A MANOLO GALLEGO MACÍAS, DESDE EL RECUERDO DE MI INFANCIA (09.12.2022)

Posted on diciembre 9, 2022

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Ignacio Trillo

Estaba recién acabado de escribir, con la correspondiente enmaquetación, publicación y difusión, el retrato biográfico en homenaje a Antonio Marina Pérez-Navarro, por habernos dejado este verano, cuando a continuación he recibido la triste noticia del fallecimiento de Manolo Gallego Macías, acontecido en la madrugada, entre los días 21 y 22, del pasado mes de noviembre. Ambos jimenatos en edad nonagenaria.

Año 1960. Manuel Gallego Macías, nacido en la Estación de Jimena el año 1931. Aquí con veintinueve años. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

En este segundo caso, con el hondo pesar adicional por haberlo conocido y tratado desde que tuve uso de razón. Por tal motivo, con este luctuoso acontecimiento se me han agolpados tiernos recuerdos de la infancia, donde todo queda tan bien grabado y hasta mitificado, relacionados con momentos imborrables asociados a su imagen.

Siempre resultó ser una magnífica persona, buena gente, entrañable, servicial y muy laboriosa, incapaz de hacer daño a alguien, con un afán especial de superación sobre cuantos retos tuvo que afrontar. Tampoco oí un solo comentario adverso o negativo sobre su comportamiento.

Como amante del fútbol, la pasión de su vida, lo rememoro como pionero de ese gran Club Deportivo Jimena que se llegó a forjar en el pueblo. Primero como jugador, teniendo de entrenador a Antonio Alvarado Hurtado; y más tarde, formando parte de la junta directiva del equipo que revolucionó a Jimena, gracias al coruñés que llegó al pueblo como auxiliar de Farmacia acompañando a su hermano boticario, José Regueira Ramos. Me estoy refiriendo a Moncho.

Feria de mayo de 1962. Moncho Regueira Ramos, coruñés, jugador y entrenador del CD Jimena. Foto: familia Regueira Mauriz.

Manolo Gallego fue una de esas piezas del engranaje del equipo local que se hizo imprescindible para llevar su camiseta a las más altas cotas con sus reiterados triunfos. Como futbolista: veloz, serio, correoso, disciplinado, contundente jugando con limpieza, dotado de una gran musculatura, a la vez que modesto en las victorias más sonoras. Una tarde, alineado de portero, la bota del integrante de la plantilla de la Estación de Gaucín impactó accidentalmente en su boca. Ante la patada recibida, perdió varias piezas dentales, resultando enormemente difícil, antes de que fuera atendido por un facultativo, la contención de los chorros de sangre que manaban de sus encías, sin que se le escuchara una sola queja ni algún reproche dirigido al adversario… Pero poco tiempo después, el fútbol local se fue al garete. Ocurrió el derrumbe de la plaza de toros portátil que se instaló en el interior del campo sin césped donde competía, denominado El Cañaveral. Ocurrió en el momento de la salida del tercer astado, hallándose el redondel totalmente abarrotada de gentío. A partir de entonces, quedaron clausurados esos terrenos por mandamiento judicial, para que no se vieran afectadas por la huella humana las pruebas tomadas de los restos metálicos y madereros que quedaron esparcidos sobre la superficie del recinto.

La generación futbolera de Manolo Gallego, estuvo entre media a la del barbero, Andrés Sarrias Navarro, con el que se llevaba cuatro años menos, y la de Andrés Macías Sánchez, al que le sacaba doce años de más, que por cierto no tienen nada de parentesco a pesar de la coincidencia de apellido.

Año 1959. El joven Andrés Macías Sánchez, aquí con dieciséis años. Gran amigo de Manolo Gallego, al que relevó generacionalmente en las artes futboleras, al igual que muy allegado a la estima del cuñado, el barbero Antonio Sánchez Román, con el que además compartía ser forofo del Barça. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

La secuencia fotográfica, de cronología balompédica, que viene a continuación, marca los hitos y los jimenatos con los que Manolo Gallego se fue codeando futbolísticamente hasta colgar las botas y, ya como directivo, aparece en la cuarta imagen participando en el reconocimiento que se le rindió a Moncho Regueira el año 1961, justo antes de que el jueves 17 de agosto, en plena feria veraniega, sucediera la hecatombe taurina.

Año 1952. El equipo de fútbol de Jimena en la calle Real de la pedanía de San Pablo de Buceite, más o menos donde hoy se encuentra el Bar Cantina, justo al final se halla el famoso «árbol de Elías». Al fondo de la imagen, se observa el cerro Oratorio (información facilitada por Jacinto Vega) Precisamente este deporte de origen anglosajón, doce años antes había sido introducido en el municipio de Jimena desde San Pablo de Buceite, donde, tras la guerra de los militares golpistas, se instaló un campo de concentración en la finca El Algarrobal para presos republicanos, muchos de ellos ilustres, procedentes fundamentalmente de Cataluña y de Valencia. Agachados figuran los jimenatos: Alfonso López Sarria/ Paco Jiménez Mateo/ Bernardo Pajares Oncala/ Francisco Caballero Ayala/ Fernando García Núñez/ Detrás y de pie: Manolo Lozano Castro//Sánchez de Corral de Algeciras/ Juan Vallecillo Durán/ Juan Sánchez Sánchez/ Miguel Caballero Espejo/ Manolo Gallego Macías/ Pedro Corbacho Espinosa (El cartero) Por detrás de todos, el hijo del entrenador, Antonio Alvarado Uralde. Foto: Retratos de Jimena Ediciones OBA.

equipo

Año 1955. El equipo de gala de esa temporada. Agachados: Gonzalo Vallecillo Durán/ Cristóbal Delgado Vallecillo/ Juan Rondán Angulo/ Diego Caballero Espejo/ Detrás y de pie: Antonio Alvarado Hurtado (entrenador) José María Sánchez Sánchez/ Juan Vallecillo Durán/ Juan Sánchez Sánchez/ Paco Jiménez Mateo/ Bernardo Pajares Oncala/ Manuel Gallego Macías/ Alberto León Díaz. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

Año 1957. El equipo de Jimena jugando en la Línea de la Concepción. Agachados de izquierda a derecha: Andrés Rondán Angulo/ Juan Rondán Angulo/Manolo Gallego Macías/ Gonzalo Vallecillo Durán/ Cristóbal Delgado Vallecillo/ Detrás y de pie: Antonio Alvarado Hurtado (entrenador)/ José María Sánchez Sánchez/ Bernardo Pajares Oncala/ Juan Vallecillo Durán/ Paco Jiménez Mateo/ Diego Caballero Espejo. Foto: Retratos de Jimena, Ediciones OBA.

Año 1961. Jugadores, rindiendo homenaje a quién con su llegada al pueblo había revolucionado al equipo de Jimena CD: el gallego, hermano del farmacéutico José Regueira Ramos, de nombre Ramón («Moncho») que hacía en plan altruista el papel de jugador y de entrenador. De izquierda a derecha. En primera línea: Alfonso López Sarrias/ Rafael Picón manzano/ Miguel Cuenca Avilés, practicante sanitario de profesión y ya presidente de la Directiva del equipo/ Manolo Gallego Macías, ya como directivo/ Detrás: Juan Rondán Angulo/ Ramón Regueira Ramos, «Moncho»/ Diego Rocha Sánchez/ Detrás: José Gómez Sánchez/ Diego Meléndez Duarte. Fuente: Ediciones OBA.

Diario ABC en su edición de Sevilla de 19 de agosto de 1961, dos días después del siniestro. En portada, porque fue noticia nacional, el hundimiento de la plaza de toros portátil en la localidad de Jimena de la Frontera que estaba instalada en el interior del campo de fútbol "El Cañaveral" donde hubo cuatro víctimas mortales y más de ochocientos heridos de consideración. A partir de esta tragedia, donde el campo quedó clausurado por orden judicial hasta tanto no hubiera sentencia en firme, hecho que aconteció seis años después, llevó a la desaparición de la entidad futbolística. Manolo Gallego estuvo como espectador sin que sufriera ningún percance, en tanto su esposa Nico se quedó en la casa al cuidado de su primera hija, Pilar, que contaba con ocho meses. Imagen Diario ABC, Sevilla.

Tuve la oportunidad también de tratar a Manolo Gallego en calidad de maestro autodidacta, como interino, cuando nos impartió clases, cubriendo la suplencia de algún titular con plaza, en la escuela nacional existente en la planta alta del inmueble situado en calle Sevilla número 59, en un tiempo muy sombrío, por lo que tantos jimenatos tenemos que agradecer hoy en día el esfuerzo y la paciencia que hicieron gala esos docentes extraoficiales para enseñarnos a leer, escribir, las cuatro cuentas y algo más, mientras doblábamos, en número, el ratio de alumno por soberao sobre lo que hoy sería tomado como media aceptable.

Años cincuenta. La escuela nacional situada en calle Sevilla, entre la ferretería de Juan Ferrer, hoy la Casa de la Memoria, y la tienda de tejidos Núñez, antes de haberse trasladado a calle San Sebastián había sido el juzgado. En esa escuela, estuvo como maestro nacional en la etapa de docencia de Manolo, entre otros, el riojano Antonio Puchán Sáenz. Antes, el chiclanero Bernardo Periñán Guerrero y el nervense Frenando Calvo de la Fuente. Foto: Ignacio Trillo.

Y ya estabilizado laboralmente en el puesto de trabajo que logró en el Banco Hispano-Americano, entidad financiera sita en la calle Sevilla, en su tramo del barrio abajo, un poco más arriba del cine Capítol y de donde vivió de casado. Primero, como cobrador a domicilio de letras y recibos, y luego en tareas administrativas, teniendo como vecino de enfrente el barbero que le precedió como jugador en las artes futboleras, Andrés Sarrias Navarro, tan amigo y ligado a él en el deporte del balompié, como diferente en idiosincrasia.

Años 70. El maestro barbero, Andrés Sarrias Navarro, gran amigo de Manolo Gallego. Aquí en los comienzos de los años setenta en calle Sevilla del barrio abajo donde tenía la barbería. Foto: Retratos de Jimena, Ediciones OBA.

Andrés: extrovertido, conversador, ocurrente como el que más, portando el humor y la genialidad como montera, siempre espoleado por muchachos que forzaban la exteriorización de su chispa para que les contara más chistes. Forofo del Atlético de Madrid, era el jugador Abelardo su estandarte en la pared de su cuartito de pelar y al fondo, en un mini trastero, su inseparable aparato de radio a cuyos locutores tan bien imitaba… Manolo: introvertido, serio, espabilado, constante, discreto, prudente… y merengue del Real Madrid, teniendo además a un cuñado tan culé, del Barça, como era el otro barbero, Antonio Sánchez, casado con su hermana Teresa.

Año 1954. Teresa Gallego Macías, la hermana de Manolo, que se casaría con el barbero Antonio Sánchez Román, en fecha cercana a Manolo y tuvieron tres hijas. Vivió en la casa familiar, una vez que dejaron de vivir en la Estación, de la hoy calle Jincaleta, a escasos metros de donde habitaría el matrimonio constituido por su hermano y la que sería su cuñada, Nico. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

Era lo que a mí me parecía, rescatando hoy en día la visión de aquel niño del ayer, que todo lo husmeaba y endiosaba, como correspondía a la edad, que a lo mejor no significa que tuviera que haber sido así.

Quizás la entrada de Manolo en el Banco Hispano, le inspirara al maestro Sarrias esta anécdota que sigue y que redunda en lo aseverado sobre su ingeniosa personalidad. Una mañana, se presentó en su barbería el indigente Felipe, que andaba rutinariamente por la calle Sevilla en su cotidiana petición limosnera, de la que vivía. Le requirió al barbero el consiguiente aguinaldo que siempre decía que era prestado, pero que nunca devolvía. Andrés, que desde que habían abierto el bar Satélite al lado de donde ejercía su oficio, entre idas y vueltas, aprovechando los momentos en que no tenía clientes, para saborear una buena tapa acompañado de una copita de vino fino, había notado en su cuenta de explotación cierta merma en el diferencial entre ingresos y gastos, esa vez, al objeto de disuadir definitivamente al descarado que vivía de gañote a que no reincidiera, tuvo muy bien pensado la respuesta a proporcionarle. Le alegó, poniéndose tremendamente serio y mirándole fijamente a los ojos para darle todo viso de credibilidad, con voz contundente, lo siguiente: “Mira Felipe, eso ya nunca va a ser posible más. Acaba de entrar ahí enfrente, en el Banco Hispano, un muchacho nuevo, y he llegado a un acuerdo con él que ya he firmado. No quiero tener más competencia, que bastantes barberos hay ya repartidos en el pueblo. Así que ni yo puedo prestar dinero, ni ninguno de los que trabajan ahí pueden pelar a nadie”.

Año 1932. Los dos hermanos varones fueron primeros en nacer, Juan en 1930 y Manolo en 1931. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

Manolo, a diferencia de lo que algunos hubiéramos pensado, porque siempre lo vi en el pueblo, lógicamente por nacer veinte años después que él, vino al mundo en La Estación, siendo el nueve de septiembre del año 1931. Su hermano mayor, Juan, lo hizo un año antes, su oficio desde joven estaría, como su padre, dedicado a la carpintería, y su hermana Teresa alumbró dos años después.

Año 1937. Juan, Teresa y Manolo, los tres hermanos que nacieron y tuvieron sus primeros años en una España convulsa, de la que sobrevivieron, cuando eran muy altas las tasas de mortalidad infantil. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

Su padre fue Andrés Gallego Vera, nacido al principio del siglo pasado. Era carpintero y un gran devoto de la Reina de los Ángeles, a la que no podía dejar de acompañar en ninguna de sus Novenas celebradas en la Estación, donde se halla su Santuario, como tampoco cuando cada cinco años se procesionaba por las calles de Jimena. Su nieta Isabel Mari, hija de Teresa, hoy Sacristána del Convento, ha continuado esa tradición.

Década de los años cincuenta y sesenta. No había procesión de la Reina de los Ángeles, ya fuera por las calles de la Estación, o por las de Jimena, donde no faltara el padre de Manolo, Andrés Gallego Vera, haciéndose ver en primera línea. Falleció en 1975. Foto: Retratos de Jimena, Ediciones OBA.

Y su madre fue María Macías Maldonado, seis años menor que su esposo. En aquel tiempo de nacimientos, la descendencia vino al mundo en una casa cercana a la estación de la Renfe, donde habitaba el matrimonio. También en el mismo hogar familiar, vivía con ellos el abuelo por parte de la rama materna, Manuel Macías Jiménez, que pronto se quedó viudo; cuando estalló la guerra, en julio de 1936, contaba con cincuenta y seis años.

Manolo siempre recordó de su infancia la cercanía afectiva que mantenía con la descendencia de los Vallecillo Soriano, que moraban en la fábrica de harina de la Estación. Los tres hermanos eran mayores que él, Nina y Ana María, así como Gonzalo. Le encantaba como juego sus correrías con ellos por la finca de al lado de la industria, llamada Los Chorros. También, debido a la pronta muerte de su madre, sucedida el año 1943, cuando contaba con doce años, tuvo que marcharse con su padre y hermanos por un par de años a San Fernando, retornando nuevamente al municipio de nacimiento, pero ya no a la Estación sino al pueblo, a la calle Jincaleta cercano a la casa de los Corbachos.

Casi al lado y en la misma acera, casi dando esquina con la calle San Sebastián, tuvo la escuela dirigida por un gran maestro nacional, Guillermo Ruiz Jiménez, que procedía de Algeciras, a cuyas clases asistía, siendo ya un muchachito-

Año 1946. Manolo, con quince años, en todo lo alto, el primero por la izquierda, siendo el cuarto el maestro Guillermo Ruiz Jiménez. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

Manolo Gallego era un gran amigo de mi padre, también el médico de su familia, a pesar de la diferencia generacional que les separaba, lo que hacía que lo tuviera como muy allegado. Cuando se casó el mes de marzo de 1960 con su amor de toda la vida, Nico Torres Marchena, no podíamos faltar. Nico era hija del zapatero Pedro Torres, que tenía su taller donde vivía con su familia, en calle Sevilla en su tramo del barrio arriba, a continuación de la tienda de Pedro Núñez y del bar Vargas, antes de cruzar la entrada al Callejón Techado. También era ahijada del matrimonio entre Pedro Quirós Piñero y Pilar Rocha Domínguez que era prima de su padre, que no tuvo descendencia. Poseían estos cónyuges una tienda y una funeraria al comienzo de calle Sevilla.

11 de Marzo del año 1960. El día de la boda entre Manuel Gallego Macías y Nico Torres Marchena, en el estudio de fotografía de Parauta. Ceremonia transcurrida en la iglesia del barrio arriba, Nuestra Señora de la Victoria, correspondiente a la parroquia de La Misericordia, asistida por el sacerdote Mariano Fosela Aguilera, originario de Los Barrios, y cuyo convite se celebró en el bar de Vargas. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

No faltamos a la boda y al convite que se celebró en el citado bar del vecino. Aún rememoro, teniendo nueve años, la agradable tarde de asueto de aquel evento, contando con la compañía, junto a mis progenitores, de mi tía Eulalia Gómez García y de su marido José Luis Pérez-Gil, vecinos de la novia. De este enlace conyugal, nacieron sus dos hijos, Pilar y Pedro.

11 de Marzo del año 1960. Convite de la boda entre Nico Torres y Manolo Gallego, celebrado en el bar Vargas. De izquierda a derecha: Antonia Pascual Pérez, Eulalia Gómez García, Isabel Huertas García, Juan Trillo Trillo, José Luis Pérez Gil y Ana Cigales Pérez. Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

A Manolo Gallego intenté entrevistarlo en el verano del 2017 para que contara cómo veía, desde su perspectiva, la vida transcurrida, a la vez que recorriera los hitos más significativos que rememoraba la Jimena que existió en las distintas etapas de su vida. Entré en su casa, de improviso al encontrármelo en la calle próxima, ya con un bastón, entre el antiguo cine Capítol, desgraciadamente cerrado, y aquel banco que no había dejado huella ni heredero financiero en el edificio que lo albergó, tras ser absorbido por el Santander, agradeciéndole que me hiciera pasar a su interior como si se tratara de un familiar, como si el tiempo no hubiera transcurrido para los dos, con un viejo aparato de radio que recuerdo tenía al fondo de su salón de entrada que me hizo catapultar al pasado para un buen arranque de conversación. Pero esa mañana no entramos en grandes profundidades, si en anécdotas futboleras, para dejarlas pendientes en un próximo futuro en que ya avisaría con antelación.

No obstante, también abordamos algunas cuestiones relacionados con los jefes que tuvo en el banco. A mis preguntas, me contestó que Juan de Quinta fue el primer director que tuvo la sucursal del Hispano de Jimena, que se jubiló por edad. Que le siguió como responsable de la entidad, pero en la condición de apoderado, Andrés José Caro de Pazos que llegó al pueblo en 1954 acompañada de su señora, Matilde Porrúa y Quirós, ambos oriundos de Arcos de la Frontera, viviendo el matrimonio en la calle San Sebastián número 69, -precisamente enfrente de donde viví y tenía mi padre la consulta médica-, donde estuvo el antiguo juzgado, y que luego, en 1962, dicha saga marchó del pueblo con destino a la sucursal de la misma entidad en Coria del Río, habiendo tenido ya descendencia jimenata.

Año 1955. La pareja de cigüeñas que anidaba en la cornisa del Campanario y que según me dijo mi madre era la encargado de traer desde París un niño al matrimonio Caro Porrúa que vivía en la casa del juzgado enfrente de mi casa. Fuente: Ignacio Trillo.

Según me dijo mi querida madre, esa prole de Caro y Perrúa había llegado a sus padres portada en el pico de las cigüeñas que anidaban en el Campanario del Paseo, fábula que lógicamente me creí a pies juntillas, más viniendo de mi vehemente progenitora que todo lo contaba hasta en los últimos detalles con pelo y señales, aunque conforme me fui haciendo mayor constaté además que «a su forma», más o menos como el ratoncito Pérez o los Reyes Magos. Ello comportó, cuando se lo conté a mis amiguitos, para que dejaran de tirar piedras contra esas blancas aves que posaban tranquilamente en la cornisa de la torre que quedó en pie de lo que fue la iglesia Nuestra Señora de la Coronada, ganarme un buen abucheo por parte de los niños mayores que ya sabían que «las madres son como las cabras, que paren», según, tras hacerme llorar por el bochorno que me hicieron pasar, me revelaron; eso sí, teniendo antes que cruzar los dos dedos índice de mis manos, formando una cruz, para a continuación darle un beso, señal de auténtico juramento ante Dios, que de resultar falso me condenaría directamente al fuego de Satanás, de que no me iba a chivatear de quién me lo había hecho saber, ya que estaba considerado pecado 4R, gravemente peligroso, para los que habían hecho la primera comunión, no era mi caso ya que me faltaba aún un buen trecho para postrarme ante el confesionario.

Pues bien, para cubrir ese puesto de director del banco Hispano donde trabajaba Manolo, llegó Juan Bersabé Gálvez en 1958 procedente de Écija, que además era un profundo conocedor y amante del flamenco. Sin olvidarnos de la amistad que ya gozaba nuestro jimenato recordado con José Domingo Carrasco Corbacho, que también estaba empleado en ese banco, en la condición de interventor, durante el periodo que hablamos -llegó a principios de 1954 y se marchó con destino bancario a Sevilla en 1969- y que procedió antes de San Martín del Tesorillo. Carrasco era oriundo de Alpandeire, cuyo tío abuelo era el capuchino y beato, Fray Leopoldo, que además de dedicarse a hacer milagros le pagó los estudios. Fue vecino de calle Consuelo, con su mujer Maruja Santos y sus cinco hijos, cuatro nacieron en Jimena, en tanto la mayor, Amalia, llegó con escasos meses. Por las tardes, daba clases particulares en su domicilio, tenía acabada la carrera de Filosofía y Letras, y contaba también con la delegación en el pueblo de Radio Juventud de la Línea de la Concepción, cuyo hermano Salvador era su director. A su domicilio, íbamos por encargo de nuestros mayores. Por veinticinco pesetas, podíamos figurar, como los famosos, con nuestros nombres y apellidos y en fechas señaladas, en los pesados programas de discos dedicados, cuyas ondas tan nítidamente se oían en aquellos aparatos radiofónicos de época, a diferencia de las emisoras que, en onda corta, querían escuchar a escondidas los que deseaban saltarse la censura informativa para enterarse de lo que realmente pasaba en nuestro país y en el resto del mundo; me estoy refiriendo a radio Andorra, radio París o La Pirenaica.

A la marcha de Bersabé, ocurrida en 1969, fue nombrado como nuevo director, Fernando Medina, que tampoco era jimenato. Acabó trasladado a Algeciras, arrastrando a Manolo, que inicialmente, y a diario, era Serafín, con su taxis y pagado por el banco, el encargado de transportarlo en un ida y vuelta a lo largo y estrecha carretera de treinta kilómetro llena de baches a su puesto de trabajo. No obstante, acabó yéndose a vivir con la familia a esa capital de «los especiales», cuyo edificio inanciero se hallaba junto a la plaza de abastos. Así, hasta que el año 1990 se prejubiló y retornó con los suyos nuevamente a su pueblo natal, a vivir hasta el resto de su vida en la misma casa de calle Sevilla que se fueron a vivir tras lña boda y que antes había sido habitada por los padrinos de Nico: Pedro Quirós Piñero y Pilar Rocha Domínguez, que yacían ya en paz descanse. Treinta y un años jubilado, indica que Manolo ha sabido saborear bien la existencia, sin tener durante el último tiempo de prolongación obligaciones ni preocupaciones laborales.

Años 60. Aquí Manolo, bebiendo un vaso de cerveza, con la compañía de su mujer Nico y familiares de ella, como amistades vecinales del barrio arriba: las Caba, Boza, Segovia.... Foto: Retratos de Jimena. Ediciones OBA.

En ese reencuentro que mantuve con Manolo, estaba reciente el fallecimiento de su esposa Nico, sucedido el seis de octubre de 2016, y no quise abusar de un estado de ánimo que no era el mejor. Ahora, me arrepiento por no haberse vuelto a presentar la ocasión para efectuar esa charla pendiente, porque seguro que, con sus noventa y un años más que cumplidos, nos podía haber aportado su valiosa visión sobre la vida de uno de esos jimenatos privilegiados que el tiempo que le tocó vivir se mantuvo casi permanentemente residiendo o conectado con el pueblo, no sucedido por tantos otros habitantes de la localidad que conocieron tantos éxodos, políticos como, por razones de buscar trabajo, migratorios.

9 de septiembre de 2021, Manolo celebraba su llegada a la década de los noventa, dispuesto a compartir la tarta con sus dos hijos, Pilar y Pedro, y los dos hermanos, Juan y Teresa, que le siguen en vida. Foto: Pilar Gallego Torres.

Jimenato de nacimiento siempre saboreando su pueblo, Manolo Gallego se nos ha ido con la paz que siempre presidió sus actos.

Para el relato de esta semblanza, han sido consultados sobre cuestiones puntuales, junto a su hija, Pilar Gallego Torres, los jimenatos que lo conocieron: Francisco Gutiérrez Ordoñez, Francisco Jiménez Jiménez «Currini», Diego Rocha Sánchez y Andrés Macías Sánchez, así como la hija del director que tuvo en el Banco Hispano Americano, Antonia Bersabé Borja, el hijo de Juan Caro que fue apoderado, de nombre Cristóbal Caro Perrúa y Amalia, la hija mayor del que fue interventor en el mismo banco, Domingo Carrasco.

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