Entrevista realizada por Ignacio Trillo
Cuando más liado andaba en mis últimas investigaciones, pendiente de acabar la serie biográfica sobre Antonio Marina en sus dos últimos capítulos que llevaba en curso, así como en la actualización de la que escribí en el centenario del poeta, Leopoldo de Luis, añadiéndole la vida de los poetas jimenatos en estrecho contacto con él, se interpuso en el camino mi entrañable primo, Juan Ángel Gómez López, una especie de corresponsal que mantengo en Jimena para pasarme contactos con personas longevas que pueden aportar vivencias que enriquezcan la memoria histórica sobre nuestro pasado.
En esta ocasión me proponía que entrevistara a la vecina de la Barriada de la estación de los Ángeles de Jimena de la Frontera, Francisca Sánchez Gil, recién cumplida los 93 años el pasado día 13 de febrero.
Por la velocidad que porta la marcha de nuestra biología humana y la limitación de su existencia, así como por el crítico momento pandémico que atravesamos, no son tiempos para posponer nada. En este sentido, me puse a simultanear la tarea de la única forma que ahora se puede realizar, vía telefónica, quedando en llamarla a la mejor hora que le viniera bien. Eligió la buena señora las cuatro de la tarde, señal inequívoca de que la siesta no va con ella. Por tanto, con el último gajo de la naranja del postre bajándome al estómago, soy de almuerzos con horarios tardíos, marqué su número.

P. ¿Francisca?
R. Si. ¿Quién es?
P. El hijo de Juan Trillo e Isabelita Huertas, primo de Juan Ángel Gómez López.
R. Ah, le estaba esperando. Me lo dijo ese hijo de Práxedes, el de “Los Huérfanos”.
P. ¿Cómo quiere que te llame, Francisca, Frasquita, Paca…?
R. A mí me gusta el de Francisca, pronunciando la «ese». Aunque me llaman: Frasquita, Francis y hasta Isabel.
P. Entonces ¿eres Francisca Isabel?
R. No. Es que en mi casa fuimos diez hermanos. De pequeños, murieron tres y a mí me pusieron el mismo nombre de mi hermana nacida con anterioridad y que había fallecido, así que algunos vecinos me empezaron a llamar por el mismo nombre de mi madre.
P. Porque tu madre se llama…
R. Isabel Gil Ramos, y mi padre Cristóbal Sánchez García.
P. De memoria ¿cómo andamos?
R. Yo creo que bien, aunque habrá cosas que ya se me hayan olvidado.
P: Bueno te voy a poner a prueba. ¿Te acuerdas de un médico que hubo en la Estación que se llamaba don Manuel Lastres?

R. ¿Que si me acuerdo? Claro que sí. Tenía un hijo muy guapo, aunque ahora no me acuerdo cómo se llamaba…
P. Rafael.
R. Sí, eso, Rafael…. Por cierto, el día que se casó su hermana con el boticario de Jimena, don Antonio Mata, yo me acerqué al Santuario de la Reina de los Ángeles porque me gustaba ir a ver las bodas. Al finalizar el jolgorio, yendo para mi casa me encontré un clavel de la novia tirado en el suelo. Lo cogí y lo llevé conmigo. En la Estación se dice que a aquella muchacha que le pasa eso no se queda soltera. Yo no soy supersticiosa pero el caso es que poco después tuve novio y a continuación me casé. Aclarando las fechas, la boda de la hija del médico fue en junio de 1954, en enero siguiente me eché el novio y en abril de ese mismo año, 1955, me casé y sin que fuera de penalti. Ni me tocó un pelo hasta después de la ceremonia. Así era antes. Por tanto, lo del clavel funcionó.

P. Constato que tu memoria es sorprendente. Otra prueba ¿Te acuerdas de la familia de Antonio Gómez Domínguez, el del bar junto al edificio de la estación de Renfe, casado con Juana Sierra Pérez?
R. Pues también, ¡cómo que no me voy a acordar! Mi familia y ellos siempre tuvieron una enorme amistad, se querían mucho. Eran uña y carne.
P. ¿Y conservas el recuerdo de con quienes se casaron sus hijas?
R. Claro que sí. Luisa con un valenciano que vino de militar…

P. Militar, no. Era un preso republicano.
R. Ah. Yo sé que era algo de eso… Era bien parecido y muy simpático. Yo estuve hasta comiendo en la casa de ellos en Valencia cuando fui a ver a unos tíos míos. Nos queríamos mucho, aunque por edad, la hermana que tenía la misma quinta que yo, era la más pequeña, Mercedes, la que acabó casándose con un catalán, Félix el de la fábrica de las pipas.
P.- ¿Y te acuerdas de con quién se casó su hermana Mariquita?
R.- Claro. Con otro que venía con el valenciano y que era madrileño.
P.- ¿Y recuerdas cómo se llamaba?
R.- Bueno, las niñas que éramos muy traviesas, nos hacía gracia el nombre que tenía porque no lo habíamos escuchado en la Estación. Le llamábamos entre nosotras, Leopoldín. Era más serio que el valenciano.

P.- ¿Supiste que había un campo de concentración entre Jimena y San Pablo donde estaban obligados a realizar trabajos forzados?
R.- Yo era muy chiquilla. Sí me enteré, pero exactamente no sé el sitio. Era por San Pablo. Lo que recuerdo de esos años es que la Estación estaba lleno de militares. La Legión tenía su cuartel en el Convento de la Reina de los Ángeles, y Automovilismo se hallaba en el llano del patio de corcho de Furest, detrás del bar de Antonio Gómez.
P.- ¿Recuerdas al hijo que tuvo Mariquita y Leopoldo que se llamaba Jorge?
R.- Muy vagamente. Me acuerdo más de María Luisa, la hija de Luisa Gómez y el valenciano.

P.- ¿Recuerdas algo de la guerra, o al pillarte con ocho años se te ha quedado todo en una nebulosa, o son cosas como dicen todavía algunos de lo que no hay que hablar?
R.- ¡No me voy a acordar! ¡Cómo para olvidarse…! Eso no se pierde de la memoria nunca, pero nunca...
P.- Cuenta…
R.- Pues unos días antes de que llegaran los fascistas a Jimena cundió el pánico en la Estación con que: ¡qué vienen los moros, qué vienen los moros…! Como los hermanos de mi madre y también mi abuelo materno, Antonio Gil Márquez, tenían muy buena relación con los ferroviarios, nos subieron a mis padres y a sus tres hijos –la mayor era yo con ocho años y el más chico contaba con tres meses- en una vagoneta de esas que había para comprobar el estado de las vías, le llamaban “zorrillas”, a esas plataformas al aire libre. Nos llevaron con destino a la Estación de Gaucín para resguardarnos.

En un momento del trayecto, pasado San Pablo y justo antes de llegar al túnel, recuerdo que mis padres me taparon los ojos para que no viera algo desagradable. Luego supe, porque los niños acaban enterándose de todo, que eran los cuerpos de unos que habían matados y que estaban en el suelo…
P.- Si todavía no habían entrado “los nacionales” en esa zona ¿quiénes eran…?
R.- Eran de derechas que habían sido asesinados por unos milicianos de Ronda…. Eso estuvo muy mal. Hay que ver la cantidad de criaturas jimenatas -¿multiplicado por siete, diez, o por doce veces?- que les quitaron la vida después como venganza por esas otras personas que mataron…

Túnel de la línea férrea Algeciras-Ronda entre las estaciones de San Pablo de Buceite con la de Gaucin. Allí manifiesta Francisca que sus padres cuando iban en la vagoneta de una “Zorrilla” le taparon los ojos para no ver unos cadáveres de recién fusilados de derechas. Este dato nos indica que hicieron ese viaje la mañana del siete de septiembre de 1936. Presumiblemente los que se hallaban asesinados en esos laterales a los raíles, por negarse a seguir andando cuando estando esposados eran escoltados por un grupo de milicianos descontrolados en dirección a la estación de Gaucín, fueron: Juan Ríos Becerra, oriundo de Ronda que tenía una tienda en San Pablo, antiguo guardia civil en Cortes de la Frontera que fue despojado del uniforme por el Cuerpo debido al maltrato a su mujer, hecho sucedido antes de la llegada de la República. Y otros dos, podrían tratarse de un súbdito inglés al que denominaban Guerra, empresario de varietés y cine de Algeciras; y Rafael, el cantinero de La Almoraima. Iban andando junto a otros nueve oriundos jimenatos, también como prisioneros que tras ser secuestrados habían sido encerrados en un almacén de San Pablo de Buceite, y que serían fusilados, una vez que fueron transportados en un tren que procedió de Ronda en las proximidades de la Estación de Arriate en la madrugada. Entre estas víctimas fusiladas figuraban los afincados en la Estación de Jimena: Gabriel Vallecillo Jiménez, su hijo Juan de Dios Vallecillo Jiménez, ambos de la fábrica de harina, y un tercero, el propietario de la finca El Gurugú, Agustín Llinás del Villar. Foto: Revista Adelante-año-1911.

P.- ¿Y qué pasó luego?
R.- El caso es que como estábamos en la estación de Gaucín en la casa de unos amigos de mi abuelo y pasaban los días y no llegaban los moros a Jimena, decidieron mis padres volver a la Barriada de la Estación, además porque pensaron que no tenían que huir de nadie, no habían hecho nada, así que pasados unos días estábamos todos de nuevo en casa.
P.- ¿Y cuando irrumpieron los sublevados?
Pues una mañana siendo muy temprano se presentaron los moros de improviso y nos pillaron por sorpresa. Yo estaba en mi cama y cuando sentí los ruidos de los tiros y bombas me desperté y salí corriendo de pánico a la calle con lo puiesto a buscar a mis padres ya que no estaban en la casa. A mi padre le pilló en la barbería afeitándose y le habían rasurado la mitad de la cara, así que en el primer zambombazo que se escuchó, dio un salto del sillón de José Torres, que era el maestro barbero de la cuchilla, y con la otra media cara con la espuma todavía puesta se fue pitando, quitándose el jabón en la camino con el babero que ponen para no ensuciar la ropa y que con las prisas y el pánico lo llevaba colgando aún del cuello. Entretanto, mi madre salió despavorida, echando chispas de la tienda donde estaba comprando las cosas del día, pasándole las balas por la cabeza. Así hasta que me encontraron y me llevaron a la casa escondiéndome debajo del hueco de la escalera que decían que era el lugar más seguro por si caía una bomba en el tejado.

P.- ¿Estaba tu padre dónde Andrés Sarrias Navarro estuvo también de barbero?
R.- No. Andrés era entonces aprendiz.

P.- ¿Tú sabes desde dónde disparaban los militares sublevados y “los moros”…?
R.- Solo sé que los camiones entraron por la carretera que viene desde Algeciras y pasaron por el puente de la entrada a la Estación por donde debajo pasa la vía del tren.

P.- Entonces ¿no le pasó nada a tu familia?
R.- Un verdadero crimen. Mataron a cuatro hermanos de mi madre. Pero fue después de que llegaran los moros a la Estación. Lo hicieron el 13 de febrero de 1937, no me olvido porque fue el mismo día que nací. Salieron corriendo de la Estación cuando entraron los fascistas y se echaron campo a través hasta llegar a Málaga. Luego, cuando volvían a la Estación, pensando que había acabado la guerra porque los de Franco se habían hecho con la capital, a la altura de Marbella tomando café con dos conocidos los delataron, dijeron que eran rojos y los hicieron presos. No militaban en ningún partido político ni habían hecho nada malo, pero le echarían, como a otros muchos, la culpa de lo que había pasado en la familia de derecha de la fábrica de harina por gentes además que venían de Ronda y no eran de la Estación. Así que se los llevaron al mar esposados y los fusilaron con el agua a la altura del cuello, de dos en dos, para que los dos últimos los vieran y supieran lo que les venía a continuación. Eran mis tíos: Cristóbal, que andaría por más de los treinta años, casado y con tres niños chicos, que ya había hecho la mili. Antonio, que tendría unos veintisiete, también casado y con un niño chico. Francisco con 20 años que antes se había librado de la mili por exceso de cupo. Y el más chico, Salvador Gil Ramos, con diecisiete años. A los cuatro los mataron allí como animales, de esa forma tan inhumana… No guardo odio ni rencor, pero no olvido.
Yo era muy pequeña y no sabía de eso que decían de que si eran votantes del Frente Popular. Eran trabajadores honrados del corcho y muy solidarios con los demás. También se ocupaban en los vagones de Renfe, y el menor, Salvador, estaba colocado en la oficina de la Estación.
Ahora que me entero que están buscando a otros fusilados en el cementerio de Jimena me acuerdo mucho de esas criaturitas y lo que hicieron con ellos. No pueden aparecer sepultados en ningún sitio porque los criminales se fueron dejándolos muertos en el mar como para no dejar huellas. Pobrecitos mis tíos…
P.- ¿Y cómo impactó en la familia?
R.- Ya te puedes imaginar… Mi madre quedó destrozada. Encima cuando antes de que ocurriera el crimen contra los de derecha y estaban encerrados en San Pablo, estuvo ella llevándoles comida a la familia de esos detenidos que eran de la Estación a través de terceras personas haciendo trampas para que no les faltara alimentos, con los vales que daban los del Comité republicano de Jimena para las gentes pobres y para los que venían con lo puesto de otros pueblos huyendo de los fascistas. Así le pagaron…Hasta a mi madre la querían matar porque temían que sí cambiaba la tortilla se las iba a llevar por delante…
P.- ¿Hubo más víctimas entre la familia?
R.- Todos sufrieron por una cosa o por otra. A mi padre Cristóbal Sánchez García, que nunca hizo nada, lo detuvieron y lo tuvieron metido en la cárcel de Jimena. Así pasó unos días, pero como nadie decía nada contra él ni le acusaban de nada, lo sacaron y le dieron un gorro falangista, obligándole a continuación a hacer guardia de vigilancia todos los días. Pasado los años, acabó de policía municipal de la Estación pero en turno de noche para dedicarse de día a la zapatería y a la representación comercial, por eso no nos faltaba de nada.

Y a mi abuelo materno, Antonio Gil Márquez, que encima votaba a la derecha pero no era ningún radical falangista, lo sacaron de la cama con fiebre porque estaba enfermo y le echaron las culpas de haber sido uno de los que rompieron los santos de la iglesia del Convento. También lo metieron en la cárcel y estuvieron a punto de fusilarlo…. Fue la misma acusadora, la vengativa. La que no paraba de denunciar… A pesar de todo, yo soy la primera en condenar a los que entraran de esa forma en la iglesia para destrozar lo que había dentro… ¿para qué harían esa maldad tan inútil que luego costó la vida a tantas criaturas inocentes?… ¡Pero lo que hicieron los fascistas después, eso no tiene nombre, fue un horror!… ¡encima denunciados por los que se daban golpes de pecho y mucho rezar…!
P.- ¿Y tu abuelo paterno, qué hacía y cómo se llamaba?
Año 1920. En la pensión «La Perla» de calle Sevilla. A mano izquierda, Juan Sánchez Sanjuán, el municipal, con el codo sobre la barra, con sombrero «galleta, José Corbacho Sánchez, Detrás de la barra, el dueño, José Rodríguez Corzano, que sufriría la represión tras el alzamiento militar por su condición de miembro de la logia masónica local, Fénix 66, y José Barranco Rodríguez, abuelo de Juan Parra Barranco. Al comenzar la IIª República había en Jimena cuatro guardias municipales: Melchor Llorente Gómez, Ramón Fernández de Córdoba, Manuel Moreno Guerrero y el referido. Foto: Retratos de Jimena, Tomo I. Ediciones OBA.
R.- Él fue policía municipal toda su vida. Se llamaba, Juan Sánchez Sanjuán. Pasó desapercibido. No le hicieron nada.

P.- ¿Y con la llegada de la postguerra y el hambre al pueblo, sufristeis penurias?
R.- Pues no. Mi madre era de familia procedente de Málaga y mi padre de Cádiz y se las supieron apañar. A los pobres jimenatos que nos le daban trabajo porque decían que eran de familia de rojos fueron los que peor lo pasaron. Mi padre era un gran zapatero, pero no de los de remendón sino que los confeccionaba con una finura y elegancia únicas, ello hizo que no le faltara el trabajo, pero los legionarios y militares acuartelados en la Estación llegaban al taller y le confiscaban todo, hasta los cueros, las gomas y las cuerdas. Tuvo mi madre que ir en tren a Algeciras y traerse los materiales de contrabando y siempre a escondidas. Antes de llegar en tren a la Estación tiraba por la ventanilla lo que traía, justo en el sitio que estaba mi padre esperando de forma disimulada, haciendo como el que arrancaba matojos, para que después en el registro que hacían en la bajada al andén no se lo quitaran, en tanto mi padre atravesaba el trayecto de la vía hasta la casa haciendo creer a los que se cruzaban con él que llevaba hierbas para los animales. No les gustaba hacer eso, pero no había más remedio para seguir tirando…Luego cuando fue municipal hacía el turno de noche, los zapatos por las tardes, llegó a tener dos aprendices, y además llevaba la representación comercial de marcas de champán, jabones, frutos secos… Trabajaba mucho pero no nos dejaba trabajar a las mujeres que estábamos a su alrededor, solo en la casa con las costuras y los bordados.
P.- Y pasados esos años duros ¿cómo te fue la vida?
R.- Me casé con un hombre muy bueno, Vicente Ferreira Ferreira, un especialista del corcho, el mejor tasador en árbol que había en la Estación. Descendía de una gran familia. Era de Huelva, sus padres tenían propiedades en Trigueros y en Nerva pero el origen anterior era portugués. Llegó a la Estación por dos tíos hermanos de su padre, José Luis y Leandro Ferreira Abreu, que lo querían como a un hijo. Montaron un patio de corcho y el poeta y maestro, Diego Bautista les llevaba las cuentas y el papeleo. Tuve cuatro embarazos y dos se estropearon en el camino. Así que finalmente quedaron con vida un varón y una hembra. Pero con la mala suerte de morirse mi hija Isabel María con 29 años de una enfermedad cardiaca que arrastró desde su nacimiento. Lo pasé muy mal. Todas las noches me acuerdo de ella y antes de dormir le doy un beso a la foto que guardo en el cajón de la mesilla de noche. Mi hijo José Luis, sigue viviendo en la Estación porque no quiere ascender en Correos donde trabaja para no tener que irse de aquí. Está soltero, pero tuvo novia. Empezó estudiando Filosofía y Letras pero lo dejó y tampoco quiso hacer Magisterio para maestro de escuela. No le gusta el jaleo con los niños. Después empezó Historia del Arte que le encanta pero no lo ha acabado. Tiene sesenta años. No lo aparenta. Se conserva muy bien. Nada que ver con sus amigos de la misma edad que se les ve en comparación algo más estropeados.

P.- ¿Te consideras una mujer de tu tiempo o ya con 93 años del pasado?
R.- ¿Yo? Del tiempo de ahora.
R.- ¿Qué piensa de los homosexuales?
P.- Pues que son personas como los demás. Y mi trato con ellos es igual que con los que le gustan las mujeres. Además me lo dicen ellos. No se esconden conmigo porque saben que los entiendo. Es más, cuando voy al peluquero que es homosexual yo le llamo Lurdes con toda naturalidad y a él le encanta.
P.- ¿Y de mi familia, qué recuerdas?

R.- Pues de todo y muy bien. Tu padre fue mi médico, un gran profesional. Hay que ver lo que entendía del corazón. Llevé a mi hija varias veces a su consulta para que la viera y me explicó lo mismo que luego me dijeron los mejores cardiólogos que estaban en el hospital madrileño de Puerta de Hierro. Me acuerdo todavía de un hermano de tu padre que vivía en Madrid y que salía en la televisión hablando de toros. Tu madre era una persona maravillosa que hablaba de todo, lo mismo de moda o lo de lo que fuera y nunca miraba a nadie por encima. Hasta en los últimos años que venía a la Novena siempre me daba unos besos de cariño que no se me olvidan. Fue compañera mía en el colegio de la Estación a pesar de que me llevaba algunos años pero en aquel tiempo estábamos en la única escuela que había. Conservo una foto de aquel tiempo con ella, a ver si te la localizo. Su hermana Rosario, siempre tan guapa y elegante, muy discreta, y tu abuela Dolores una persona muy buena y muy dulce, siempre andaba metida en la casa, salía muy poco a la calle…

P.- ¿No me dirás todo eso porque soy yo el que está hablando contigo?
R.- No. Lo digo porque me sale y lo siento de corazón. Te lo juro.

P.- Pero como en toda familia, habría también algo fuera de este cúmulo de bondades, y más allá de que mi querida madre hablara hasta por los codos…
R.- Pues sí. Pero hablaba para bien. Nunca le oí una maldad, ni hablar mal de nadie… No me olvidaré el día que llegué a la tienda de tu abuelo Bartolo y el drama que allí me encontré. Tu tío el farmacéutico del pueblo de Jimena que tenía la botica en la calle Sevilla, se llamaba Juan, tan guapo y alto y siempre vestido tan elegante, tenía una de las borracheras que se pillaba a menudo… Se bebía hasta la colonia de la tienda. Tu madre llorando, reprochándole con toda la razón: “¿No te avergüenzas del sacrificio de la familia de haberte dado una carrera? ¡Desagradecido! ¡Eres un desagradecido!…”. No me olvidaré. Me daba mucha pena lo que les hacía sufrir esa mala cabeza…

P.- ¿Y tú sabes por qué se pillaba esas borracheras?
R.- Yo que sé, aunque me supongo que porque estaría mal de la cabeza, o por un desengaño amoroso… Era muy culto y estaba soltero…
P.- Te lo explico, porque era homosexual y ya te puedes imaginar en aquellos años cuarenta de posguerra, entre la iglesia y el franquismo cómo los tenían considerados. Le tocó mal tiempo para vivir como a él le hubiera gustado y acabó quitándose la vida
R.- De esas cosas tampoco se hablaban entonces. ..¡Pobrecito…!
P.- ¿Y qué más?
R.- Pues todo lo demás agradable. Me viene a la mente lo simpática y la alegría que irradiaba Mari Luz, la hija mayor de tu tía Rosario… ah y una cosa ¿Sabes que mi abuela materna, Francisca Ramos Ramírez, le dio leche de su pecho a Juan Gómez García y a su hermano Severiano, los de “Los Huérfanos”, y también a tu madre?

P.- O sea, que a lo mejor llevo en mis genes alguna porción de leche de tu abuela a pesar de mi intolerancia a la lactosa.
R.- (risas) Pues si, por eso reprocho a quien diga como insulto eso de: “la mala leche que tiene…” porque puede ser la de mi abuela. A ella le sobraba, pero no se dedicaba a eso, era porque se la pedían.
P.- Bueno, Francisca, vamos a acabar que te estaré fatigando y encima como me dices que andas afónica de un resfriadillo, dime un secreto sobre ti no contada hasta ahora…

R.- Pues que sepas que tuve un padre muy bueno pero muy machista y muy protector, siempre con la moral a cuesta, oponiéndose a que viajara o hasta le molestaba que saliera de la casa. A mí me hubiera gustado estudiar en la Universidad y haber hecho periodismo. Pero claro, imposible como te digo por el padre de aquella época… Y otra cosa, tengo una carpeta con poesías que he compuesto. También a las canciones populares les ponía letras sobre Jimena o sobre las vivencias del pueblo. Me gusta la música, y las rancheras me encantan… A lo mejor eso lo heredé de mis tíos que asesinaron. A ellos les encantaban los carnavales. Salían de chirigotas y también me disfrazaban a mí siendo muy chica. Iban cantando por las calles y luego seguían en la fiesta que se montaba durante esos días en un salón de baile que había frente a la antigua entrada al Gurugú, entre lo que fue el bar de Luque y la tienda de tejidos de Romero. Tuve esa infancia muy feliz hasta que llegó la guerra. Mis tíos eran muy adelantados para ese tiempo…y aparte de que los mataran, después de la guerra los carnavales quedaron prohibidos por Franco.
P.- Francisca, esas poesías y canciones hay que publicarlas. Te prometo cuando acabemos la pandemia que me paso por tu casa, nos conocemos en persona y ponemos en pie ese libro.
R.- Pero yo no escribo para publicarlo. Es que de pronto, hay una noche que me despierto y no cojo el sueño y es porque me ha llegado la inspiración. Me siento en la cama y hago dos poemas, y ya entonces me duermo tranquila. Pero es que a la mañana siguiente, antes de bajarme de la cama, vuelvo a hacer otras tres poesías de un tirón… Es que me viene…
P.- El libro promete. Un beso muy grande y seguro que continuaremos charlando. Cuídate mucho.
Pasados unos días volví a llamar a Francisca para ver si me remitía algunas fotos con las que ilustrar esta entrevista, pero estaba recién vacunada contra el Covid-19 de la primera dosis de Pfizer y andaba sentada en su casa sin moverse por si se mareaba. Me dijo que el pinchazo se le practicó en el Centro de Salud de Jimena y no tuvo que bajarse del coche. En contra de lo que también le hubiera encantado, me confesó que no se sacó el carnet de conducir a su tiempo. Tuve que esperar hasta ahora cuando a través de su amable hijo, José Luis, me ha hecho llegar los retratos por wassap junto a dos de sus poemas como muestra que figuran a continuación.

Bibliografía complementaria
EL MÉDICO LASTRES DE LA ESTACIÓN (23.07.2017): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/07/22/32226/
LOS ÁNGELES Y JIMENA CON LA FAMILIA LASTRES (07.02.2017): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2017/02/05/30708/
EL POLIFACÉTICO, ANTONIO MATA GÓMEZ, FARMACEÚTICO (04.02.2019): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2019/02/04/36972/
LA NOVENA QUE VIVÍ (01.09.2016): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2016/09/01/29468/
`LA HERIDA´ DE LEOPOLDO DE LUIS EN EL PARAISO DEL SUR: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2018/12/16/36397/
Ángela Reyes, poeta jimenata (12.04.2021): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/04/12/angela-reyes-poeta-jimenata-12-04-2021/
(XVIIº) LOS LARIOS Y LOS “MARES”: 1936. TESORILLO Y SAN PABLO (4ª PARTE) (08.04.2020): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2020/04/08/41531/
EL DISCRETO JIMENATO DEL “STANBROOK” (29.01.2020): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2020/01/29/40339/
EL ÚLTIMO ALCALDE REPUBLICANO DE JIMENA (25.07.2019): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2019/07/22/37900/
EL OTRO MARINA, 6ª Parte (11.01.2021): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/01/12/el-otro-marina-6a-parte-11-01-2021/
“La guerra de mi padre”. Leopoldo Moreno Barranco. Algeciras , 18 de enero del 2016.
“Y Jimena se vistió de luto. IIª República, guerra civil y posguerra en Jimena de la Frontera“. José Manuel Algarbani Rodríguez. Diputación de Cádiz. Año 2011.
“El Tesorillo. Mallorquines tras los pasos de March”. Honorat Bauçà Roig y Margalida Juan Taberner. Roig Editors S.A. Mallorca 2012.
“Memoria desde el exilio en Francia de la Guerra Civil”. Juan López Morales. 1996.
Posted on abril 26, 2021
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