3ª parte. MEMORIAS de Juan López Morales (07.06.2021)

Posted on junio 7, 2021

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INTRODUCCIÓN

Ignacio Trillo

Hago pública la tercera entrega sobre la autobiografía de Juan López Morales nacido el año 1915 en la localidad gaditana de Jimena de la Frontera, por tanto teniendo veinte años de edad cuando se inició la sublevación militar de una parte del ejército contra la Segunda República, efeméride en el que está centrado el primer bloque de sus revelaciones.

Como se indicó en la primera parte (VER: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/05/27/memorias-de-juan-lopez-morales-desde-el-exilio-27-05-2021/) aquí expuesta, esta lectura es posible gracias a la voluntad expresada por Helios López Lamothe, hijo del protagonista y de madre francesa, Ivette Lamothe, al que es de agradecer su gesto por cuanto contribuye por la importancia del testimonio que le fue legado para seguir profundizando en el conocimiento de la Historia de aquella época tan convulsa.

Esta semblanza fue dictada en primera persona por el protagonista de los acontecimientos a su nieto Romaric, hijo de Helios y de Sylvie Lafaurie igualmente aborigen francesa, para información a sus herederos y demás familiares.

El hijo y el nieto de Juan López Morales nacieron, crecieron y se formaron ya en Francia donde se exilió al final de la guerra su antecesor, del que nunca olvidarán la odisea que sufrió junto a su familia, a la par que el sacrificio que le reportó su compromiso político y ético por la libertad y la justicia en España. A la vez, ambos descendientes continúan profesando un intenso amor a la tierra chica donde vio la luz su antepasado y continúa viviendo gran parte de su extensa familia.

Como subrayé en las dos entradas anteriores, mi papel en este relato está reducido a insertar las imágenes acompañadas de los comentarios a pie, de cara a contextualizar o ampliar puntuales instantes de la narrativa que se dan por consabidos en la óptica de aquel tiempo para acercarlo al lector de hoy, así como supervisar la redacción ortográfica y los giros francófonos incluidos en el texto original, contrastar fechas, nombres y demás hitos que se exponen, en evitación de algún desliz que se hubiera podido arrastrar como consecuencia también de la diferencia de seis décadas que media entre los hechos aquí retratados y la transcripción del testimonio memorístico.

Para situar al lector con el hilo expuesto hasta ahora, la segunda parte que antecede de esta autobiografía de Juan López Morales acabó en el momento en que después de la caída de Málaga y el consiguiente camino recorrido en la huida con su familia con destino a Almería caminando entre bombas, en lo que se ha denominado la horrible Desbandá, se alistó en el campamento militar de Viator como voluntario, incorporándose al ejército popular republicano siendo el primer destino la defensa de Madrid, para donde partió con su batallón Ascaso número 2 el día 29 de febrero de 1937.

DE MADRID PARA LA BATALLA DEL JARAMA, A UN PERMISO PARA VER A SU FAMILIA REFUGIADA EN GRANYANELLA (LLEYDA)

Juan López Morales

Continuación año 1937

Los batallones 1 y 2 Ascaso procedentes de Almería llegamos el día 2 de marzo al madrileño cuartel de la calle Granada número 33 perteneciente al distrito Puente de Vallecas. Desde Aranjuez hasta Madrid tuvimos que marchar con los faros apagados de los camiones ya que de noche las baterías enemigas situadas en la distancia apuntaban igualmente en dirección a la carretera, con la amenaza que ello significaba si nos detectaba. Los insurrectos atrincherados en el Jarama pretendían cortar la comunicación de la capital de España con Valencia para así dejarla aislada.

Al entrar en Madrid, era de noche, se hallaba sin luz y todo oscura, sin embargo veíamos como si fuera pleno día de forma intermitente, coincidente cuando los aviones rebeldes arrojaban bombas y bengalas sobre la capital iluminando el cielo como si se trataran de fuegos artificiales. Como mi batallón estaba compuesto por andaluces, muchos de la provincia de Sevilla, con la guasa que nos caracteriza, nos bautizamos como los Chirigoteros. Y es que en Aranjuez nos recibieron con música y ahora en Madrid con cohetes.

En esa fecha, la batalla del Jarama y la de Guadalajara estaban su fase más álgida. Nos enviaron a los del batallón Ascaso 2, que mandaba un tal Manuel Mora, al Jarama; en tanto el 1, que lo ordenaba un tal Gutiérrez, a Guadalajara.

A la llegada al Jarama, nos agregaron a la 77 brigada mixta frente al famoso cerro Pingarrón.

El otro batallón, o sea Ascaso 1, salió al mismo tiempo del cuartel del Puente de Vallecas para Guadalajara, agregado a la división que mandaba Cipriano Mera, donde los Italianos del general  Mario Roatta atacaban en dirección a Valencia. La batalla terminó con una derrota demoledora para los Italianos y los facciosos que les acompañaban. En total cuatro divisiones italianas compuestas de 50 000 hombres, apoyadas por la división Moscardó de 20 000 hombres entre los cuales se encontraban gran numero de marroquíes y de carlistas, sucumbieron en la batalla y no pudieron lograr sus fines militares, como eran también aislar a Madrid y cortar su corredor con Valencia, donde el Gobierno y las instituciones republicanas se hallaban desde el día 7 de noviembre.

En cuanto al 2° batallón, del que formaba parte, llegamos al Jarama el 5 de marzo de 1937 y como dije antes nos agregaron a la 77° brigada. El primer día de nuestra llegada, nos entregaron fusiles rusos y ametralladoras en gran cantidad. Al día siguiente, el 6 de marzo, pasamos al contraataque ya que, costase lo que costase, se trataba de frenar el avance enemigo, en su mayoría alemanes de la división Cóndor que seguramente creían que en Madrid se podía entrar como Pedro por su casa, al compas de los tambores y cantando como si se tratara de un desfile militar, como venía siendo desde Toledo, en fila de tres.

Como no se esperaban tan intenso fuego de ametralladoras y fusiles por nuestra parte, además apoyados por la aviación leal que llegaría al momento, teníamos que evitar el cerco a la capital de España con el corte de la carretera de Madrid a Valencia, los dejamos aproximarse lo máximo posible, y cuando recibimos la señal de abrir fuego empezaron a caer como moscas sobre el terreno.

Aprovechando la desbandada del enemigo, nos dieron orden de pasar al contraataque y entre los olivos y las viñas de esas tierras, empapadas por las lluvias, con ese frio y esa humedad del mes de febrero y de marzo de 1937 que hacía, se formó un auténtico cementerio donde se veían por todas partes cadáveres y heridos de los dos frentes. Los que seguían con vida, lamentándose y arrastrándose entre la tierra fangosa y resbaladiza en aquella batalla imposible de borrar sus imágenes que transcurrió frente al pueblo de Morata de Tajuña situado al sureste de la provincia de Madrid.

Mi batallón, a las cinco de la tarde del mismo día, había perdido, en tres contraataques sucesivos, la mitad de sus efectivos, entre muertos y heridos.

Como no teníamos trincheras, nos cubríamos dentro de los hoyos que hacían las bombas y los obuses de la aviación y de la artillería, llenos de agua con color rojizo producto de la sangre humana.

El frio era inmenso ya que una lluvia fina transformada en nieve helada caía sin parar. Entre todo este calvario, se añade el de un amigo y compañero llamado Ojeda, natural de Osuna (Sevilla). Se acercó a mí con una pierna que no le quedaba nada más que el pantalón a cachos y el pellejo colgando por debajo de la rodilla. A continuación se sacó una navaja que portaba procediendo a cortarse lo que le quedaba de la pierna. El valor de mi amigo Ojeda no lo podré nunca olvidar…

El día 8 por la mañana, salí del frente con una pierna helada. Me tuvieron que cortar la bota para sacarla del pie. Fue ya en el hospital de Ocaña donde me trasladaron de inmediato.

Abandoné Ocaña el siguiente día 9. Me llevaron al hospital de Alcázar de San Juan en una ambulancia. La misma noche de mi llegada, un paciente que había ingresado después de un bombardeo en el fragor de la batalla en el Jarama, perteneciente a mi brigada, se había vuelto loco. En su estado de demencia, le vino la idea, durante la noche, de hacer rodar las camas de los pacientes de guerra allí ingresados hasta estacionarnos en el patio del hospital. En mi habitación había un tal Benito de Jimena que vino herido conmigo del Jarama, estaba en ametralladoras en mi mismo batallón. Él estaba herido en la espalda y nos encontramos los dos estupefactos en medio del patio. Suerte corrimos que no le diera al que había perdido el cerebro por hacer mal a nadie. Por la madrugada llego un enfermero y le tiró una manta a la cabeza y así pudo hacerse con él, y a nosotros liberarnos de aquella situación surrealista y también del miedo que pasamos.

De Alcázar de San Juan, dos días después, siendo día 11 de marzo, en un tren hospital fuimos trasladados al hospital del Socorro Rojo de San-Vicente, en Alicante. Allí me encontré con Don Guillermo Ortega, el médico de Jimena que había sido nombrado director del hospital provincial de Alicante y que había venido a este otro centro sanitario en visita de inspección. Fue enorme su sorpresa, al igual que la mía. Al tomar nota de mi percance, en el acto fue a entrevistarse con el doctor del hospital de San-Vicente que me trataba y gracias a él quizás salvé mi pie helado ya que querían amputarlo después de haberlo examinado.

En Alicante en este mes de marzo hacía un tiempo magnifico y nadie podría imaginar que en España transcurriera una guerra, ni que sufriera tanto los rigores de esa triste contienda bélica que estaba enlutando nuestro país. Las playas se hallaban abarrotadas de bañistas, paseando en barcos y quemando su piel al sol magnifico en esas vísperas de la primavera.

El día 13 de abril, me trasladan al hospital de Crevillente para recuperarme donde en el tiempo que estuve, cerca de dos meses, me sorprenden por medio los sucesos ocurridos en Barcelona del 2 al 6 de mayo de ese mismo año de 1937.

El día 15 de mayo, cae el gobierno de Largo Caballero y le sucede el doctor Juan Negrín. El 18, cobré mi primera paga de sargento.

El 13 de junio 1937, fui dado de alta en el hospital de Crevillente con 15 días de permiso por convalecencia y aprovecho para ir a ver a mi familia al saber que se encontraba en un pueblecito de la provincia de Lérida llamado Granyanella, entre los municipios de Tarraga y Cervera, adonde la llevaron desde Almería. No la había visto desde entonces, finales de febrero.

El día 16 llegué a la estación de Cervera sin saber nada de catalán. Al instante, un señor con gorra numerada de mozo cogió mi maleta y como no entendía lo que me decía ya que me hablaba exclusivamente en catalán, mientras más me resistía a que se hiciera con ella por desconfianza hacia su intención, más eran sus tirones. Así estuve hasta que una muchacha madrileña refugiada vino en mi ayuda, manifestándome que el hombre quería llevarme a un taxi ya que el pueblo que yo buscaba, Granyanella, se hallaba a unos 10 kilómetros de distancia. No hubiera jamás imaginado que en Cataluña existieran estos servicios de taxis tan útiles para un caso como el mío que gracias al mozo de la estación de tren descubrí al no manejar la lengua ni conocer el territorio. Sin su auxilio, quizás no hubiese encontrado tan fácilmente ese pueblecito perdido donde estaban mis padres y hermanos en compañía de otra familia que recuerdo aun el nombre del progenitor: se llamaba Juan, al que le faltaba una pierna, de oficio retratista.

El taxi pues me condujo a esa pequeño localidad que no conocía ni de lejos. Al bajar del coche, vi a mi padre con mis hermanos, Lola y Joaquín. Como no había anunciado mi llegada, no me esperaban. Al observarme, miraron sorprendidos a aquel miliciano que viajaba y se bajaba de un taxis.

El día 30 de junio 1937 mi convalecencia acabó y emprendí viaje de regreso para encontrar de nuevo mi unidad en Madrid. El 2 de julio, llegué al cuartel de calle Granada y el día después, o sea el 3 de julio, me encontré de nuevo en el frente.

Antes, cuando regresaba de viaje tras mi convalecencia, a la altura de Tarragona me encontré con otro miliciano que como yo volvía a Madrid, en su caso después de un permiso en Barcelona, y que no conocía. Solo sé que se llamaba Ricardo. A la salida de esa capital de provincia catalana, en una gasolinera encontramos un camión francés que, nos dijo el chofer, iba a recoger naranjas cerca de Castellón. Montamos atrás de la cabina, encima de la batea del camión, ya que iba sentado al lado del conductor otro muchacho que le acompañaba.

De pronto, antes de de llegar a Castellón, el chofer vio dos aviones y, debido al pánico que sintió, dio un volantazo saliéndose de la carretera. El camión chocó frontalmente contra un poste de madera de teléfono partiéndolo, quedándose colgado en el aire por el tendido de los cables. En el balanceo el poste le dio un fuerte golpe en la cabeza al chico acompañante hiriéndole gravemente. Tuvo que ingresar en el hospital de Castellón donde lo dejé, y como yo tenía el cuartel en el Puente de Vallecas, de paso cumplí con la promesa que le hice y me dirigí a la dirección que me dio de Villaverde y avisé a la oficina de su batallón del accidente ocurrido y de que no podría volver del permiso en el plazo previsto.

La primera cosa que hice, dos o tres días después de mi llegada al frente, fue escribir al hospital de Castellón, solicitando noticias de Ricardo, al que solo conocía de aquel fortuito encuentro en Tarragona y del inmediato viaje por carretera que efectuamos ambos en dirección a Valencia. Cinco días después me respondieron informándome que ese muchacho había fallecido al día siguiente de su ingreso. Lo sentí profundamente como si lo hubiese conocido de toda la vida, más aun por no disponer de la dirección de su familia para explicarle la manera en que tuvo lugar el accidente que le resultó letal.

En cuanto a mi regreso al frente del Jarama, encontré mi batallón ya en sólidas trincheras reguarnecido. Hacía un calor tremendo, a diferencia de cuando lo dejé en el mes de marzo. El frente del Jarama estaba estabilizado. Era una guerra de trincheras, con golpes continuos durante las noches. En Madrid no habían podido entrar los insurrectos y la carretera de Valencia no la habían logrado cortar.

Tres días después de mi llegada, una noche de tormenta muy oscura, un escucha que vio un bulto andar entre las dos líneas, dio la alerta de fuego y se formo un gran chirrío de ametralladoras, fusiles y granadas de manos.

En mi batallón había una miliciana llamada Rafaela, picado su rostro por la viruela, desfavorecida físicamente además por la naturaleza y por el uniforme militar que portaba, prefería quedarse en el batallón vestida de hombre y con el nombre de Rafael. Al amanecer el día de la noche de ese tiroteo, quiso mirar si había algún muerto o herido delante de las trincheras y se meó de risa al ver dos burros muertos entre las dos líneas, gritando: no vale ser hombre y tener miedo a dos borricos.

Como ya el frente del Jarama estaba relativamente tranquilo y por la zona de la Cuesta de la Reina los fascistas intentaban atravesar el rio Zojo, nos relevan y nos trasladan a la segunda línea.

El 3 de julio, el general Mola tiene la misma “suerte” que Sanjurjo. Muere en otro accidente de aviación. El 19 de julio, Bilbao cae en manos de las fuerzas de Franco.

Del 6 al 8 de julio, la batalla que se estuvo librando en Brunete fue tremenda.

El jefe de mi batallón había pedido voluntarios para Bilbao o Brunete, ya que éramos fuerzas de choque y teníamos que ir por todas partes por donde el enemigo atacara.

En la segunda línea, no lejos de “curazolas” donde se encontraba el mando de la brigada, estábamos en plena reorganización esperando nuestra salida sin saber para qué frente, pero en la noche del 5 al 6 una tormenta nos sorprendió en las chabolas que los zapadores habían levantados. Estábamos acampados a orillas de un pequeño arroyo seco y en la madrugada, sin que los que estaban de guardias se dieran cuenta, llegó una enorme tromba de agua y de barro inundando todas las tiendas de campaña que tuvimos que abandonar como pudimos.

La catástrofe hubiera podido ser mayor, pero solo tuvimos cuatro ahogados y bastante fusiles, ametralladoras y fusiles-ametralladores que al otro día tuvimos que limpiar.

El día 10 de agosto, salimos para el frente de la Cuesta de la Reina, no lejos de Aranjuez donde teníamos el cuartel general del batallón Ascaso. En esta ciudad formamos la 149 brigada mixta que volvió a mandar Manuel Mora compuesto por los batallones 593, 594, 595 y 596. Esta brigada se llamaba la brigada de la pana porque estábamos vestidos todos de esta tela. Una vez que la nueva brigada fue constituida tomamos posición a lo largo del rio Tajo, en Seseña, Ciempozuelos y en las zonas altas, no lejos de Aranjuez.

Las cocinas las teníamos en el cuartel en Aranjuez y había la pareja de un compañero llamado, o apodado, Canuto, que sin llegar a ser límite era algo retrasado, analfabeto como muchos en esa fecha tenía con su mujer una menor de unos 10 años. Al verla que no estaba bien de salud, la madre la llevó al médico quien pronosticó un embarazo de la chica. Enseguida, en el puesto de mando interrogaron a la niña que dijo que un tal Uribe, cocinero, tras haberla besado había abusado de ella.

Fue detenido y juzgado en la comandancia de la brigada y enviado a la primera línea, vigilado a fin de que no pudiera escapar. Me tocó a mí ir a buscarlo con mi unidad. En el camino, una vez detenido, uno de mis compañeros quiso liquidarlo pero me interpuse y me costó bastante trabajo convencerlo de que con la condena de situarse en primera línea ya era suficiente, aunque entendía que tuviera razón ya que el delito lo merecía.

Cumplida nuestra misión, como éramos una brigada de choque, la 149, y el frente del Jarama se encontraba tranquilo sin ofensiva enemiga, el día 4 de octubre 1937 salimos para Madrid donde después de unos días nuevamente en el cuartel de calle Granada, Puente de Vallecas, nos enviaron a ocupar las trincheras cavadas en uno de los márgenes de la carretera de Extremadura.

El frente aquí estaba formado por trincheras cubiertas en forma de túnel, verdadero laberinto donde no era difícil perderse en el camino y encontrarse en el lado enemigo. Le ocurrió a un soldado moro que era cantinero en el ejército franquista. Buscando al que le había vendido unos paquetes de cigarrillos en su cantina, se presentó un día ante uno de mi escuadra de guardia intentando localizarlo para cobrarle. Lo hicimos prisionero en el acto ya que nada le debíamos.

Dos o tres días después, el cocinero que en Aranjuez dejo a la niña embarazada desertó pasándose al enemigo. El que quiso liquidarlo tenía razón y me lo reprochó bastantes veces después, pero en fin, yo cumplí mi misión y nada se me podía reprochar.

Solo la anchura de la carretera nos separaba del enemigo, y a veces ocupábamos casas donde el enemigo estaba presente en la otra mitad de las mismas, como la llamada Casa Blanca, una antigua taberna donde habitábamos en una parte del edificio y ellos en el garaje y en otras dependencias.

Durante la noche, los escuchas se tiraban chinitos los unos a los otros y se hablaban mutualmente, como hecho frecuente también eran las explosiones de minas que hacían volar a cualquiera.

Durante varias noches se efectuaron intercambios de tabaco por papel de fumar y otros objetos que escaseaban de un lado u otro, con peligro de encontrarse un hermano de cada lado, o paisanos del mismo pueblo ya que, después de todo, se trataba también de una guerra entre españoles. Pero una noche, el comandante dio órdenes severas de que si esto se repetía, pondríamos en marcha las ametralladoras contra el enemigo osado. Así se terminaron estas salidas nocturnas y estúpidas que solo a partir de entonces se efectuaron una única vez para recoger y enterrar los muertos de dos lados después de duros combates, como sucedió, durante el 16 y 17 de noviembre, cerca del cementerio de San Isidro.

Durante los meses de noviembre y diciembre hacía en Madrid un frio intenso y húmedo, lo que provocaba que la vida de las trincheras fuera muy penosa y difícil de soportar.

El día 20 de octubre 1937 cae Gijón, lo que hace que todo el norte esté controlado por los fascistas.

El 15 de diciembre 1937 empieza la batalla de Teruel que el 8 de enero cae en manos del ejército de la República.

Año 1938

Las noticias que llegan de esta provincia aragonesa son que el frio y las sierras heladas, junto a los contraataques fascistas, son de una extrema violencia. El 22 de febrero, Teruel caía de nuevo en poder de las tropas franquistas.

El día 1° de marzo 1938, recibo carta de un compañero del batallón Salvochea donde me anuncia la muerte de mi amigo y compañero Diego Sánchez de la Torre, que murió en las sierras blancas de Teruel, blancas como las casas de Jimena, combatiendo como mueren los hombres, entre el frio y la nieve de Teruel, unos de los frentes más terribles de esa guerra de España.

Esta noticia me entristeció infinitamente, ya que juntas a otras anteriores como la de mi primo Manuel Linares, del mismo batallón, los compañeros y paisanos de Jimena como Fermín León, Manuel Ortiz Tinajero, Pepe Sánchez, Antonio Benítez el hijo del caminero, Infantes y otros más que no recuerdo de momento.

El día 11 de marzo 1938, solicito, y lo consigo, quince días de permiso. Los vuelvo a pasar nuevamente en compañía de mi familia que seguía viviendo en la leridana población de Granyanella.

(Continua: 4ª Parte. Memorias de Juan López Morales desde el exilio (15.06.2021:  https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/06/15/4a-parte-memorias-de-juan-lopez-morales-15-06-2021/)

AUTOBIOGRAFÍAS DE JIMENATOS REPUBLICANOS:

1ª Parte. Memorias de Juan López Morales desde el exilio (27.05.2021): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/05/27/memorias-de-juan-lopez-morales-desde-el-exilio-27-05-2021/

2ª Parte. Memorias de Juan López Morales desde el exilio (01.06.2021): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/06/01/2a-parte-memorias-de-juan-lopez-morales/

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ÁNGELES VÁZQUEZ LEÓN (1ªParte) 06.08.2020: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2020/08/06/43170/ 

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