Introducción
Ignacio Trillo
Finaliza, con este sexto y último capítulo, la entrevista que le realiza Gely Ariza (G.A.) a su nonagenaria madre Ángeles Núñez (A.N.) nacida en la localidad campogibraltareño de Jimena de la Frontera, acerca de lo que fue su existencia a lo largo de los ocho años (1932-1940) que aconteció su vida en este municipio, inmersa en uno de los periodos de tiempo más convulsos de la historia de España; a añadir, en este final, su obligada marcha de Jimena y llegada a Algeciras, acompañada de otras pinceladas sobre los avatares nada fáciles que aún le esperaban superar.
Recordar que la reconstrucción de esta historia familiar unida a la local de Jimena que por primera vez se hace pública, se efectuó por Ángeles Núñez, haciendo uso de la privilegiada memoria que conserva, durante la etapa dura del confinamiento por el COVOD-19 donde se sumergió en el acontecer de la vida cotidiana de su infancia para írsela transmitiendo, acompañada de fotos y documentos, a hijos y nietos.
Sí en el capítulo anterior al horror de la guerra se le sumó la dolorosa pérdida de la vida del padre de familia, José Núñez Gallardo, producida de forma inesperada e instantánea, así como la triste ruptura de la relación con la rama familiar del primer matrimonio del finado progenitor por motivo de su herencia, nuevos sobresaltos van a presentarse en el seno de esta madre viuda con dos hijos pequeños.
A continuación, doy paso, por tanto, al término de ese diálogo:
G.A.: Os ganasteis la vida. Volvamos a nuestra historia y cómo te marchaste en el 1940, con ocho años de Jimena. Una vez más, la salida fue para tu madre un destino por el que había que ilusionarse y siempre parecía que sabía cómo hacerlo.
A. N.: Cuando nos fuimos a Algeciras, de las primeras cosas que hizo mi madre fue gestionar las plazas para el colegio. Había uno, el de la Inmaculada, que estaba cerca de casa. A la directora la conocía Tito Enrique Chamorro. Habló con ella y de inmediato, me admitieron.

Se hallaba a la espalda de donde estaba la Cruz Roja y la Telefónica. Muy pocos días estuve en ese colegio porque me fui a Cádiz unos meses con Tita Salva y su marido, Pepe Buscató, los padres de la prima Mari Nieves que continuaban con la tradición de cantar y recitar de la familia. Recuerdo perfectamente que las navidades del 40 al 41 las pasé con ellos. Me trataron con muchísimo cariño y procuraban que no me faltase de nada a pesar de los tiempos tan duros que se vivían. La gente por las calles se comían lo que se encontraran, hasta las cáscaras de plátanos. En esa época tenía ya mis dudas sobre si los Reyes Magos eran reales o serían los padres, pero fue una cabalgata tan impresionante la que transcurrió que quedé totalmente convencida de que los Reyes eran los auténticos de Oriente. Me inscribieron para el tiempo que estuve con ellos en un colegio hasta que mi madre se pudiese situar y me recogiese para empezar una nueva vida en Algeciras.
Ángeles Núñez Gómez y su hermano Isidro. Foto: Ángeles Núñez Gómez
Cuando volví de Cádiz, ya mi madre, que se había quedado con mi hermano Isidro en Algeciras, se hallaba instalada en una casa en la calle General Castaños, con posibilidad de alquilar habitaciones. De inmediato, la tía Teresa y la tía Chana se vinieron a vivir con nosotros. La situación económica no era la misma que en nuestra vivencia en Jimena. Faltaba de todo en todos los sitios. A los niños no se nos contaba nada pero se entendía. Mi madre tenía todo lo que pudo y a mí me pareció más que suficiente. Siempre conseguía que aun en la escalera oliera a comida rica. La casa donde viviríamos estaba ya montada, con algunos muebles que había podido traer de Jimena completados con los de una tienda de enseres de segunda mano que había en la algecireña calle Panadería. Quedó bastante aceptable. Había muchos militares buscando habitaciones para alquilar y mucha carencia de viviendas para dormir o comer. Mi madre, en esos primeros momentos no alquilaba las habitaciones sino que a un grupo de catalanes, que habían sido antes militares prisioneros republicanos, muy correctos y educados, que ese era el comentario que siempre escuché cuando se tocaba este tema, les cocinaba. Ellos llevaban a mi madre del economato militar todo lo que les correspondía para cocinar en una familia. Con lo que traían tenían que tener para ellos y para todos los que estábamos en casa. A escondidas, los soldados portaban en los calzones algún bollito de pan que a mí me sabía a gloria. Mi madre era la que cocinaba sin cobrarles nada. A cambio, comíamos nosotros. No había extraordinarios pero nunca nos faltó lo elemental: pan, aceite, legumbres… Nosotros igualmente, para el día a día, añadíamos lo que nos daban con las cartillas de racionamiento. Mi abuela materna, Mamá Juana, quiso venirse cerca de nosotros y reclamó el derecho al estanco que le correspondió a mi madre por trabajar en la centralita de teléfono de Jimena antes de contraer matrimonio y que ya no utilizaban en la tienda de mi padre que pasó a mi hermano Pedro. Se lo concedieron y lo abrió en la calle Panadería. La hija del tío Salvador, el veterinario de Jimena, Juanichi, cuyo padre seguía encarcelado, fue la que ejerció de dependienta.

Mis primeros recuerdos en Algeciras son del colegio. Los niños solo podían estar allí hasta la primera comunión y a continuación pasaban a los Salesianos. Mi madre volvía a ser feliz cuando yo llegaba a casa y estaba en el cuadro de honor por conducta y aplicación. Yo estaba tremendamente contenta en la escuela. Progresaba muy deprisa.
Colegio de niñas.
Conservo una foto del colegio de mi hermano. No tengo ninguna mía. De las tres monjas que aparecen, la más delgadita a la derecha, la que está al lado de mi hermano, es Sor Eufemia, una maestra muy dulce. Era la que daba clase de música, más concretamente de piano, aunque esa materia yo no la daba. Pero sí que también, llevaba el coro de la iglesia y rápidamente ingresé en él. Con poco esfuerzo fui elegida. Estuve con Sor Candelaria, la que está en el otro extremo de la foto que viene a continuación. Aunque la que llevo en mi corazón, fue Sor Mercedes, de carácter fuerte pero una gran persona.
La clase del colegio de religiosas La Inmaculada de Algeciras donde ingresó el niño Isidro Núñez Gómez que aparece a la derecha de la foto con las manos hacia atrás, delante de la monja Sor Eufemia. A mano izquierda, Sor Candelaria que tanto le agradaba a su hermana Ángeles. Foto: Ángeles Núñez Gómez.
El aula donde recibía las clases era espléndida. Tenía cuatro balcones, dos que daban al patio y dos a la calle las Huertas. Había un aseo solamente para nuestra clase. La mesa de nuestra profesora Sor Mercedes estaba encima de una tarima bastante amplia. La pizarra se hallaba colgada entre los dos balcones que daban al patio. Los pupitres eran individuales pero se unían de dos en dos. Las entradas y salidas las hacíamos en fila. Rezábamos antes de empezar la clase. El recreo era en ese patio tan fresco de la foto donde se observa a mi hermano y por detrás figura la imagen escultórica del Sagrado Corazón. Por las tardes, hacíamos labores y rezábamos el rosario. Los sábados colaborábamos con la limpieza de la clase. Nos encantaba sacarle brillo a la tarima, nos lo pasábamos genial. Los pupitres de madera olían de forma especial. Se levantaba la tapa para guardar los libros. Estudiábamos con una Enciclopedia todas las materias: Matemáticas, Lengua, Historia Sagrada, Urbanidad, Aritmética, Geografía, Historia de España, etc. La asignatura de religión era aparte con su catecismo.
Pupitre de los colegios de entonces.
El dictado lo escribíamos con la pluma mojando en el tintero que estaba en el hueco del borde del pupitre. Algún borroncillo salía y por eso no nos podía faltar el papel secante. El libro de lectura, algún lápiz, goma y el cuaderno de Caligrafía eran materiales que usábamos. La cartera que llevábamos era una maletita de cuero. Era complicado conseguirlo todo.
La primera comunión la hice en el colegio en el 1941. Recuerdo perfectamente que ese día después de la celebración en el colegio nos fuimos a los Pinares, al Rinconcillo, que se halla también en Algeciras, a una casa que tenía allí tito Enrique Chamorro y donde nos reunimos toda la familia. Fue un día muy bonito y entrañable. Desde pequeña mis rezos, persignarme, asistir a misa, cantar en la iglesia y, más que nada, entender el sentido de hacer el bien de la religión me ha dado mucha fuerza en la vida.
La clase donde yo estaba, estaba separada de otra por una especie de cristalera que se movía. En las celebraciones como en las comuniones se corría y se quedaban unidas las dos aulas; se ponían unas mesas largas muy bien preparadas y nos servían un chocolate con bizcochos. Cuando yo venía del colegio cogía mi pan y alguna vez chocolate. El chocolate estaba más bueno que el pan porque en esos tiempos, con el hambre que había, aunque era regular representaba ser un lujo. Me iba a la calle a jugar siempre que podía. Disfrutábamos así. No necesitábamos gimnasio y hacíamos muchísimo ejercicio al aire libre.

Saltábamos a la comba, jugábamos al diábolo, a la gallinita ciega, al palmetazo, a la china, a piola, y como no, aprendíamos a bailar las sevillanas. Mi madre me puso una profesora para que terminara de ejercitarlas bien. No sé cómo lo hizo. Se llamaba Angelita, un poco calladita pero lo hacía maravillosamente bien, que de eso se trataba.
En Algeciras pasado el tiempo hubo un momento en que ya no había tantos militares. Lo que sí se encontraban eran familias buscando habitación con derecho a cocina. Familias enteras iban y venían de unos pueblos a otros buscando empezar de nuevo como habíamos hecho mi madre, mi hermano y yo. No había viviendas y los que tenían, vivían con muchas necesidades. Nos arrechuchamos y mi madre alquiló habitaciones en la casa. Os podéis imaginar que los espacios comunes que se compartían había que darles un buen limpiado y aún no se había inventado la fregona. Así que a limpiar bien y a arrodillarnos con el cubo, el jabón hecho de aceite usado y la «jozifa» para ayudarnos que de eso se trataba.
Cómo las mujeres desde el ancestro han estado limpiando el suelo de las casas, hasta que ya adentrada la década de los años sesenta del siglo pasado un palo, dando paso a las modernas fregonas, puso de pie a millones de limpiadoras.
G.A.: A veces, cuando todo parece que se endereza viene un dolor y todo lo rompe como cuando enfermó tu hermano Isidro.
A. N.: Todo volvió a pararse aquel día 29 de septiembre del 43, que empezó a ponerse mi hermano Isidro enfermito en el cine Avenida al que habíamos ido los tres.

No puedo explicar lo que mi madre corrió para conseguir dinero que permitiese operarle porque le diagnosticaron peritonitis. Antes, como le dijeron que le pusieran hielo, corrimos a la fábrica de hielo que estaba por donde el hospital de la Caridad para que no le faltara. Tenía mucho dolor mi hermano. Nos dijeron que el primo Paco, el médico, podría solucionarlo, el mismo que acompaño a mis padres en ese viaje tan difícil a Madrid para intentar que liberaran a mi tío Salvador, el veterinario de Jimena. Él fue quien nos dio el diagnóstico. Nos recomendó como mejor cirujano a D. Tomás Urbano. Nos dirigimos a él y nos pidió que había que hacer un pago por adelantado. Ante la falta de dinero en ese momento para ese gasto tan grande para nosotros, mi madre fue a los que le habían vendido la casa donde vivíamos y le adelantaron el dinero de la operación para luego pagárselo poco a poco. Ya con todo arreglado tuvimos que volver a casa para poder llevar, era exigible, la cartilla de racionamiento que no habíamos presentado y que la esperaban para que pudiera empezar la operación. Tristemente, no pudo ser y falleció. Las vecinas decían que había ocurrido porque habría comido palmicha que es un fruto de la palma silvestre que ya nadie come ni recuerda pero que los niños de la época sí que recogían en racimos para comer pero también para jugar.
En el colegio de los Salesianos fue tremenda la conmoción porque acababa de venir de disfrutar mucho en una excursión cuando se empezó a encontrar mal. Le pidieron a mi madre que no pusieran coche para el entierro porque los propios alumnos lo llevarían a hombros de lo querido que era. A mi madre ya no le cabían más dolores. Nos quedamos las dos solitas en casa con toda la pena para nosotras. A partir de entonce era yo quien salía a la calle para hacer todas las compras, avisos, gestiones, lo que fuera porque a mi madre le costaba la misma vida y yo, con once años cumplidos, no era plan de que fuera llorona sino tenía que ser animosa. No podía achicarme.

Aún de luto, mi madre quiso visitar a su hermano Salvador, que estaba fuera de la cárcel, con su madre y yo les acompañé a Córdoba. Lejos quedaban para mi tío aquellos tiempos de sus deseos de la familia unida en Jimena, reuniones políticas y de masonería, su ganado y su terreno, su trabajo…
Salió un tiempo de prisión con todas las propiedades incautadas y con pena de destierro. Había vuelto a Los Barrios un tiempo antes y montó un bar frente a la casa de su abuela en la calle Rosario que no tuvo más remedio que cerrar. Del primer marido de su abuela Mamá Jesús, Juan García Valverde, leyó siendo pequeño libros de masonería. Tras haber estado enfermo, en el tiempo de la cárcel y con las nuevas denuncias falsas que soportaba, estaba muy mal de ánimo y salud. Yo seguía en mis once años y solo recuerdo el frío de Córdoba y el abriguito negro por el luto de mi hermano que no me quité en todo el tiempo que estuve allí. En esa época los vivos nos quedábamos con los lutos siempre recordando a los muertos aunque fuéramos niños.
Salvador Gómez García fue uno de los once hermanos que tuvo María Jesús, madre de Ángeles Núñez Gómez, quién ejerciendo de veterinario municipal en Jimena trajo a su hermana a esta localidad en el año 1929 para hacerse cargo de la centralita de teléfono, y con ello surgió la oportunidad de conocer al jimenato Pepe Núñez con el que se casó en mayo de 1931 y enviudó nueve años después. Hombre culto, inquieto y librepensador, había nacido en Los Barrios el seis de agosto de 1901, y en 1930 en su parroquia local se casó con la nativa del municipio malagueño de Arriate, Carmen Romero Macías, dos años mayor que él y procedente de una familia muy conservadora. En el domicilio jimenato que continuó viviendo, calle San Sebastián número 10, el matrimonio tuvo dos hijos, Juanichi, nacida en 1931, e Isidro que lo hizo en 1935.
La llegada de la II República colmaba sus anhelos como oportunidad de libertad, justicia y cultura para España que el fracasado Antiguo Régimen coronada por la monarquía de los Borbones lo había hecho imposible. En las postrimerías de la Dictadura de Primo de Rivera ya pertenecía al Comité Republicano Federal de la Agrupación de Jimena al Servicio de la República. Se destacó como vicepresidente local del partido republicano de centro, Unión Republicana, cuya presidencia en lo ejercía el médico e íntimo amigo, Guillermo Ortega Durán, nacido en el municipio malagueño de Montejaque. Asimismo, fue miembro de la logia masónica local, Fénix 66, junto a su otro gran amigo y pariente, el médico José Montero Asenjo, dedicado a obras benéficas y filantrópicas y cuyas reuniones las celebraban en la Casa Grande de calle Santa Ana.


Sucedido el fallido golpe de Estado del 18 de julio de 1936 por militares coloniales africanistas, y fracasar también en Jimena, fue miembro del Comité Local que se constituyó en el pueblo para hacer frente a una posible invasión del municipio por parte de los sublevados que habían ocupado el litorl campogibraltareño y en su condición de veterinario municipal responsable de la Comisión de Sanidad y de Abastos para hacer frente a la emergencia de los refugiados que llegaban por cientos de las zonas que fueron ocupando a sangre y fuego la felonía. Ante la amenaza de tomar Jimena, ocurrida el 28 de septiembre de ese mismo año de 1936, huyó de la localidad despavorido, junto a la mayoría de la población, en lo que se denominó "La Juía". De Jimena pasó a Estepona y de allí a Málaga, dode estuo dos o tres días, a Alicante donde permaneció tres meses al igual que a continuación los siguientes cinco meses lo llevó a cabo en Cartagena, hasta establecerse en la ciudad de Jaén donde permaneció, ejerciendo como veterinario municipal adscrito al Instituto Provincial de Higiene, hasta que al final de la guerra ese territorio cayó en manos franquistas. Y a partir de ahí empezó su calvario.
Acusado por la Ley franquista de Responsabilidad Política de febrero de 1939 de haber pertenecido a las organizaciones y organismos ya reseñados, que se "caracterizaron por sus acciones contra el Glorioso Movimiento Nacional", según las diligencias practicadas por los victoriosos, y a pesar de no haber estado en el frente de guerra ni haber empeñado arma alguna, fue encarcelado en tanto se elaboraba el sumario, desposeído de sus bienes, de su carrera profesional y procesado por Auxilio a la Rebelión ante un tribunal de guerra en procedimiento sumarísimo de urgencia constituido por militares felones que precisamente fueron quienes se alzaron bélicamente contra la legalidad constitucional. Tres años después, volvería a ser nuevamente procesado y encarcelado, ahora por La Ley contra la Masonería y el Comunismo de abril de 1940, y confinado a Estella (Navarra). Cuando empezó a rehacer su vida en Los Barrios, donde montó un bar que empezó a irle bien, una venganza de la derecha cerril de esta localidad le llevó nuevamente a ser encarcelado con la acusación de terrorista al atribuírsele prender fuego a las fincas Palmares y Castrillón del muncipio con la pretensión de hacer volar el polvorín militar cercano, hecho que pasado el tiempo se demostraría falso. Aparte de las varías cárceles y confinamientos en los que estuvo en distintos lugares de la geografía hispana, como en Ronda (Málaga), también conoció los campos de concentración para la realización de trabajos forzados de Los Barrios y Montejaque. Finalmente, después de mucho batallar porque se le repusiera de su condición de inspector veterinario, cuando sucede afirmativamente en 1948 ya se halla enfermo, mermada su estado de salud por las prisiones y los sufrimientos, falleció de tuberculosis pulmonar en la ciudad de Córdoba el 12 de mayo de 1950, contando tan solo con 49 años. En la otra parte del Atlántico, en Caracas, en este caso en el exilio exterior, había fallecido, año y medio antes, su íntimo amigo y compañero de militancia, el médico, jimenato de adopción, Guillermo Ortega Durán sin llegar a cumplir los sesenta años.
G.A.: Remontasteis otra vez a la alegría. Poco a poco se fue recobrando hasta la manera de respirar que aprendiste de pequeña. Volvieron colores y canciones.
A.N.: Justo frente a nuestra casa, en el número 27 vivían un comandante de transmisiones con su señora y dos hijos. Tuvimos una relación de amistad muy bonita. Don Teófilo y Doña Pepa que así se llamaban y sus hijos: Juan y Filito nos siguieron ayudando con lo del economato militar. Mi chocolate lo tuve ocasional pero asegurado.

De estos momentos sí que tenemos foto paseando con mi madre y mi hermano Isidro antes de morir por Algeciras. Mi madre va sonriente y me encanta verla así.
Al volver a la casa siempre había movimiento de gente. Mucho tiempo tuvimos alquilados a un matrimonio con un niño que se llamaba Pepito. El marido se llamaba Pepe y la mujer, Teresa. Eran de Huelva. Ese niño se crio entre relojes. Pepito ha seguido con la profesión de su padre y es un gran relojero. Restauró el reloj de la iglesia de la Palma en Algeciras, el de Los Barrios y le hicieron hijo adoptivo de Algeciras. También recuerdo que tuvimos de huésped a un cocinero del hotel Término.

De esa época conservo una foto en la que estoy con una de las familias: Doña Cari y Alfredo, su hijo, que era de la policía secreta. La novia era Luisa, hija de un maestro que vivía más arriba de donde vivíamos nosotros. Estábamos en la portada de la feria del año 1945 que pienso que tuvo muchísimo éxito. Se trataba de un pandero grande roto, y se entraba por ahí. La idea fue del alcalde Don José Gázquez. Lo considero un alcalde muy querido y el mejor fotógrafo que había en ese momento en Algeciras. Fue a Sevilla y vio un espectáculo de Juanita Reina, le encantó la pandereta y se llevó la idea para hacer la entrada aquel año en la feria que estaba emplazada en lo que hoy es el principio de la Avenida de las Fuerzas Armadas. Antes ahí comenzaba el Paseo del Calvario que era donde estaba el Instituto.
Algeciras, año 1945. Alfredo, inspector de policía, su novia Luisa, hija de un maestro, la madre de Alfredo, doña Cari y contando ya con trece años, Ángeles Núñez Gómez, la entrevistada. Foto: Ángeles Núñez Gómez.
Siempre salgo bien arreglada en las fotos. Mi madre me hacía los vestidos con los retalitos que conseguía a buen precio y aunque el patrón era más o menos siempre el mismo, ella encontraba algo que hiciese cada prenda diferente. La máquina de coser echaba humo cuando ella se ponía y no te digo nada cuando me hizo un vestido de gitana con mucha improvisación y nada de remiendos, lo bonito que quedó.
Ángeles Núñez Gómez con el traje de gitana que le había confeccionado su madre María Jesús Gómez García. Foto: Ángeles Núñez Gómez.
— «Si quieres estudiar nos sacrificamos, pero si no, en casa haces falta. Cuando tengas los dieciocho años cumplidos harás el Servicio Social que es obligatorio y a prepararte para las oposiciones de Telefónica»— me dijo muy seria mi madre ya que lo tenía claro y acertadísimo. Ella seguía pensando que era un trabajo muy bonito y bien remunerado. De todas formas pienso que si me hubiera podido quedar en el colegio que tanto me gustaba haciendo el bachiller, hubiera seguido estudiando más. No me arrepiento. Lo siento y nada más. Aprobé las oposiciones de telefonista sin abandonar los ensayos en el coro de la Iglesia de la Palma. El día que llevé el primer sobre con la paga a casa, ese día creo que respiró muy satisfecha mi madre. Y siempre se lo llevaba cerrado. Un día llegué no solo con la paga sino con una gran noticia. Me habían concedido una plaza en Madrid. Previamente yo se lo había consultado y mi madre me dijo que si me ilusionaba que adelante porque tendríamos lo mismo en un sitio que en otro. Quisimos reír y claro que reímos. Y nos fuimos a Madrid. Era seis de junio de 1956. Tenía ya veinticuatro años. Comenzábamos una nueva vida…
The End
Epílogo

Me ha llenado de satisfacción saber que a raíz de la publicación del capítulo anterior de esta entrevista, dos familias que allí se citan, que se consideran desde la distancia jimenatos de pura cepa, sin conocerse físicamente, se han puesto en contacto entre ellos y han mantenido una larga conversación, vía telemática, sobre el periodo histórico que atravesaron sus antepasados, centrados en los contenidos de este relato y en otros pormenores añadidos.

Lo han llevado a cabo porque se han considerados tan allegados como para contactar y charlar animosamente como si se conocieran de toda la vida, porque son descendientes de dos amigas de tierna infancia que se vieron obligadas a abandonar el pueblo que las vio nacer y ya no volvieron a encontrarse más, pero no se olvidaron la una de la otra. Como tampoco transmitirle tal hecho en reiteradas ocasiones a sus descendencias que bien supieron conservarlo en sus mentes.
Ahora, las dos familias han sabido lo que fue de sus vidas a través de los relatos divulgados en este blog. Me estoy refiriendo a dos sagas, con tronco común en Jimena de la Frontera, que el azar les llevó a otras latitudes, producto de esa cíclica diáspora jimenata que se ha ido repitiendo entre el vecindario en varios periodos históricos, unas veces por guerras y otras por emigración laboral.

Por una parte ha contactado la familia procedente de la nonagenaria jimenata, Ángeles Núñez Gómez, que ha protagonizado estos episodios sobre su semblanza a su primera edad, continuando hoy enormemente activa desde su base en Madrid que comparte con sus hijos, Nuria y Manolo, a la que se le ha sumado su otra descendiente que ha actuado en estas narraciones de entrevistadora, Gely, que habita en la campogibraltareña localidad de Los Barrios, a la vez que su cuarta heredera, la heroína que contemplamos diariamente en los telediarios, Almudena Ariza Núñez, que a pesar de hallarse en la arriesgada tarea de cronista de guerra en la sangrante Ucrania ha podido al menos saludar en ese encuentro producido entre ambas familias.

Por la otra rama, ha conversado desde Venezuela, Rocío Izquierdo Arjona. y desde Chile su hermana Sandra, hijas de la jimenata Juanita Arjona Navarro, ya tristemente ausente por su fallecimiento sucedido en el 2006, y por tanto sin volver a saber qué fue de su entrañable amiguita de infancia, Ángeles. También Juanita se tuvo que marchar de Jimena, en este caso acompañando a su madre Mari Ángeles Navarro Ferrer y junto a su hermano menor Cristóbal, que aun vive con residencia también en Venezuela y con noventa años cumplidos, para vivir junto al padre de familia, Juan Arjona Gil, el practicante republicano de Jimena, que se hallaba exiliado en ese país Latinoamericano por el único delito, de pensar diferente al cuartelero gobernante de España que se impuso por las armas contra la voluntad popular. Allí casada y feliz, Juanita, al igual que lo hizo Ángeles con sus cuatro hijos, supo transmitir también a sus tres descendientas sus amistades de infancia y en este caso también de adolescencia y juventud, abandonó nuestro país en 1949, nueve años después que lo hizo Ángeles, los usos y costumbres de la tierra de sus antepasados, Jimena de la Frontera, tales como: su música, sus bailes, como la Jincaleta, su guasa, su habla, sus dichos, su gastronomía... lo que hoy les lleva a sentirse jimenatas, aunque les diga, con meloso y rítmico acento caribeño.

Una charla transcurrida sobre sus respectivas familias, donde no han faltado canciones de aquella época pretérita, que hoy es posible en esta era de la interconexión global, tan diferente a la que en aquel antier se llevaba a cabo, cundo no estaba comunicando, desde la centralita telefónica del Paseo de Jimena donde operaba María Jesús, la madre de Ángeles, lo que nos lleva nuevamente a tener que mirar hacia atrás en el tiempo para constatar lo que se ha avanzado en tecnología y en conocimiento, no así en las prácticas crueles propias del homo Neanderthal que sigue empleando contra sus semejantes, como observamos, con medios más sofisticados como destructivos, sea en Ucrania o en El Yemen, pero donde el drama humano originado continúa siendo el mismo, el de la destrucción y con los inocentes refugiados huyendo de las bombas, como también les sucedió a los Arjonas como a tantos centenares de jimenatos y cientos de miles de españoles, bastando para hacernos la idea con tan solo visualizar, imaginándolos en blanco y negro y portando la pobreza de las víctimas, las imágenes que nos ofrece Almudena con el casco militar puesto en ese conflicto internacional que creíamos impensable que volviera a suceder en nuestro tiempo y hemisferio continental.
A estos partícipes que han mantenido tan grata teleconversación, les emplazo a que el próximo encuentro tenga que ser en vivo y en Jimena, donde se abrazarán ya físicamente, y al que me uniré gustosamente.
OTROS EPISODIOS DE ESTA SEMBLANZA
Érase una vez en Jimena y no es cuento. Conversaciones en tiempo de pandemia (1ª parte) (23.11.2021): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/11/23/erase-una-vez-en-jimena-y-no-es-cuento/
Érase una vez en Jimena y no es cuento. Conversaciones en tiempo de pandemia (2ª parte) (01.03.2022): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2022/03/01/erase-una-vez-en-jimena-y-no-es-cuento-conversaciones-en-tiempo-de-pandemia-2a-parte-01-03-2022/
Érase una vez en Jimena y no es cuento. Conversaciones en tiempo de pandemia (3ª parte) (10.03.2022): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2022/03/10/erase-una-vez-en-jimena-y-no-es-cuento-conversaciones-en-tiempo-de-pandemia-3a-parte-10-03-2021/
OTRAS ENTREVISTA REALIZADAS A NONAGENARIOS JIMENATOS
ENTREVISTA DE MÓNICA ONCALA GIL A JUAN GIL PLATA (11.05.2021): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/05/10/entrevista-de-monica-oncala-gil-a-juan-gil-plata/
FRANCISCA, POETA EN LA INTIMIDAD QUE QUISO SER PERIODISTA. ENTREVISTA REALIZADA POR IGNACIO TRILLO (26.04.2021): https://ignaciotrillo.wordpress.com/2021/04/26/francisca-poeta-en-la-intimidad-que-quiso-ser-periodista/
Posted in: Solo Blog
Posted on abril 4, 2022
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