobierno legal y legítimo sustentado bajo un régimen constitucional al que la inmensa mayoría del vecindario tesorillero decidió apoyar desde sus inicios hasta el final a sabiendas que se indisponían y se enfrentaban -y de qué manera- a los poderes fácticos que mandaban en la zona: los anteriores jefes que crearon la Colonia agrícola y los que en aquellas fechas estaban ya como nuevo propietario y administrador de las casas y las tierras que explotaban, sus únicos sustentos de vida para tirar hacia adelante con sus proliferas familias.
Que nadie interprete que se trate de abrir herida alguna, como dicen ahora precisamente los negacionistas de estos hechos, sino todo lo contrario, cerrarlas bien cicatrizadas con llave y candado previo conocimiento de lo que sucedió.
Ignacio Trillo
Llegado el 18 de julio de 1936, el IIIº marqués de Larios, José Aurelio Larios Larios (Málaga, 1869-Burgos, 1937), con su mujer de segundas nupcias, María Alegría de los Angeles Gutiérrez y Suárez, y su único hijo, José Antonio Larios Franco (1901-1954), predestinado a ser el IV marqués, que tuvo con su primera esposa, Antonia Franco Iglesias, fallecida en 1926, huían de su palacete de Trinidad, sito en la capital de España, una vez que residenciaban no ya en Málaga sino permanentemente en Madrid, huían con destino a Burgos, lugar donde había triunfado la sublevación contra la IIª República y se establecía el cuartel general de los sediciosos. Allí falleció, el 4 de julio de 1937.
No tuvo la misma suerte su administrador y contable personal, Felix Montalban Sanz (que fue el último administrador en Tesorillo de la SIAG bajo los Larios donde estuvo durante una década trabajando) y sus dos hijos, que vivían al lado del Marqués y al parecer debido a que allí se ocultó un familiar militar que había participado en la sublevación del Cuartel de la Montaña, serían detenidos y encarcelados. En noviembre de 1936, formando parte de la comitiva de presos que fueron trasladados ante lo que se presumía inmediata caída de Madrid en manos de los franquistas, serían asesinados en Paracuellos.
El otro jefe de filas de la saga, Enrique Crooke Larios, también de la rama malagueña, marqués del Genal, soltero, en su palacio de Anglada del paseo de la Castellana, viviendo en la planta alta del inmueble, que quedó convertido en cuartel central de la Guardia de Asalto, hasta su fallecimiento de muerte natural, el 11 de marzo de 1938 sin que sufriera represalia alguna.
En tanto, miembros de la rama gibraltareña de esta saga se refugiaba en el Peñón y en la Algeciras tomada por los rebeldes, prestos a apoyar sin fisuras el envite militar contra el Gobierno legal.
Pablo Larios y Sánchez Piña, consorte de la marquesa de Marzales, cabeza de esta rama falleció también en este periodo histórico de la guerra y de muerte natural. Sucedió en Algeciras el día 2 de abril del año 1938 y quiso que sus restos fueran enterrados en el Peñón en la tumba familiar de los Larios gibraltareños que yace en el cementerio católico de North Front.
Con su fallecimiento, el último cabeza de la generación de los Larios donde se llevaban gran parte de los negocios de forma conjunta entre las dos ramas, y donde acabó también la gran conexión de los Larios con Gibraltar.
Asimismo, al unísono y sin fisuras, se sumaron al golpe de Estado íntegramente y con entusiasmo, los descendientes de la saga, también en las dos ramas, la malagueña y la gibraltareña, bien desde Madrid, Málaga, Gibraltar, su Campo, o allí donde les pillara, así como las familias políticas matrimoniales ya no endogámicas -consumadas, en puertas o de futuro, directas o las indirectas que asimismo incidirían en el ulterior reparto del patrimonio- como: los Primos de Rivera, y los Domecq y González–Gordon, de Jerez; los Peralta España de Málaga; el duquesado de Medinaceli, de Castellar de la Frontera; los Ruy Ozores y Ochoa; los Maturanas; los Príes; los Galarzas…)
Por otra parte, en la nueva propiedad de la SIAG (Sociedad Industrial y Agrícola del Guadiaro) con sede en la «Casita de Campo» del Tesorillo, comprada en vísperas de la entrada en la década de los treinta del siglo pasado por Juan March a la saga familiar de los Larios, no resultaba tampoco casual que Raimundo Burguera, el administrador, además mano derecha del banquero mallorquín y persona de confianza para todo lo que hiciera falta, se hallara en ese momento histórico en el Protectorado Español en Marruecos.
A Juan March y la cohorte de mallorquines que se trajo el banquero para la gestión de las numerosas fincas que estaban bajo el paragua de la SIAG, le llamaban en la zona, «Los Mares»
En este sentido, pasado el momento clave de la sublevación del 18 de julio de 1936 en el norte de África y cuando el avión «Dragón Rapide», pagado por Juan March, ya había trasladado a Franco desde Canarias a Tetuán, lo previsible era que Raimundo Burguera se desplazara velozmente desde Marruecos a Tesorillo donde se hallaba su familia: esposa, hijos, e invitados por coincidir con el periodo estival vacacional; más, siendo probable que conforme pasasen las horas estarían contrayendo mayores riesgos; sobre todo, una vez que se pudo ir constatando que el golpe de Estado contra la IIª República aparecía inicialmente fallido en sus previsiones de tomar Madrid en tres días, así como que la población de la Colonia agrícola del municipio jimenato seguía leal al Gobierno legítimo emanado de las elecciones generales del 16 de febrero de 1936. Pues bien, no fue así.
Mientras tanto, con el paso de los días en esa inestabilidad reinante en la comarca campogibraltareña, se había constituido en Tesorillo un comité local del Frente Popular, formado por: Sebastián Gutiérrez Ariza, José Ramos Ruiz «Perniles», Antonio Rodríguez Zamora «Chicuelo», Francisco Vicario Luque y Francisco Narváez Delgado,de 35 años, casado, jornalero de la SIAG, miembro de la CNT
La sede del Comité quedó fijada en la parroquia de la iglesia que quedó clausurada para el culto, y que, con el alcalde pedáneo de la localidad a la cabeza, Joaquín Gómez Cuadro «El Tejero», que además era el máximo responsable del sindicato agrario que aglutinaba a los arrendatarios en las negociaciones con la SIAG, se había hecho cargo, como gobierno local, del devenir inmediato del vecindario.
Entre las acciones de este gobierno local, figuró, garantizar el suministro de todo tipo de alimentos, tanto a los autóctonos como a los numerosos refugiados que en su mayoría desde el día 20 hasta el 25 se fueron presentando en Tesorillo procedentes de las poblaciones limítrofes campogibraltareñas que iban siendo ocupadas por los insurrectos: Algeciras, Atunara, Campamento y Puente Mayorga fueron el 18 de julio; San Roque y La Línea de la Concepción, el 19 (se suspendió la feria en su primer día de inauguración); Almoraima, el 21; y Los Barrios, el 23 de julio.
Llegaban con pavor y miedo reflejados en los rostros despavoridos contando las matanzas que estaban realizando los golpistas con las autoridades, militares y carabineros leales así como con militantes de organizaciones sindicales y políticas y quienes osaban acercarse a los cuarteles, como en el caso del cuartel de infantería en la Línea.
Tomando como centro la «Cochera de Vallecillo», fueron almacenándose allí las existencias de productos agrícolas y alimenticios, mientras las reses de ganados, vacuno y porcino iban a un matadero que se instaló en «El Picadero», en la calle San Roque. La mayoría del género, correspondió a lo requisado en aquellos días a las propiedades de Juan March.
En el centro de la plaza de la localidad, al aire libre y formado por voluntarios, se montó toda una infraestructura con bancos de madera, mesas y asientos, al igual que grandes peroles sobre el fuego de la leña como cocinas, para dar comida diaria a vecinos necesitados y a refugiados que lo requiriesen. Se servía gratis. Y en cuanto se oía el ruido de aviones, todo el mundo salía corriendo despavoridos para protegerse bajo el embovedado del Canal del Túnel.
Ese mismo Comité se encargaba también del orden, de la vigilancia y de la seguridad de la población.
La «Casita de Campo» dispuso asimismo de una vigilancia especial constituida por miembros de la CNT para que no hubiera ningún desmán dirigido contra sus inquilinos: la familia e invitados de los administradores de Juan March.
El papel de moderación que jugó el alcalde pedáneo del frente Popular, Joaquín Gómez Cuadro “El Tejero”, para que en Tesorillo no se derramara ni una sola gota de sangre, se pensara lo que fuera, merece ser destacado de forma sobresaliente a lo largo del periodo, 18 de julio al 8 de octubre, en el que estuvo bajo poder del Comité local del Frente Popular.
Sin embargo, esa paz tensa se quebraría en distintas fechas hasta la ocupación definitiva por los insurrectos.
Así sucedió el día 25 de Julio, cuando un avión militar rebelde tras sobrevolar varias veces sobre los tejados de la localidad con ánimo intimidatorio, dejó caer una bomba a una distancia de 300 metros de las casas, hiriendo mortalmente al joven vecino, Manuel López García, de dieciocho años, falleciendo pocos días después en un hospital de Málaga ante la gravedad que ofrecían las heridas sufridas.
La siguiente incidencia militar que concurrió en esos primeros días del golpe de Estado, fue el abandono por parte de la Guardia Civil del cuartel de Tesorillo con destino inicialmente desconocido, no así sus familias que permanecieron en su interior sin atreverse a salir a la calle.
La guarnición estaba compuesta por seis números al mando del cabo, José León Pineda, donde figuraban también los guardias civiles, Mateo Pérez y Sebastián Campo Palacio. Se hallaba ubicada en el inmueble entonces correspondiente al números 13 de calle Larga.
Se marcharon de la localidad tras rendirse el día 26 de julio, día de Santa Ana, con un ritual ceremonioso militar, como mandan los cánones del protocolo, realizado en la plaza del pueblo, ante una primera incursión militar que a las cinco de la tarde de ese día efectuaron los insurrectos procedentes de Algeciras, compuestos por regulares, infantería y guardias civiles.
Aparecieron los golpistas aquella tarde en Tesorillo, por la carretera del río Guadiaro y otros por las huertas que rodean la pedanía, transportados en seis camiones.
Los carabineros de la localidad, un sargento y seis números, que tenían su cuartel en calle Cuesta número 8, con competencias para combatir el contrabando y el fraude fiscal, por el contrario ante esa llegada inesperada y con superioridad de fuerzas se largaron momentáneamente con sus familiares y armamentos.
Se ocultaron en las proximidades de la vega del Cardo y junto al río Guadiaro, hasta que sobre las nueve de la noche los sublevados abandonaron el poblado con retorno nuevamente a Algeciras, llevándose consigo exclusivamente vehículos de transportes con sus conductores al volante así como escopetas de caza requisadas a sus titulares.
Se atenían a cumplimentar una circular que «El Director» del Golpe, el general Mola, había instruido a nivel nacional. Se llevaron a los tesorilleros, Antonio Redondo López, conduciendo el camión requisado a Miguel Jiménez Collado, así como a Rafael Gutiérrez Ariza que pilotó el de Juan Vallecillo Jiménez.
Y es que al comienzo de la República en todo el municipio de Jimena habían censados solo cuatro camiones, y todos ellos eran de Tesorillo. Sus propietarios eran: Bartolomé Fernández Sánchez, Rafael Granado Ayllón (padre de Juan Granado Gutiérrez, sobrino de «Juanito el de Lola», y que posteriormente se lo vendió a Francisco Guerrero García, “El Niño Guerrero”), Sebastián Gutiérrez Moreno y Francisco Vallecillo Jiménez. Ya entrado en el año 1933, el también tesorillero, Francisco Guerrero García, tendría uno, de los primeros, en transporte de mercancias.
Pocas horas después, siendo ya 27 de julio, se presentarían en las inmediaciones de Tesorillo, unos dos mil milicianos cenetistas, faistas y de otros partidos y sindicatos republicanos procedentes de la Costa y de Málaga capital apoyados por carabineros al mando del comandante Danino. Venían en camiones, coches particulares requisados y taxis y fatalmente pertrejos de material bélico.
Ante la acción golpista, el ejército había sido disuelto por el Gobierno y la creación del republicano no tendría lugar hasta marzo de 1937, tras las lecciones extraídas por la caída de Málaga.
Estos milicianos, formando parte de la columna que se denominaba «Playa», pretendían tomar San Roque. Una avanzadilla desde las 6 de la madrugada se hallaba ya en sus proximidades. Entraron al casco urbano por la zona de Cuatro Vientos siendo guiados por republicanos de la localidad.
Pretendían después tomar la Línea y Algeciras.
Comenzó parte de la población tesorillera como apoyo a la esperada acción, había estado fabricando días antes, con planchas de plomo sobre hierros, bolas que le llamaban «postas» y que introducidas en las escopetas actuaban como munición.
En esa batalla para la toma de San Roque, llegaron los milicianos a cañonear la ciudad desde el Depósito del agua, próximo a la carretera General 340 de Cádiz-Málaga, impactando en las cercanías del cuartel de Infantería, «Diego Salinas», que se hallaba con pocos efectivos al mando de Torres del Real, y desde donde respondieron con intercambios de disparos de fusiles y ametralladoras, negándose a rendirse.
De la misma forma, el cuartel de la Guardia Civil situado en El Toril al, al sur de la ciudad, cerca del cruce de la carretera Algeciras-Málaga, resistió y no se entregó.
Los milicianos, donde había una alta presencia de mujeres, pudieron irrumpir y hacerse con las calles de la ciudad y, cuando creían que estaban a punto de reconquistarla, solo pendiente del citado cuartel de Infantería y el de la Guardia Civil, de forma sorpresiva, sobre las once de esa misma mañana, llegaron, al mando del comandante Enrique Rodríguez de la Herranz y del Teniente Ojanguren, refuerzos procedentes de Algeciras, los regulares, compuesto por mercenarios de Larache, una compañía del regimiento Pavía que, en una operación envolvente, a los que se le unieron falangistas locales, repelieron la ofensiva republicana ocasionando una gran cantidad de muertos y heridos entre los voluntarios republicanos mientras el resto de la expedición se daba a la fuga siendo perseguidos hasta el pueblo de Guadiaro.
Se estima por fuentes orales que murieron ese día en San Roque en esta batalla entre el centenar y hasta más del doble por parte miliciana, en tanto por los sediciosos alrededor de seis fallecidos.
Por ambas partes hubieron fusilamientos. Primero, las efectuadas por milicianos para que se rindieran los dos cuarteles, hecho que llevaron a cabo cuando se negaron a entregarse. Ejecutaron a un total de nueve personas pertenecientes a la derecha golpista, la mayoría de la comisión gestora puesta por los sublevados ocho días antes para sustituir al ayuntamiento republicano y tres familiares del que luego fue eminente psiquiatra y de ideología de izquierda, Carlos Castilla del Pino, entonces un joven adolescente de familia caciquil de la localidad.
Y ya con la toma nuevamente por los rebeldes tras expulsar a los milicianos originándoles pérdidas cuantiosas en vidas, se tomaron la venganza, aplicando el parte de guerra, llamaban así a las ejecuciones, siendo víctimas decenas de republicanos sanroqueños entre los que se encontraba, en este caso llevado a cabo por regulares marroquíes, el ex gobernador civil republicano de Huelva y ex alcalde de Vigo, militante de Unión Republicana de Martínez Barrios y miembro de la masonería, Ceferino Maeztu Novoa,y hasta el jimenato, Miguel López García, de la Estación, que trabajaba en esta ciudad donde era dirigente de la CNT y salvó la vida en ese mortífero acto, junto al linense, Francisco Sánchez García, al resultar ambos heridos, simular entre el montón de cadáveres conteniendo la respiración que estaban liquidados, y al no ser rematados, huir más tarde.
Había resultado un total fracaso esa ofensiva con enormes pérdidas de vidas humanas republicanas que serían irrecuperables siendo enterradas, sin identificar alguna, en las fosas comunes que abrieron los victoriosos.
Ese día, Tesorillo se convirtió en un improvisado hospital de campaña y rancho de comedor para atender a los heridos, desfallecidos y desmoralizados combatientes que llegaron procedentes de la derrota.
Para más inri, no contaba con médico alguno ya que el facultativo, Ernesto Lobo Hernández-Rubio, abandonó deprisa la localidad en los primeros días de la sublevación y se hospedaba, acompañado de su familia, en el algecireño hotel, Reina Cristina, desde cuya privilegiada atalaya pudo contemplar las batallas navales y aéreas que en esos días se libraron en el Estrecho, así como olfatear la contaminante pólvora que en forma de nube baja envolvía la zona.
Cuando días después de la ocupación de Tesorillo por los sublevados, siendo ya el día 12 de octubre de ese año de 1936, el doctor Lobo regresó y pudo contemplar con desolación el triste panorama de saqueo y destrozos que presentaba su casa.
Y es que tras su huida y quedar vacío el inmueble tras la marcha del sacerdote Natera, donde se alojó con sus familiares, fue convertido en local de la CNT, respetándose su biblioteca, mobiliario privado y dependencia médica -aún no había sido creado el Dispensario Antipalúdico que tuvo lugar en otra edificación, calle Larga número 26- así que cuando llegaron los franquistas con los mercenarios rifeños a Tesorillo, las banderas y pancartas anarquistas aparecían aún en su fachada, lo que dio lugar a que «los moros», que se cobraban parte de sus salarios en especie, tal y como tenían estipulados con los sublevados, emprendieran el saqueo y robo en ese inmueble entendiendo que esas señales externas de proclamas y banderas era una muestra inequívoca de que se trataba de la casa de una familia «roja» y por tanto supusieron que contaban con luz verde para llevarse cuanto quisieran.
Al final de ese mes de julio de 1936, otra noticia inquietante llegó a Tesorillo. El vecino, Francisco Ocaña Oliva, cuando iba en una motocicleta de su hermano Juan por la carretera de Algeciras a Málaga, fue detenido por unos milicianos de Manilva que tras encarcelarlo se dispusieron a prepararle un juicio popular tal vez para fusilarlo por ser proclive al alzamiento militar y haberle pillado conspirando en Sabinillas.
Inmediatamente, ante el riesgo que corría el paisano, se movilizaron los cenetistas y republicanos de Tesorillo que con escopetas marcharon a Manilva. Se trataban de, Francisco Guerrero García «El Niño Guerrero», al volante del coche que le había sido requisado a Raimundo Burguera, -el administrador de Juan March que seguía ausente de la pedanía y su familia mientras tanto permanecía en la «Casita de Campo»- acompañado de Manuel Leyva García y Antonio Sánchez «El Murciano».
Tras un tira y afloja y mucha tensión con los milicianos de Manilva, consiguieron al fin ponerlo en libertad, a sabiendas de que era un desafecto al régimen republicano. No querían que hubiera sangre de ningún tesorillero.
Contradiciendo lo publicado hasta ahora, que sitúa el regreso de Raimundo Burguera a Tesorillo el 26 de julio, día de Santa Ana, desde Algeciras y procedente del Protectorado Español de Marruecos para llevarse a su familia; sin embargo, ateniéndonos a testigos directos del acontecimiento que lo observaron desde la calle Larga número 37, que daba a la plaza de la localidad, no sería hasta el 10 de agosto cuando el administrador de Juan March apareció encabezando una segunda incursión de rebeldes que irrumpió en la localidad protegido por una columna de camiones que transportaban magrebíes regulares, una unidad de artillería, y guardias civiles, acompañados de algunos tesorilleros como conocedores del terreno y que habiendo huido antes a Algeciras y a la Línea de la Concepción se habían puestos al servicio de los insurrectos.
Esta vez, los alzados en armas volvieron a ocupar por unas horas y sin resistencia alguna la pedanía, sin un solo disparo, en tanto cuatro soldados con un cabo, «El de las Barbas», leales a la República que para entonces custodiaban el pueblo tras la frustrada toma de San Roque, ante la superioridad de los invasores, se ocultaron en los alrededores del cortijo el “Acebuchal” esperando a que se fueran para retornar de nuevo al pueblo.
Y es que para entonces la Guardia Civil local se había marchado ya a Algeciras para sumarse a la rebelión, después de haber estado previamente instalados entre los Ríos Guadiaro y Hozgarganta a la espera de que se fueran decantando los acontecimientos, en tanto los carabineros se habían incorporado a las milicias republicanas que se estaban formando en Estepona.
Estuvieron estas tropas rebeldes ese día del 10 de agosto en Tesorillo, desde las 9 de la mañana hasta las 13 horas, y lo abandonaron tal como entraron, limitándose a arriar las banderas de partidos y sindicatos obreros de las fachadas de la iglesia y del cuartel de la Guardia Civil, sustituyéndolas por la rojigualda.
El único propósito de esta incursión fue llevarse a las familias de Burguera y a las que lo deseasen a Algeciras, como sucedió con las de los Blanco, los Ocaña Oliva, los Cerralbo, y el párroco, Cristóbal Natera Araujo -oriundo de San Fernando que había llegado a Tesorillo en 1933 acompañado de su tía, Leonor y un sobrino, Sebastián González Araujo, joven estudiante que acabaría también, pasado el tiempo, de cura, en este caso en la iglesia de Nuestra Señora de la Palma, de Algeciras- que inicialmente se resistió, pero al que se lo había recomendado el propio alcalde del Frente Popular, Joaquín Gómez «El Tejero», ante el riesgo que corría su integridad física por las periódicas incursiones descontroladas que podrían realizar en la localidad milicianos procedentes de la Costa y desde Málaga capital con la pretensión de suministrarse de alimentos o para intentar retomar Guadiaro y San Roque.
Pues bien, resultó que en la «Casita de Campo» no solo se hallaba la mujer y los tres hijos de Raimundo Burguera, el administrador de Juan March, sino además sus primos hermanos de padre y madre, los mallorquines, Raimundo y Antonio, así como las hermanas de su esposa, Berta Eleta Almarán, tanto Aurora, como Yolanda -se casaría el 30.01.1949 en Madrid con el banquero y empresario ovetense, Ignacio Fierro Viña (1920-2002), una de las grandes fortunas de España- y también Carlos (1918-2013), que más tarde de hacer el bachiller en Málaga sería famoso compositor musical de boleros a nivel internacional
Carlos, se hizo llamar a nivel artístico, Carlos Almarán, componiendo en 1955 el más famoso bolero de todas las épocas: «Historia de Un Amor», que se puede oír a continuación pinchando el enlace que pongo a disposición de quienes lo deseen: https://www.youtube.com/watch?v=u5g6AExjoUM.
Cuando la comitiva salió del inmueble, despotricaron de la comida y la calidad del agua que les habían hecho llegar sus vigilantes, así como de la cantidad de días encerrados que se habían pegado por no atreverse a salir a la calle ante el miedo que pasaron por las expresiones verbales de amenazas que les dirigieron un grupo de milicianos procedentes de Jimena. No fue el caso de Raimundo Burguera que con el paso del tiempo alabó la labor que hicieron los cenetistas que lo vigilaban así como la decidida voluntad del alcalde del Frente Popular, Joaquín «El Tejero», de que no les pasase nada.
Igualmente, el cura Natera, que marchó en ese convoy militar a Algeciras, tuvo elogiosas palabras sobre el comportamiento respetuoso que los republicanos locales en esos días de enorme convulsión mantuvieron en todo momento con su persona para preservar su vida.
Estos hechos sucedidos esos días y su cronología llevan a tener que volver a reflexionar sobre el decisorio papel que pudo desempeñar Raimundo Burguera, el secretario de Juan March y administrador de la SIAG, durante todo ese tiempo, veintitrés días ausentes de Tesorillo, a pesar del riesgo cierto que corría su familia que habitaba la «Casita de Campo».
Pudo deberse, bien por encontrarse en el Protectorado Español de Marruecos, o en Gibraltar o en Algeciras, siempre a la sombra y siguiendo las instrucciones de Juan March, tan prolongada ausencia para asegurar el éxito de la travesía de las tropas sublevadas por el Estrecho -el llamado por los franquistas: «El convoy de la Victoria», transcurrido el 5 de agosto de 1936- a través del boicot del suministro de combustible a los barcos de guerra republicanos, o por su posible participación, en nombre de su jefe, en la financiación del reclutamiento de nuevos mercenarios rifeños para ser transportados por medios aéreos, a la vista de que el golpe de Estado programado para que en tres días hubiera caído Madrid y con ello hubiese llegado el fin del Gobierno republicano, había fracasado.
Y es que el levantamiento militar de una parte del ejército había resultado un tremendo fiasco y los propios golpistas, a través de su jefe provisional, el general Miguel Cabanellas, tuvo que declarar el estado de guerra el 28 de julio de 1936.
Cabanellas, por ser el general de brigada más antiguo, fue designado para sustituir a José Sanjurjo que iba a presidir el mando sublevado y falleció en un sospechoso accidente aéreo ocurrido el 20 de julio de 1936.
Franco no llegaría a ser nombrado por los generales golpistas jefe de la insurrección hasta el 1 de octubre de 1936, contando precisamente con la oposición de su antecesor, Miguel Cabanellas, que argumentó que lo conocía muy bien por su etapa africanista y que una vez nombrado no habría quien lo echara del poder. Además, su figura no tenía la suficiente prestancia militar: bajito, regordete, casi lampiño y con voz de falsete, siempre se encontró con las burlas de sus compañeros militares, que le llamaban: «culona», «comandantín» y «Franquito». Necesitó siempre esa abrumadora campaña de culto a su personalidad que le acompañó, muy de moda en el fascio de aquel tiempo, para elevarlo a mito.
El coronel de caballería e historiador, Carlos Blanco Escola, sostiene en sus trabajos sobre aquel periodo que Franco era un hombre mediocre y escasamente dotado para el estudio (salió de la Academia Militar con el número 251 de un total de 312 aprobados) con una pobre talla intelectual, a la vez que profesional teórico y práctico: «de exasperante lentitud, en sus tomas de decisiones, extremadamente cauteloso, rutinario, conservador a ultranza», además de introvertido, frío, parco en palabras y vengativo, como señalan otros investigadores.
Antes de ese 1 de octubre, Tesorillo, encontrándose dentro del campo republicano pero fronterizo con los sublevados, seguiría viviendo numerosos episodios de tensión.
Así, el día 20 de Agosto de 1936, llegaron nuevamente a Tesorillo milicianos malagueños para hacer justo reconocimiento al comportamiento que había tenido la población local con los damnificados en la frustrada toma de San Roque.
La plaza estaba hasta los topes de tesorilleros en un clima que se fue encendiendo conforme un dirigente comarcal sanroqueño de la CNT iba haciendo balance de las víctimas habidas en la zona ocupada campogibraltareña en la mayor parte debido a fusilamientos, sin juicio alguno, además bendecida por la Iglesia católica, así como aludió a los muertos habidos en el combate en las calles sanroqueñas en el intento de reconquistarla que no pudieron recogerlos para entregarlos a sus familiares ni fueron ofrecidos por los golpistas pata tal fin.
Es de imaginar que expondría los casos a los que ya más tarde el ilustrado sanroqueño y eminente psiquiatra, Carlos Castilla del Pino, se refirió en sus Memorias: Como el de una pareja de anarquistas, cuyo hijo era compañero suyo en la escuela, que se lo llevaron a un pueblo que estaba a 25 kilómetros y allí la fusilaron. Más tarde, un falangista que presenció la ejecución le contó que, antes de ser ejecutada, a la mujer la habían violado todos los moros que formaban el pelotón de fusilamiento.O el caso de los cinco carabineros heridos que había en el hospital sanroqueño, que fueron sacados en camilla, donde «los moros» los iban cogiendo por los brazos y los pies y los arrojaban a la parte de atrás de un camión… Y cuando salieron a la carretera para ser fusilados, no hubo forma de que los heridos se mantuvieran en pie , así que los fueron matando a bayonetazos…
De esta forma los concentrados en la plaza de Tesorillo no entendían cómo la jerarquía de la iglesia respaldaba o guardaba silencio sobre tanta barbarie e inhumanidad, señalando en un momento determinado el mitinero, al edificio religioso que se hallaba al lado, desde donde se predicaba la paz y la caridad con los pobres y en cambio se apoyaba y bendecía bajo palio a los representantes políticos de los caciques y terratenientes que se habían sublevados contra la voluntad del pueblo expresada en las urnas. La Iglesia venía a ser, para este cenetista: «cómplice de ricos y poderosos que prometía a los pobres y explotados que algún día, si se portaban bien, heredarían la tierra».
Los vítores a la vez que la indignación fueron a más y aquello acabó con el saqueo del edificio religioso dedicado a San Martín, que incluyó la destrucción de su patrimonio escultórico y archivero, excepto el que ya había sido retirado para su ocultamiento, finalizando el acto con una bandera republicana situada en la fachada principal del inmueble, participando en todas sus fases los numerosos tesorilleros allí concentrados.
Pasados unos días, en aquel tórrido verano en Tesorillo que también lo recogen las crónicas, el día 25 de Agosto, esta vez procedentes de Estepona, aparecieron en la localidad milicianos a caballo y otros de paisano con la pretensión de que el Comité local les entregase la harina y el grano almacenados en el Molino, así como alimentos cárnicos para las guarniciones de la Costa dispuestas a hacer frente al avance de los insurrectos por el litoral.
Después de tensos momentos vividos donde los vecinos salieron de sus casas para apoyar la rotunda negativa del Comité, los esteponeros a la vista de no estaban dispuestos los republicanos tesorilleros a ninguna entrega por considerar que sus únicos propietarios era el vecindario de la localidad, acabaron llevándose pero solo los productos de la tienda de José Blanco del Río, que tantas veces había sido el alcalde pedáneo de la Colonia y teniente de alcalde en el ayuntamiento de Jimena de la Frontera y que había marchado a la Línea de la Concepción con la expedición militar que igualmente trasladó a la familia de Burguera.
El día 3 de Septiembre, otro gran sobresalto sacudió Tesorillo. A altas horas de la madrugada el ruido de ráfagas de metralletas hizo levantar al vecindario de sus camas. Se trataba de uniformados y magrebíes que pretendieron tomar Tesorillo aquella noche por sorpresa.
La respuesta no se hizo esperar por los retenes cenetistas que por la noche vigilaban el pueblo o dormían en los alrededores como medida de seguridad, como fue el caso de los cuatro soldados y «El cabo de las Barbas», que hicieron frente a los invasores disparando hacia la plaza desde «El Laurel» y desde la parte opuesta del Cementerio, hasta que los golpistas se batieron de forma extraña en retirada.
En ese repliegue, sería asesinado por tres disparos, dos en el pecho y uno en la cabeza, el joven tesorillero, Francisco Mateo, nieto de Candelaria, que realizaba labores de vigilancia a la entrada del pueblo, en la carretera de Tesorillo a Jimena a la altura de la finca del «Cortijillo» con la misión de avisar al pueblo si llegaban los golpistas, cuando fue sorprendido y detenido por los invasores sin ofrecer resistencia, entregando la escopeta de caza que portaba; en cambio, el otro joven que le acompañaba en similares circunstancias, Curro Cabello, salvó la vida al tutelarlo Francisco Ocaña Oliva, que habiéndose marchado del pueblo a la vez que la familia Burguera y otras, venía acompañando a los rebeldes desde Algeciras y no hizo nada por salvar la vida del otro joven.
Con ello obtuvo el repudio explícito en el momento y le duró de por vida, más cuando estaba aún fresco en el vecindario el recuerdo de haber sido salvado por el Comité de la localidad de su fusilamiento por parte de los milicianos de Manilva que antes lo habían detenido y encarcelado.
Asimismo, en la refriega de disparos que hubo aquella madrugada en la plaza, entre golpistas y republicanos, resultó accidentalmente malogrado el guardia civil, Cristóbal Riquelme Lobato, que era jimenato, padre del que luego sería poeta campogibraltareño, José Riquelme Sánchez, producto de una bala rebotada, salida de un arma reglamentaria que portaba un mercenario magrebí, bien distinta a las artesanales «postas» empleadas por los defensores republicanos.
Siguiente capítulo: (XVº) LOS LARIOS Y LOS «MARES»: EL GOLPE DE ESTADO DE 1936 Y LA GUERRA CIVIL EN SAN MARTÍN DEL TESORILLO (2ª PARTE): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2020/03/12/41114/
Fuentes orales consultadas.
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«Memoria desde el exilio en Francia de la Guerra Civil». Juan López Morales. 1996.
Pilar
julio 28, 2020
Gracias por los documentos y por el trabajo llevado a cabo.