LA NOVENA QUE VIVÍ
Ignacio Trillo
A pocos días de que culminase una nueva edición de la Novena a Nuestra Señora la Reina de los Ángeles, patrona del pueblo que nací, Jimena de la Frontera, el entonces alcalde, Pascual Collado, me pidió que redactara una semblanza sobre cómo se vivía esta conmemoración en mi infancia y cómo era por aquel tiempo la Barriada que la acoge.
Con sumo placer y agradecimiento así lo relaté con el cariño que comporta tal envite y sin que mi laicismo se resintiese, más cuando mi madre, Isabel, mi abuelo, Bartolo, y la mitad de mi familia, nacieron en esa querida Barriada de los Ángeles que tiene como principal seña de su surgimiento e identidad a la estación de tren, causa de su asentamiento poblacional unido a su Convento que fue muy anterior en el tiempo, lugar donde además se casaron mis progenitores.
No todos los actos religiosos de mi época tenían un contenido dramático. Lo que Miguel de Unamuno denominó: “el sentimiento trágico de la vida”, o la Biblia: el valle de lágrimas a que se nos condena en la Tierra para que con resignación entendamos el amargo paso por esta existencia, no era así para los niños de aquel pasado, como tampoco lo es ahora, el transcurso de la Novena a nuestra patrona, la Reina de los Ángeles.
Tras la feria de mediados de agosto del pueblo, aun nos quedaba como ocio para los privilegiados de aquel tiempo la semana anterior al primer domingo de septiembre; vísperas de iniciarse el curso escolar y colofón al período estival. También, para que después con aguante, cuando aún no se había producido el actual cambio climático, nos pusiéramos las botas de agua y no nos la quitáramos hasta el cuarenta de mayo, en aquellos años que eran de abundantes lluvias.
También con la llegada de la Novena, caían las primeras hojas de algunos árboles. Y a esos niños, durante estos días se nos vestían de domingo y nos alegraba enormemente su llegada, notándose por tanto hasta en el textil que estrenábamos los que podíamos.
Todas las tardes emprendíamos la ruta a pie, dos kilómetros, con destino al Santuario, popularmente conocido como El Convento, sito al límite de La Estación, donde un barroco camarín sirve de acogida a la Patrona, cuya ancestral escultura que data desde su origen es de alabastro.
Este monumento religioso, inicialmente Ermita, data ni más ni menos que desde 1450, siendo, el que ha perdurado hasta nuestros días, producto del oportuno reformado que, ante el estado ruinoso que ofrecía, se acometió en el siglo XVII. Su claustro, con más o menos fortuna, fue restaurado más recientemente en el año 2009.
Una comunidad de la orden religiosa de los monjes franciscanos recoletos, los que solo se dedicaban al rezo, lo habitó desde sus inicios hasta 1835. Asimismo, tras la toma de Gibraltar por los ingleses, verano del año 1704, sirvió de refugio para las monjas de la orden de Santa Clara, que huían del anglicanismo cristiano que practicaban los invasores del Peñón, entre otros motivos, por ser ajenos al voto de castidad, ya que permitían el casamiento de los religiosos.
En esos nueve días de actos religiosos en homenaje a la Novena y en petición de prerrogativas, nos sentíamos muy liberados los niños al tener que recorrer de peregrinaje un trayecto que a lo largo del año se nos tenía prohibido por nuestros mayores. Nos daban autorización con tan sólo decir quién de confianza nos acompañaba. Después, hacíamos lo que nos venía en gana.
El trayecto de Jimena a la Estación se mostraba de lo más concurrido. Casi a mitad de ruta, una vez atravesado el puente que se eleva sobre el arroyo de Garcibravo, hacíamos una paradita obligada para beber un vaso de agua en una venta muy popular, ya desaparecida, de nombre El Tropezón, que se encontraba en el borde derecho de la carretera pasado lo que fue el campo de fútbol El Cañaveral.
Hileras de personas caminando a pie de carretera, como nunca se exhibían en otras fechas del año, mostraban su fervor a la Patrona. Si algún vehículo de los que raramente por allí pasaban, desconocedor de lo que se trataba, se paraba, para amablemente invitar a los caminantes a completar su aforo, se le agradecía, pero siempre, rehusando subirse al mismo por causa de penitencia. Otra cosa sería la vuelta, ya de noche, donde la fe católica del sacrificio peatonal perdía cuantiosos enteros. Todo el mundo quería regresar cuanto antes a su domicilio en coche.
Los pocos y destartalados automóviles que entonces existían, como La Barrunta, conducido por Aurelio Collado, a todas luces eran insuficientes para dar el servicio con celeridad, más si alguna rueda pinchaba o se le salía en el trayecto, por lo que, atendiendo a las largas colas que se formaban en la parada de taxis, junto a la entrada a la estación de tren, estaban recogiendo pasajeros hasta las tantas en constantes desplazamientos de ida y vuelta.
Así acontecía diariamente, hasta que llegábamos a ese primer fin de semana de septiembre donde toda la Barriada quedaba engalanada y tenía lugar su feria anual. La pista de baile se situaba en la explanada que hay a mano izquierda del frontal de la entrada a la estación de RENFE, que como a todo lo oficial se le sacaba su punta. Así, dicha sigla encontró su traducción inmediata en el argot jimenato, por: Robamos, Estafamos Nunca Faltamos, ¿Estamos? El interior del establecimiento de bebidas con tapas de ese inmueble, -propiedad de Furest, que en alquiler era regentado por los Gómez, cuyos padres eran Antonio Gómez y Juana Sierra- que también servía de hospedaje, se ponía abarrotado, así el cemento exterior que servía de pista de baile, vallada de permeable madera y con enredaderas, por aquello de simular una cierta intimidad para las parejas, acompañada de orquestina; al igual de lleno, las mesas y sillas para consumo familiar que le rodeaban ocupando una gran parte de la explanada.
Por otro lado, se instalaban los cacharritos de atracciones para los niños. Se ubicaban en los contornos del fin de las casas, a pie de carretera en dirección a Algeciras, justo delante y en el lateral al paso a nivel de la vía de tren que hay enfrente de lo que ahora es el barrio de Michigán.
En este preciso lugar pude haber tenido mi primer grave accidente, con apenas cinco años. Acaeció cuando me subí en el Tiovivo que daba vueltas movido por un cutre motor de los de entonces. Me montaron encima del lomo de una oca de madera, sin que me sujetara ningún cinturón de seguridad, y con la que me encantaba jugar dándole vueltas con la mano a la pelota de vistosos tonos que estaba enganchada a la boca de la anátida, de estática cabeza que miraba hacia el cielo. De pronto, al ponerse en movimiento la atracción, se desprendió la figura de su fijo anclaje y me lanzó a la zona de la maquinaria que movía la instalación recreativa. Caí a un foso interior golpeándome con el suelo firme, eclipsando mi minúscula presencia física de la plataforma, mientras los demás chiquillos continuaban rotando subidos sobre las otras figuras. La precipitada parada de los motores, antes de que quedara atrapado entre ellos, ante la urgente petición de auxilio procedente de los fuertes gritos que salían de las bocas de mis familiares acompañantes, evitó males mayores. El susto fue inmenso, y mi prima Mariluz, de trece años, se vio envuelta en un ataque de nervios que tardó tiempo en desaparecerle, a pesar de que milagrosamente no tuve daño alguno. La Reina de los Ángeles, de la que su Santuario estaba a escasos metros, me dijeron, con total seguridad, que había sido la encargada de salvarme. Lógicamente me lo creí.
Los demás días de entre semana, cuando llegábamos al lugar sagrado donde se halla la imagen de la Patrona, en vez de introducirnos en el interior de la iglesia para oír misa, rezar el rosario y replicar con el “ora pro nobis” a las monótonas y pesadas letanías recitadas como invocaciones a la divinidad, se nos dispensaba para que pudiéramos jugar en sus cercanías.
Lo aprovechábamos para meternos en las huertas más cercanas y hartarnos de merendar frutas; cogiendo, de los árboles de alrededor, membrillos y azamboas, o las azufaifas asilvestradas que encontrábamos. Más tarde, con la lengua áspera y el nudo interior que sentíamos a la altura de la nuez de la garganta, íbamos desesperados a un pozo cercano a la búsqueda de agua, para pasar cuanto antes el aprieto y superar la sensación de que nos ahogábamos, paliada en parte por una honda y espesa secreción salival o por un oportuno y sonoro eructo que como salida precipitada de los gases acumulados contribuía a desactivar la presión pectoral y estomacal que nos había generado ese exceso degustativo. Como todo lo que fuera gratis parecía no tener límites, el abuso era nuestra respuesta, más en aquellas épocas de penurias, de ahí que esas prácticas consumistas en demasía nos originaran esos efectos colaterales orgánicos tan poco agradables.
La llegada con parada del primer tren a la recién inaugurada Estación de Jimena en el año 1892, dio lugar a que, lo que era antes el islote del Santuario de la Reina de los Ángeles, se fuera acompasando de un veloz desarrollo urbanístico presidido por la heterogeneidad de sus construcciones; como normalmente suele acontecer en aquellos asentamientos humanos que se fueron creando de aluvión ya en la contemporaneidad, con personas de distintas procedencias, atraídas por las oportunidades laborales que estos novedosos nudos de comunicaciones generaban dando lugar a un urbanismo muy heterogéneo, nada que ver con el casco histórico del pueblo de reminiscencia morisca.
Nombres de reciente historia, como lo recogen las denominaciones de sus zonas, anidan en esta Barriada, en contraposición a la centenaria existencia de las construcciones que se deslizan ladera abajo del Castillo. Así, «El Gurugú», en su salida hacia la carretera que lleva a la malagueña ciudad de Ronda, de connotación colonial por nuestra presencia en Marruecos durante parte de nuestra historia reciente. Tomó su nombre de una finca situada en ese paraje de bello arbolado, cuya titularidad correspondió a un paisano militar que estuvo destinado precisamente en ese monte cercano a Melilla, donde sucedió a principios del pasado siglo XX una de las derrotas más mortíferas que padecieron nuestras tropas coloniales ocupantes, convertida luego en patio de corcho y ahora en una nueva urbanización. O el barrio más cercano al Santuario, de apelativo Michigán, que así fuera bautizado, a raíz de un fortuito comentario de fascinación que sobre finales de los transitados años cincuenta del pasado siglo tuviera mi padre el médico Juan Trillo con su colega de profesión que vivía en esa Barriada de Los Ángeles, don Manuel Lastres.
Ocurrió la atribución del nombre de Michigán a la nueva expansión de la Barriada, ante la rapidez con que s habían vendido las parcelas que salieron de las segregación de una antigua huerta que existió en esos terrenos, una tarde noche en que los dos facultativos tapeaban en el nuevo bar que los ya citados hermanos Gómez, Antonio y Juan habían establecido a la entrada, a mano derecha, del vial que da directamente a la estación de tren, calle Juan de Dios Vallecillo. Poseía aire modernista, como lo había sido la tienda de tejidos anteriormente existente, con zócalo de planchas verdes en las paredes de la fachada imitando al mármol. De camarero no podía faltar el simpático y dicharachero aunque bastante sordera, siempre con el lápiz en la oreja para tomar nota, José María Macías Meléndez, con bandeja metálica en mano y ataviado con sus típicos tirantes y un mandil blanco de doble bolsillo para los cobros, uno para guardar las monedas y otro para los billetes de papel.
En ese encuentro, el doctor Lastres le refirió a mi padre que habían vendido una finca a las afueras de la Barriada, de nombre El Culebro, pero no para seguir como huerto sino para parcelarla y hacer casas. Igualmente, que el éxito de ventas estaba siendo sensacional. Vaticinó que la Estación adquiriría en unos años una fisonomía distinta a la de entonces y adquiriría una extensión extraordinaria. Mi padre, que hacía poco había leído un reportaje en el diario ABC sobre cómo empezó expandiéndose el próspero Estado federal estadounidense de Míchigan, líder mundial en la fabricación de automóviles, con la sorna que de vez en cuando le caracterizaba, le comentó (“¡… o sea que se va a aparecer la Estación cada día más a Michigán!”); a lo que el médico, de origen gallego, lo ratificó, con: Sí, Trillo, exactamente, Michigán. Ambos formados como segunda lengua en la francófona, ajenos al inglés, hicieron esa pronunciación a su forma del enclave americano, según ya lengua cervantina. A partir de ahí, y de la sucesiva reproducción de esa historia transmitida por ambas partes a sus allegados del pueblo y de la Estación, nacería el nombre de ese barrio que posteriormente al construirse no necesitó ser bautizado oficialmente.
Volviendo a la movilidad ferroviaria que dio el auge a la Barriada de Los Ángeles. Como consecuencia del combustible carbón que entonces se empleaba en las locomotoras de vapor para hacer marchar el tren, cada vez que lo tomaba para examinarme por libre de los primeros cursos de bachiller en Algeciras, porque en Jimena no había Instituto, me asomaba por la ventanilla y se me ponía manchado de polvo negro hasta el pequeño trozo de tela de pañuelo que asomaba del bolsillo del pecho izquierdo de la chaqueta; y digo trozo, porque su mayor parte, la que pareciera perderse en su interior, era de cartón, análogo a una tarjeta de presentación. En una sociedad donde la escasez y la austeridad tenían como contrapartida la simulación, no podía serle ajena esa moda textil a aquellos niños «pudientes» de mi estirpe.
Tardaba el tren, llamado “El Corto” –el otro convoy ferroviario era “El Correo”- desde la Barriada de Los Ángeles a Algeciras, una hora y tres cuartos, con varias paradas incluidas, para recorrer los treinta y dos kilómetros del trayecto que los separaban; y eso siempre que al maquinista de la locomotora no le diera, como trabajo extra sumergido, por frenar sobre sus raíles, fuera de las estaciones de rigor, para, aprovechando el viaje, bajarse, entrar en una huerta cercana a la vía y recoger alguna fruta o lechuga que llevarle a las nada sobradas bocas de su familia, en aquellos tiempos tan numerosas.
Por el contrario, había otro ferrocarril que nos parecía extraplanetario: un adelanto a los modernos Talgos posteriores. Irrumpía en la estación de Jimena al mediodía; era “La Cochinita”, tren limpio de carbonilla porque era impulsado por un motor diesel, compuesto de un solo vagón con exteriores metálicos y que hacía el recorrido entre Algeciras y Ronda. Gozaba de parada obligada en la barriada de los Ángeles, una de las escasas que realizaba, y debido a su mayor velocidad reducía grandemente el intervalo del desplazamiento. Era muy puntual y tenía preferencia en contraposición a los destartalados trenes de mercancías que por entonces, en ausencia de una completa red viaria de carreteras y de parque de camiones de transportes, tenían mucha importancia en la distribución nacional de todo tipo de productos y materiales.
Los asientos, de los trenes “Correo” y “Corto”, eran de bancos y tiras de madera. Ofrecían el mismo diseño que percibimos en las películas del oeste americano. Los trenes iban entonces de bote en bote. Junto a la mugre de la carbonilla, todo era un tropel de bultos entremezclados con ingente presencia humana y de otras faunas. Pavos, gallinas, conejos y pájaros, enclaustrados en cajas o jaulas; paquetes y cestas por todas partes; canastillas hechas de alambres conteniendo huevos; y entre medio: el minusválido de Gaucín vendiendo cortadillos de cidra con cabello de ángel; el de los coquis; el del almendrado… Todo un mercadillo en el interior de un tren súper abarrotado, incluidos sus pasillos, donde nunca existía el overbooking porque todo el mundo tenía que caber.
En consecuencia, estos trenes fueron los que dieron sentido y origen a esa expansión tan rápida que fue adquiriendo la Barriada de Los Ángeles y que siempre tuvo como originaria testigo muda a la Patrona, su Virgen Reina, que todos los años sigue concentrando multitudes de jimenatas y jimenatos para venerarla o como buen motivo para el reencuentro familiar con quienes se hallan viviendo fuera del municipio, que suelen ser más que los que habitan en el lugar en esa constante que siempre caracterizó este pueblo migratorio.
Juan Ignacio Trillo Huertas. Jimenato. Novena, 2016.
ANEXO 1: FOTOS EN LA REVISTA DE LA NOVENA 2016 PARA EL RECUERDO:
ANEXO II: POST AUTOBIOGRÁFICOS RELACIONADOS CON MI VIVENCIA EN LA JIMENA DE LA FRONTERA QUE ME VIO NACER Y TRANSCURRIR HASTA MI ADOLESCENCIA.
DESGRACIA TAURINA EN JIMENA (17.08.2016): El hundimiento de la plaza de toros de Jimena acontecido el 17 de agosto de 1961, donde hubo cinco muertos y cientos de heridos, entre ellas la hija del Primer Ministro de Reino Unido: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/08/17/29346/
EL PREGÓN A JIMENA QUE NO FUE (01.06.2016): En el año 2003 el ayuntamiento me nombró pregonero de aquella feria de Agosto. Cuando subí al escenario, me olvidé del guión que llevaba escrito para entregarme a las historias de mi infancia y adolescencia que me inspiraban los vecinos presentes. Ahora, localizado el texto que llevada redactado porque se me extravió, lo hago público : https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/05/29/28784/
EL CINE DE VERANO EN JIMENA (13.05.2016): Recorrido por lo que fue esta sala cinematográfica en la temporada veraniega y calurosa: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/05/13/28738/
EL CINE CAPITOL (25.04.2016): Radiografía sobre la sala cinematográfica y espectadores de invierno en Jimena: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/04/25/28693/
BARES DE JIMENA (04.04.2016): Descripción sobre bares y clientes que lo visitaban para beber, tapear y charlar: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/04/04/28375/
LA GASTRONOMÍA JIMENATA QUE FUE (03.03.2016) Un recorrido por los platos tradicionales, con el recetario de sus ingredientes y su evolución hasta hoy: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/03/03/28125/
ENTRAÑABLE AURELIO (19.02.2016) De la mano del taxista de Jimena recorriendo aquellas carreteras, paisajes y paisanajes de mi infancia en los coches de la época: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/02/19/27623/
LA MIRADA A LA GUERRA DESDE LA NIÑEZ (01.12.201) Cómo viví desde chico la Guerra Fría que se desarrollaba, como el accidente de bombas atómica caídas en Palomares, el bloqueo a Cuba por el despliegue de los misiles soviéticos o la carrera espacial: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/12/01/26981/
CÓMO ÉRAMOS: ADOLESCENCIA, SCOUT Y MÚSICA (01.11.2012) Contiene las relaciones y vivencias de aquellos jóvenes y la música que oíamos de Radio Gibraltar así como los discos de vinilo que nos llegaban desde El Peñón: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/11/01/12928/
HACIA EL IIº REENCUENTRO DE LOS CLUBES DE JIMENA (18.04.2015) Tal como somos, medio siglo después de aquella adolescencia: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/04/17/25415/
CUANDO DE NIÑO ME FUI DE CINE (02.10.2012) Un apunte biográfico de mi infancia con la actriz sueca, Anita Ekberg, el español Fernando Fernán Gómez y el italiano, Vitorio de Sica: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/10/02/11624/
TOROS Y FÚTBOL EN LA JIMENA DE 1957 (16.09.2015) Crónica de una historia local que recupero limpiando bolsas de recortes de prensa y apuntes manuscritos del pasado: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/09/15/26318/
CÓMO LLEGÓ LA IIª REPÚBLICA Y SU PRIMER ALCALDE A MI PUEBLO (13.04.2014) La sencilla historia sobre cómo se enteraron radiofónicamente de la llegada de este acontecimiento histórico: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2014/04/13/22541/
LA HISTORIA DEL DOCTOR MONTERO (13.09.2014) Una sacrificada y sufrida biografía la del médico de mi pueblo comprometido con la causa de la democracia y la IIª República: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2014/09/13/23993/
CRISIS Y EMIGRACIÓN EN EL MEDIO RURAL (24.02. 2015) Cómo fue y las secuelas dejadas por la emigración de la décda de los sesenta del pasado siglo: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/02/24/25187/
MI PESADILLA CON WERT (18.03.2012) El relato a través del sueño sobre el modelo de enseñanza bajo el franquismo y que al parecer tenemos que volver con la LOMCE: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2012/03/18/6032/
GIBRALTAR, ESA GRAN COARTADA DE RAJOY (12.08.2013) No solo le sirvió el estribillo, «Gibraltar español», a Franco para desviar las tensiones contra su Régimen, sino que también lo ha empleado Rajoy para tapar su corrupción): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2013/08/12/18762/
Posted in: Solo Blog
Posted on septiembre 1, 2016
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